Guadalajara no es Abisinia
El Alcázar de Toledo había sido una pieza clave contra Madrid. El coronel Moscardó, oscuro jefe sin mando de tropas que dirigía la escuela militar de Gimnasia, se sublevó sin haber conspirado contra la República, se encerró en la Academia Militar (el Alcázar), que estaba prácticamente vacía por las vacaciones de cadetes y profesores, y con algunos guardias civiles, los falangistas y los militares que acudieron a buscar allí refugio con sus familias formó un núcleo de resistencia de unos mil trescientos hombres armados, más unos seiscientos familiares y rehenes. Madrid distrajo un número elevado de milicianos y soldados que trataban de capturar el armamento y la enorme cantidad de munición de la Fábrica de Armas: pero la resistencia a los bombardeos aéreos, cañoneos, minas y cerco absoluto no cedió. El 27 de septiembre lo liberaron las tropas de Varela, que habían perdido un tiempo precioso en su avance sobre Madrid, por orden de Franco aunque con la oposición de Yagüe. El coronel Moscardó fue convertido en héroe viviente, en un moderno Guzmán el Bueno —se dijo que se había negado a salvar la vida de su hijo que le ofrecían a cambio de la rendición: las palabras de la conversación telefónica se conservan escritas en una lápida, aunque no hay confirmación de que sean exactas—, ascendió rápidamente y, recordando que era director de la escuela de Gimnasia Militar, Franco le nombró delegado nacional de Deportes.
El alto a los sublevados en Somosierra y el asalto y caída del Cuartel de la Montaña fueron la primera salvación de Madrid. La segunda, el retraso de las tropas de Varela y Yagüe para liberar el Alcázar y para realizar la operación de limpieza de Extremadura y de las tierras conquistadas. La tercera, la reacción de Miaja el 7 de noviembre, amparado por el general Rojo y por el comandante «Modesto», y la movilización de los sindicatos y partidos políticos. No hubiese durado mucho esta defensa ante unas tropas descomunales ayudadas por los dos países más fuertes del mundo, pero las ofensivas de Franco se contenían, siempre con pérdidas pequeñas de terreno. Pero ni Miaja y la Junta en Madrid ni el Gobierno en Valencia estaban tan seguros de esa posibilidad hasta que llegó la batalla del Jarama, que duró casi todo el mes de febrero de 1937: Orgaz, con cuarenta mil soldados y la aviación a su servicio, consiguió muy pocos avances. Ni siquiera su propósito principal, que era el de cortar la comunicación terrestre con Valencia, el istmo que mantenía a Madrid. La contraofensiva republicana consiguió pasar el río Jarama. Y esta vez fueron fundamentales las Brigadas Internacionales, de las que quedó un himno a aquella batalla:
«Jarama Song» («Red River Valley»)
There’s a Valley in Spain called Jarama,
It’s a place that we all know so well,
It is there that we gave of our manhood,
And so many of our brave comrades fell.
We are proud of the British Battalion,
And the stand for Madrid that they made,
For they fought like true sons of the soil.
As part of the Fifteenth Brigade.
With the rest of the international column,
In the stand for the freedom of Spain
We swore in the valley of Jarama
That fascism never will reign.
Now we’ve left that dark valley of sorrow
And its memories of regret,
So before we continue this reunion
Let us stand to our glorious dead.
La naturaleza y el espíritu de las Brigadas ha vuelto a ser cuestión en 1999 a propósito del hallazgo en los documentos del Kremlin hechos públicos de algunos datos que ratificaban que la idea de las Brigadas fue concebida por Stalin (todas las ideas eran de Stalin en ese momento), encargada a la Komintern y por ésta a André Marty. Los historiadores anticomunistas como Antonio Elorza (que fue antes militante del PCE) han trabajado sobre esos documentos para concluir en la condición de comunistas de las Brigadas. No era exactamente así. Eran sobre todo militantes antifascistas, muchos de ellos italianos y alemanes exiliados de sus países. Otros historiadores han matizado esa idea:
«Las Brigadas Internacionales encarnaron en la guerra civil la solidaridad de los pueblos frente a la insolidaridad de las democracias hacia la República española”, dijo ayer Mirta Núñez Díaz-Balart, profesora de Historia de la Comunicación Social de la Universidad Complutense, en la clausura del curso “El final de la guerra civil: 60 años después”, organizado por esa institución en San Lorenzo de El Escorial. “Militarmente, las Brigadas tuvieron su importancia, pero sobre todo la tuvieron moral. Fueron una respuesta espontánea, aunque la Komintern comunista puso toda su infraestructura a disposición de los voluntarios, contra la ceguera intencionada del Comité de No Intervención inspirado por Reino Unido y secundado por Francia: se habla mucho del papel de la URSS en la guerra española, pero es que las democracias occidentales no sólo no apoyaron decididamente al régimen legal, sino que derivaron, por miedo a Hitler y Mussolini, en una equiparación jurídica de la República y los militares sediciosos”.
Según los historiadores, aunque el total de brigadistas fue de unos 40.000, nunca combatieron simultáneamente más de 20.000. “Hay el mito de que Madrid fue defendido por las Brigadas”, dice Javier Cervera, del Centro Superior de Estudios Francisco de Vitoria, “pero los tres primeros días de asedio no había ningún brigadista en la ciudad y fueron los madrileños quienes aguantaron”. Para Núñez Díaz-Balart, cuando se decide retirar definitivamente a las Brigadas, a fines de 1938, no eran más de 12.600: “Para ellos fue muy doloroso irse, pero fueron disciplinados. No todos eran comunistas, les movía el idealismo. Vinieron de 53 países, principalmente Francia, y estadounidenses, polacos, alemanes…”. La retirada de las Brigadas fue, según la historiadora, “la última baza de Negrín, que acababa de ver cómo en Munich las democracias claudicaban ante Alemania e Italia[49]”».
Un general italiano tuvo entonces una gran idea. Era Mario Roarta (con el nombre de guerra de «General Mancini»), autor de la toma de Málaga: pretendía que, mientras Orgaz continuaba su trabajo en el Jarama, su cuerpo de ejército de cuatro divisiones motorizadas con 35.000 soldados italianos, reforzadas por 20.000 hombres mandados por Moscardó, se lanzaran sobre Madrid. En cuatro días toda esta inmensidad de tropas se encontró atrapada en un barrizal formado por las primeras lluvias de marzo, que, sin embargo, no evitaron el vuelo de los aviones republicanos. Recuerdo un aviador republicano que vino a casa —un piloto civil que se había militarizado— y contaba el horror que le daba disparar continuamente sus ametralladoras contra aquella masa de italianos que trataban de huir a la desbandada. Un profesional, el teniente coronel Jurado, dirigía por tierra las columnas del Campesino, Cipria-no Mera, Modesto, Líster: y las Brigadas Internacionales, que eran ya importantes. Los republicanos dijeron que las bajas italianas fueron 6.000, más 600 prisioneros y una importante cantidad de material capturado y destruido. La contención de Orgaz y el desastre de Guadalajara convencieron a Franco de que la toma de Madrid frontalmente era imposible, y que había que ganar otras batallas antes. Y empezó la del Norte.
Madrid quedó así enquistada entre las tenazas de las ofensivas detenidas, con una carretera serpenteante hasta Valencia, vía Albacete a veces, y un ferrocarril con modificaciones en su trazado (la línea Cuenca-Utiel), por donde recibía su escaso abastecimiento, mientras la guerra no producía buenas noticias. Franco tenía ya más de media España: y libre toda la frontera de Portugal, su aliado (Carmona, Oliveira Salazar, fueron los prefascistas de esta zona de Europa), desde donde le llegaba un abastecimiento ilimitado.
La descomposición de los defensores de la República era cada día más evidente, mientras los sediciosos y sedicientes «nacionales» mostraban una unidad férrea. No se perdían las tradicionales caracterologías políticas: la gran derecha en busca de la eficacia y el resultado, la izquierda preocupada por la ideología y adelantando sus deseos a los fines de cada uno. Franco, que desde septiembre era Generalísimo y jefe de Estado, tenía una mano muy dura para los suyos. El 19 de abril de 1937 dictó la Unificación y el partido único, que luego perdería el sospechoso nombre de partido y se convertiría en Movimiento Nacional. «Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista» (FET y de las JONS) era un disparate de ideas del viejo carlismo y los modernos «requetés» con el sindicalismo de Onésimo Redondo y el fascismo inscrito en la esencia de Falange. Los monárquicos estaban desplazados, pero formaron parte del Movimiento a la espera de que Franco realizase una restauración que no llegó jamás. Los oponentes a esta escenografía que mezclaba camisa azul, boina roja, flechas bajo yugos y aspas de San Andrés, eran castigados, desterrados o, en algunos casos, condenados a muerte (luego indultados, como Hedilla, que se consideraba heredero de Primo de Rivera).
Mientras, la República asistía con horror a los que se llamaron «sucesos de Barcelona»: las batallas directas entre anarquistas unidos a los trotskistas del POUM contra los comunistas. Cayó Largo Caballero y apareció como jefe del Gobierno el doctor Negrín, que se instaló en Barcelona momentáneamente. Era un destacado militante socialista, pero creía que sin la fuerza del Partido Comunista, sin la militarización en unidades de combate ejemplares, sin su capacidad de organización y sin la ayuda de la URSS, la guerra estaba perdida. La idea de que desprendiéndose de los comunistas las democracias occidentales podrían prestarle ayuda contra Franco no tenía sentido. Algunos de los dirigentes trotskistas desaparecieron: fueron asesinados. Los anarquistas obedecieron de mala gana a sus responsables, incluidos en el Gobierno, en el sentido de que la guerra era lo primero.
Madrid recibía con estoicismo y una cierta resignación los cañoneos del enemigo, que nunca cesaron, y las malas noticias. Franco hizo bien desplazando su ofensiva: el Norte cayó en sus manos, y acabó el Gobierno vasco, que se fue al exilio. Bilbao, que presumía de un «cinturón de hierro», cayó fácilmente. El ingeniero que había construido el «cinturón» se pasó a Franco con los planos y con los datos de las brechas y trampas que él mismo había preparado (se llamaba Alejandro Goicoechea y su nombre se recuerda cada día sin saberlo: fue el inventor, constructor y explotador del Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol).
La ofensiva había comenzado el 22 de marzo de 1937 con una frase del general Mola: «Si la sumisión no es inmediata, arrasaré toda Vizcaya». No llegó a ver su triunfo: murió al caer el avión con el que inspeccionaba las tropas. En esa ofensiva se produjo, el 26 de abril, un hecho recordado definitivamente en la historia: el bombardeo de Guernica. Hay historiadores que suponen que estaba fuera de la operación y que era una acción estudiada y organizada desde Berlín, con la anuencia de Franco, como ensayo de sus bombardeos.
Algunas noticias eran positivas: la toma de Teruel por los republicanos. Pero mes y medio después se anunciaba su pérdida. El paso del Ebro: pero se volvió a pasar en el sentido contrario. La finalidad de esas batallas era la de evitar el corte en dos de la España republicana; pero en abril de 1938 los fascistas consiguieron llegar al Mediterráneo por Lérida, cortando así Valencia de Cataluña. El 26 de abril de 1938 fue la última ofensiva en ese frente: tomaron Barcelona, y un gran éxodo de cuatrocientas mil personas consiguió llegar a la frontera de Francia y encontrar la salvación, aunque el exilio había comenzado ya en la ofensiva contra el Norte: los barcos de niños hacia Francia, desde Bilbao y Gijón.
En Barcelona se celebró el primer gran desfile de la victoria. Telegrama de Mussolini a Franco: «Os agradezco que hayáis consentido a las tropas legionarias el alto honor de desfilar ante vos en Barcelona reconquistada para la España Una, Grande, Libre, que estáis construyendo. Os envío con mi profunda cordialidad mi saludo, y os confirmo que los legionarios italianos están a vuestras órdenes hasta la victoria definitiva».
De Franco a Mussolini: «El pueblo español dirige un saludo conmovido a la nación que la ha ayudado en los momentos difíciles… La sangre vertida por vuestros soldados en la tierra de España ha creado lazos indisolubles entre nuestros dos pueblos».
Serrano Súñer: «La entusiasta acogida que la población ha hecho a nuestras tropas no debe ilusionamos. La población, cuya conducta he podido examinar personalmente, está enferma política y moralmente. Barcelona será tratado por nosotros, por consiguiente, al principio, como a un enfermo».
Los Servicios de Información Militar (SIM) tuvieron noticias de que el coronel Segismundo Casado había tomado contacto con los franquistas ya en 1938. Eran informes que habían llegado a manos de Negrín, a quien le pareció demasiado grave que el jefe del Ejército del Centro estuviese preparando una negociación con el enemigo. Durante todo el calendario de derrotas, Madrid no había cesado de ser el centro de la política, que había tomado un cariz especial: los comunistas habían ido tomando los lugares decisivos, no sólo en los frentes de guerra sino en los abastecimientos, la propaganda, la dirección civil de la ciudad. Grandes retratos de los dirigentes comunistas y de los héroes de la guerra pintados a mano, a la manera de los cartelones de los cines, ocupaban puntos estratégicos —como la Puerta de Alcalá, protegida también contra las bombas—: junto a Pasionaria, Lenin y Stalin, Marx y Engels. Pero también Benavente, Antonio Machado, Federico García Lorca… Aún con Barcelona en poder de la República, los comunistas habían comenzado una política de mano tendida hacia los socialistas, que partía sobre todo de las Juventudes Socialistas Unificadas —en realidad, comunistas: de Santiago Carrillo— en busca de una unidad política. Algunos socialistas eran partidarios, siempre en la base de que cualquier última defensa de España tenía que venir de la Unión Soviética: pero otros se negaron enfurecidos. Besteiro llegó a decir que el pueblo español no quería ser fascista ni comunista, pero que en cualquier caso aceptaría lo primero antes que lo segundo.
Era un debate que ya se producía en Europa: el 29 de octubre de 1938 acudieron a Munich el británico Chamberlain y el francés Daladier para entrevistarse con Hitler y Mussolini: las democracias aceptaron la ocupación de Checoslovaquia. El punto de vista de los comunistas era el de que esta traición no contendría a los nazis y estallaría la guerra, en la cual las democracias estarían unidas a la Unión Soviética contra Hitler, y que la cuestión española sería zanjada contra Franco. Pero los no comunistas creían, por el contrario, que ese apaciguamiento debía tener un eco aquí, y que se podría llegar a un pacto con Franco equivalente, que salvara las vidas y hasta los empleos de los pactantes. No parece posible ahora que aquellos políticos imaginaran que Franco y sus generales, con una moral absoluta de victoria y una inmoralidad también absoluta en el trato al enemigo, iban a hacer otra cosa que un exterminio. A Franco, el pacto de Munich le parecía que era el principio del triunfo de Hitler, y él era un hombre de Hitler. Cuando, al ocupar Barcelona, las democracias europeas reconocieron a Franco, cuando aún la República existía y su bandera ondeaba en Madrid, la interpretación volvió a ser distinta: unos creyeron que Franco iba a aprovechar las circunstancias para una paz que ahorrara vidas y destrucciones, y que le entregase Madrid sin combates, mientras otros consideraban que resistir no era solamente esperar que estallase la guerra en Europa, que Franco quedase cortado de Alemania y que Francia ayudase a la República, sino salvar sus vidas. Entre los partidarios del pacto circulaba la idea de que, al final, Mussolini se pondría al lado de Inglaterra y Francia frente a Hitler, repitiendo su situación en la Primera Guerra Mundial. Una de las personas que han pasado a la historia de este siglo como un gran estadista, Churchill, creyó hasta el último momento que era posible la alianza con Italia.
Es posible que la relación de Casado con los franquistas comenzara antes que el pacto de Munich. La constancia de sus contactos oficiales se data en el 16 de febrero de 1939, con dos personajes de la «quinta columna»: Antonio Luna, popular catedrático de Derecho, y el teniente coronel José Centaño. Probablemente había otros contactos entre militares. Miaja salió al paso de los rumores sobre su elección de las negociaciones y tuvo que hacer una declaración: «Soy sólo un soldado: me mandan resistir, y resisto». Hasta que cambió. Pero la Junta de Defensa ya no existía: el Gobierno había vuelto a Madrid. ¿El Gobierno? Su jefe, Negrín: huido a Francia al ocuparse Cataluña, volvió a la capital decidido a resistir.
(Segismundo Casado López, 1893-1968. Comandante, diplomado de Estado Mayor, jefe de la guardia presidencial de Azaña cuando estalló la guerra civil. Largo Caballero le nombró en 1938 jefe del Ejército del Centro, ascendido a coronel. Se opuso abiertamente a la resistencia ordenada por Negrín; desobedeció al jefe del Gobierno y nombró un Consejo Nacional de Defensa con algunas figuras de lo que había sido la Junta de Defensa —Besteiro, Wenceslao Carrillo, Miaja— para pactar las mejores condiciones posibles de rendición. No consiguió nada: tuvo que huir, como los demás: pasó más de veinte años en el exilio hasta que Franco le permitió regresar a España en 1961 sin ningún cargo penal. Él creyó aún que podría volver al Ejército, que se verían su grado y su antigüedad reconocidos y que se le daría la pensión a que tendría derecho por su edad. Tampoco esta vez fue escuchado. Murió en Madrid a los setenta y cinco años. Su retrato se ha fijado por su enfrentamiento directo con Negrín, ante cuya autoridad de sublevó, y por los dos meses de 1939 en que negoció con Franco y entregó Madrid: un traidor. Hay historiadores que creen que la situación era tal que él y sus conjurados sólo intentaron salvar vidas cuando la derrota militar era inevitable).
Mientras se establecían contactos y se redactaban puntos para la entrega y supuestos acuerdos para la paz, Franco legislaba ya las represiones. Estaban preparadas para Madrid y se habían aplicado ya en la España conquistada o, en su lenguaje, liberada. Llegaban sus jurídicos militares inmediatamente después de las tropas. Y de los falangistas y algunos oficiales o soldados que tenían algo que vengar y asesinaban directamente. Pero los jurídicos tenían a su disposición la Ley de Responsabilidad Política, publicada en el Diario oficial editado en Burgos el 28 de febrero, un mes antes de la entrada en Madrid. Nótese que es independiente de las leyes penales, que se aplican con arreglo al Código de Justicia Militar para los casos de rebelión.
En el preámbulo se dice:
«Ante la próxima y total liberación de España, el Gobierno, consciente de los deberes que le incumben respecto a la reconstrucción espiritual y material de la Patria, considera llegado el momento de dictar la Ley de Responsabilidad Política contra aquellos que por acción u omisión grave hayan fomentado la subversión roja o la hayan mantenido viva durante más de dos años o hayan entorpecido el triunfo providencial e histórico del actual Movimiento Nacional.
Los castigos y reparaciones alcanzarán dimensiones propias dentro del hondo sentir de la Revolución Nacional, que no quiere llevar la miseria a los hogares y por ello establece la Ley algunas atenuantes, armonizando los intereses sagrados de la Patria sin quebrar la vida económica de los particulares.
Las sanciones económicas se regulan con moderación, de la que son ejemplo los preceptos encaminados a no coartar la actividad a quienes la basan en negocios moderados, y establece aquellos casos en que se debe prever peligros de posible actuación futura de los inculpados, que podrán ir acompañadas de otras de distinto carácter, como, por ejemplo, inhabilitación para ejercer determinados cargos y alejamiento de los lugares de residencia anterior, llegándose en ciertos casos de gravedad significada a la pérdida de nacionalidad de los que no merecen seguir siendo españoles.
La actuación u omisión a que da lugar la exigencia de responsabilidad política, se enumera con amplitud para que resulten comprendidos todos los actos merecedores de castigo, ajustándose a distintos grados de responsabilidad, que serán tan graves como compleja sea la actuación u omisión a juzgar.
Los Tribunales encargados de establecer las sanciones se constituirán por representaciones del Ejército, la Magistratura y de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, que darán a su actuación el tono que inspira el Movimiento. Para conseguir el funcionamiento perfecto de todos los Tribunales y organismos a que sea encomendada la aplicación de la Ley, se creará un Tribunal Superior y un organismo adecuado anejo que, bajo una sola dirección, de acuerdo con el Gobierno, impondrá la unidad necesaria para conseguir los resultados cívicos y económicos que se pretenden.
La resolución de reclamaciones de terceros se regula con normas sencillas, aunando la conveniencia de obtener resoluciones rápidas con la necesidad de respetar el derecho de defensa del interesado y el de las personas no responsables. Son elevados propósitos en que se inspira la Ley, maduramente reflexionada, puesto que el Gobierno, al redactarla, ve en su aplicación uno de los más grandes cimientos de la reconstrucción de España.
En el articulado se declara que la responsabilidad política alcanza a las personas, tanto jurídicas como físicas, que desde 1 de octubre de 1934 y antes del 18 de julio de 1936 contribuyeron a agravar la subversión de todo orden de que se hizo víctima a España y de aquellas otras que, a partir de la segunda fecha, se opusieron o se opongan al Movimiento Nacional con actos concretos o pasivos, quedando fuera de la Ley los partidos políticos y agrupaciones políticas y sociales que convocaron las elecciones de 16 de febrero de 1936 o integren el Frente Popular, así como los partidos y agrupaciones aliados y adheridos y las organizaciones separatistas y todas aquellas que se hayan opuesto al triunfo del Movimiento Nacional.
Los partidos políticos comprendidos en este artículo son: Acción Republicana, Izquierda Republicana, Unión Republicana, Partido Federal, CNT, UGT, Partidos Socialista, Comunista, Sindicalista de Pestaña, FAI, Partido Nacionalista Vasco, Acción Nacionalista Vasca, Solidaridad de Obreros Vascos, Esquerra, Partido Galleguista, POUM, Ateneos Libertarios, Socorro Rojo Internacional, Partido Socialista Unificado de Cataluña, Unión de Acción Republicana Catalana, Partido Catalanista Republicano, Unión Democrática Catalana, Estat Catalá, todas las logias masónicas y cualesquiera otras entidades o agrupaciones filiales o análogas a las indicadas. Estos partidos y organizaciones quedan fuera de la ley, sufriendo la pérdida absoluta de los derechos de todas clases y de sus bienes, que pasan a propiedad del Estado, quedando confirmadas las incautaciones hechas en aplicación del artículo segundo del Decreto 108.
Quedan incursas en responsabilidad política y sujetas a sanción las personas comprendidas en los siguientes casos:
Haber sido o ser condenadas por la jurisdicción militar por delitos de rebelión, adhesión, auxilio, inducción y excitación a la misma o por traición en virtud de causa criminal seguida con motivo del Movimiento Nacional.
Haber desempeñado cargo directivo en partido o agrupación o haber ostentado representación en corporaciones públicas o privadas.
Haber figurado inscrito antes del 18 de julio y seguir perteneciendo, con excepción de los simples afiliados, a las organizaciones sindicales.
Haber desempeñado cargos o misiones de carácter político administrativo de la confianza del Gobierno del Frente Popular cuando el nombramiento se deba a conocimientos especiales y fuera su afiliación política contraria al Frente Popular.
También se hallan comprendidos los que hubieren desempeñado cargos con el Frente Popular en la Administración Central.
Haberse significado públicamente en favor del Frente Popular o de los partidos citados o haber contribuido con su ayuda económica a los mismos, de manera voluntaria y libre, aunque no desempeñaran cargos ni estuviesen afiliados.
Haber provocado las elecciones de diputados de 1936, formando parte del Gobierno o desempeñando cargos del mismo, o haber sido candidato, apoderado o interventor del Frente Popular o compromisario de tales partidos en la elección de Presidente de la República de 1936.
Los diputados que en 1936, traicionando a sus electores, hayan contribuido por acción o abstención a la implantación del Frente Popular, como asimismo los pertenecientes a la masonería, excepto los que se dieron de baja antes del 18 de julio de 1936 o fueron exceptuados de ella por haber actuado contra los fines de la masonería.
Haber intervenido desde el 18 de julio, salvo los casos de justificación muy calificada, en Tribunales u organismos encargados de juzgar a las personas por el solo hecho de ser adictas al Movimiento, o denunciar o intervenir en incautaciones de bienes.
Haber excitado o inducido a realizar hechos punibles, personalmente.
Haberse opuesto al Movimiento.
Haber permanecido en el extranjero desde el 18 de julio sin reintegrarse a la Patria en el plazo máximo de dos meses, salvo aquellos que tuvieran residencia en el extranjero o desempeñaran una misión encomendada por las autoridades nacionales; los imposibilitados físicos para hacerlo o aquellos en los que hubiera una causa extraordinaria que lo justifique.
Haber salido de la zona roja sin entrar en España en el plazo máximo de dos meses, salvo en los casos especificados anteriormente.
Haber cambiado de nacionalidad o haberla autorizado a los sometidos a su potestad de no haberlo hecho para evitar persecuciones, pidiendo seguidamente la nacionalidad española.
Haber aceptado misiones en el extranjero, excepto para conseguir la evasión.
Haber adoptado en el cargo de presidente, consejero o gerente de Sociedades o Compañías, de manera voluntaria y libre, acuerdos de ayuda económica al Frente Popular a los partidos, incluyendo en ellos la propaganda, elecciones, etc.
Están exceptuados los menores de catorce años y los que hayan prestado servicios al Movimiento Nacional. Los que hayan obtenido en su defensa la Laureada o Medalla Militar individuales. Los heridos graves incorporados voluntariamente al Ejército desde los primeros momentos o seis meses antes de la llamada de su reemplazo. Los que tengan el título de Caballeros Mutilados absolutos.
Los que hayan hecho arrepentimiento público antes del 18 de julio de 1936, seguido de adhesión y colaboración al Movimiento, aparecerán beneficiados de eximentes o atenuantes a juicio de los Tribunales.
Se forman tres grupos de restricción de actividades, que comprenden: inhabilitación absoluta y especial y limitación de libertad de residencia, que comprenderá: extrañamiento, relegación, confinamiento y destierro. Las sanciones económicas, pérdida total de bienes, pago de cantidades fijas o de bienes determinados y en casos excepcionalmente graves la pérdida de la nacionalidad española[50]».