Esta novela sigue el camino de la historia con toda la precisión posible. Pero la Historia, sobre todo la Historia de la Grecia Arcaica, puede parecerse más bien a un sendero por el bosque que a una calle con aceras. He intentado interpretar con lógica el libro de Heródoto y su relato, curiosamente moderno, de naciones y estados, traiciones, terrorismo y heroísmo. He leído la mayor parte de las fuentes secundarias, y la mayoría me han parecido deficientes.
Los persas no eran «los malos». Los griegos no eran «los buenos». Y dado que ambas culturas procedían de unas mismas raíces, lo más probable es que la civilización «occidental» hubiera sido muy semejante a la que es si los persas se hubieran mantenido como imperio mundial. O eso creo yo.
No obstante, no obstante… la red compleja de decisiones, traiciones y conspiraciones que expone Heródoto trajo al mundo, de alguna manera, el primer intento verdadero de democracia, al menos el primero del que nos han llegado noticias.
He hecho todo lo posible por hacer que este elemento del relato sea tan esencial como las batallas, procurando mostrar cómo alcanzaron poder político los hombres pequeños, a pesar del poderío abrumador de los terratenientes y de una aristocracia antigua.
Sería un burdo error considerar que la democracia ateniense se parecía en algo a los Estados Unidos, a Gran Bretaña o a cualquier otra democracia moderna, salvo en sus rasgos más generales. En las primeras filas no había «hoplitas de clase media». Los aristócratas dirigían a la demos en todos los aspectos de la vida, y en la guerra militaban al frente, con sus armaduras superiores, con su preparación superior, y esto se aprecia claramente en cada página de la literatura, y solo podría pasarlo por alto el más cerrado de los forjadores de mitos. En el período del que escribo estaba empezando a nacer la «falange» tal como nos la imaginamos ahora. De hecho, una posible interpretación del texto de Heródoto daría a entender que la «falange» nació en Maratón. Todavía militaban en las primeras filas los arqueros y los infantes ligeros, y los aristócratas heroicos todavía se medían en combate singular; o eso da a entender el arte y la literatura, por poco que guste la idea a los historiadores actuales, sobre todo a los «historiadores militares».
En realidad, había pocos hoplitas de clase media porque no existían nuestras ideas modernas sobre las clases sociales. Un hombre pobre, como Sócrates, podía ser aristócrata de pies a cabeza. Un hombre rico, como el antiguo esclavo del siglo IV que donó un millar de aspis para el rearme de Atenas, no dejaba de ser un antiguo esclavo. El término «clase media» no se puede aplicar a esta época, a menos que no designemos con él más que a el grupo intermedio entre los pobres y los ricos.
Y por último, o quizá en primer lugar, puede que solo mis lectores que sean militares veteranos sepan la verdad que los historiadores militares no suelen ser capaces de soportar: que todas las razas y todos los pueblos son igualmente valientes o cobardes, con independencia de su forma de gobierno, de su afiliación, raza, credo o preferencias sexuales. Que todos los hombres pierden efectividad en el combate con la fatiga y la confusión.
Que solo existen unos pocos hombres que son matadores, y estos son inmensamente peligrosos.
En realidad, amigos, todo está en la Ilíada. Y cuando me faltaba la inspiración, volvía siempre a la Ilíada, como quien vuelve a la fuente donde mana el agua pura. Tengo un respeto enorme a las obras modernas de muchos historiadores, clásicos y modernos. Pero ellos no estuvieron allí.
Yo he visto la guerra; no he visto nunca la guerra del escudo y de la lanza, pero he visto la guerra. Y cuando leo la Ilíada, me parece verdad. Puede que no sea verdad lo que dice de Troya. Pero es verdad lo que dice de la guerra. A Homero no le gustaba la guerra. Aquiles no es el hombre mejor de la Ilíada. La guerra es fea.
Arímnestos de Platea existió de verdad. Espero haberle hecho justicia.