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EL jefe del equipo de rescate examinó los restos de la cápsula y meneó la cabeza, impresionado. Se acercó a uno de los militares que supervisaban la operación, una mujer de pelo castaño, ya mayor, que lucía los galones de teniente, y la saludó.

—Menudo desastre —dijo, examinando el surco que la cápsula había dejado en el suelo antes de hacerse trizas contra un farallón de granito. Era como si alguien hubiera dibujado una línea con tinta negra en la hierba, la cual aún humeaba en algunos puntos.

—No creo que el tripulante sobreviviera a esto —respondió la teniente—. Es curioso que no hayamos dado con su cadáver…

—Habrá resultado calcinado al estrellarse contra esa pared —la teniente asintió, con gesto apenado—. ¿Cómo demonios sucedió algo así?

—Según el ordenador de la nave nodriza, el lanzamiento de la cápsula fue normal, y entró en la órbita prefijada. Sin embargo, antes de que pudiéramos recogerla se precipitó en la atmósfera del planeta. Quizá chocara con un meteorito o, lo que es más probable, recibiera el impacto de algún trozo de chatarra; con tantos yates de recreo, este planeta está circundado por un anillo de residuos —miró otra vez los restos del accidente—. No comprendo cómo permiten todavía la existencia de estas antiguallas, sin campos repulsores de protección —se volvió hacia el jefe del equipo, indignada—. Joder, aunque fuera un simple soldado que venía a gozar de un descanso en un hotel de tercera clase, podrían haberse gastado un poco más de dinero en un billete de líneas regulares. Pero no; lo durmieron, lo embarcaron en un transporte de mercancías, lo metieron en una cápsula como si fuera un fardo y lo arrojaron para que lo capturáramos. Y sin sistema de protección… No hay derecho.

—Ya sabe cómo es la Seguridad Social, teniente.

La mujer meneó la cabeza y soltó una retahíla de tacos en voz baja. El jefe del equipo le dio una palmada afectuosa en el hombro y trató de animarla:

—Quizá funcionara el sistema de salvamento, y haya aterrizado en algún lugar del planeta.

—En ese caso, se habría conectado el transmisor de emergencia, o algún tipo de radiobaliza, y no hemos detectado nada.

—Si la cápsula era de un modelo muy antiguo, tal vez fallara, o a lo mejor ni siquiera tenía…

—No nos hagamos ilusiones. El pobre tipo estará muerto. Lástima, se merecía un descanso. Llevaba casi un año luchando en las junglas de Nueva Hircania, y eso es capaz de destrozar los nervios de cualquiera. Sobrevivir al enemigo para acabar así… Qué ironía.

Guardaron silencio unos minutos, a modo de homenaje a la memoria del desaparecido. Antes de seguir con las tareas de identificación de restos, el jefe del equipo preguntó:

—¿Cómo se llamaba? Habrá que comunicarlo a las autoridades, para que puedan rellenar la correspondiente pila de impresos.

—A veces me pregunto para qué querrán los burócratas tantos papeles —repuso la teniente—. Quizá les sirven para alimentar un rebaño de cabras mutantes en algún laboratorio secreto… —se disculpó con un gesto—. Perdóneme, amigo; ya desvarío —señaló a los restos de la cápsula—. Era el sargento Dmitri Guderian.