AMANECÍA. El sol naciente brilló sobre los arneses militares sin demasiado entusiasmo. Unas nubes bajas velaban el horizonte.
Eran ochenta. Algunos habían elegido el atuendo de heroico soldado, armado tan sólo con un cuchillo, un fusil y unos músculos de acero. La mayoría, sin embargo, era partidaria de la alta tecnología NBQ[5]: detectores, visores, armas láser, armaduras antirrad…
Eric se acercó a un grupo de mercenarios rigelianos, incapaces de dejar de hablar de negocios. Les apuntó con un aparatoso fusil de agujas con mira telescópica.
—¡Callaos, malditos! —gritó—. ¡Ahora somos valerosos soldados de la Corporación, y nuestra misión es limpiar el universo de sucios rebeldes! —balanceó su arma delante de las narices de los otros, logrando asustarlos. Eran novatos, y aquel tipo parecía un veterano. Eric se dio cuenta de su posición, y se permitió el placer de fanfarronear un rato para impresionarlos. Los que lo conocían sonrieron divertidos. Eric ofrecía un fiero aspecto, sin duda.
—Qué gran guerrero ha perdido el Ekumen —dijo Elrond, calándose el casco y revisando por última vez su mochila.
Todo estaba correcto. Junto a él, Sandra tenía dificultades para ceñirse la katana, el wakizashi y el tanto. La armadura tampoco ayudaba. Había sacado el diseño de un viejo grabado de la portada de un vídeo; favorecía su figura, pero mostraba cierta tendencia a salirse de su sitio. El año pasado logró que la capturaran los rebeldes, la hicieran prisionera y la violaran por turno (tuvo que insistir un poco para convencerlos, pero la guerra era la guerra, y una pagaba para olvidarse del estrés). Sonrió al recordarlo.
Nikolái acudió junto a los ochenta guerreros y los distribuyó en diversos vehículos agrav, que los depositarían en lugares designados a lo largo de la vasta Zona de Simulación. Su misión era sobrevivir una semana, y aniquilar tantos enemigos como pudieran. Excitados, nerviosos e ilusionados, todos se perdieron en la distancia.
Nikolái los vio partir. Había soportado estoicamente las bromas de los más belicosos, incluso un disparo de láser (inofensivo, como todas las armas de los jugadores) que había pasado entre sus piernas. Cuando se quedó solo, masculló una sarta de insultos que habría sorprendido a los ejecutivos, y se marchó hacia la sala de control. Seguramente, antes de que acabara el día habría que contabilizar alguna baja. Torceduras de tobillo, insolaciones, cosas así. La vida del guerrero era muy fatigosa.