El Frente Popular
Las elecciones del 16 de febrero de 1936 dieron el triunfo al Frente Popular; la derecha tampoco esta vez aceptó la derrota, y los disturbios se multiplicaron. Sin embargo, fue la derecha la que denunció la situación y pidió que la cámara de diputados aprobara una proposición no de ley: «Las Cortes esperan del Gobierno la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversión que vive España». Las firmas las encabezaba José María Gil-Robles, que pronunció el discurso en defensa de la propuesta, apoyado por José Calvo Sotelo; en la respuesta de Dolores Ibárruri se citaron nombres de izquierdistas asesinados «por esas hordas de pistoleros, dirigidas, señor Calvo Sotelo, por una señorita, cuyo nombre, al pronunciarlo, causa odio a los trabajadores españoles por lo que ha significado de ruina y de vergüenza para España, y por señoritos cretinos que añoran las victorias y las glorias sangrientas de Hitler o Mussolini». La señorita a la que aludía Pasionaria era Pilar Primo de Rivera; numerosas veces se repitió en aquella sesión de Cortes que se pronunciase su nombre, contra el que no había una acusación formal. Unos días antes había sido asesinada en Madrid la adolescente Juanita Rico: un grupo de comunistas que regresaban de pasar el día en la Casa de Campo, con el pañuelo rojo de los pioneros al cuello (se les llamaba «los chíbiris», por el estribillo de la canción que cantaban), se disgregó hacia la glorieta de Quevedo, y Juanita Rico, sola, entró por la calle de Trafalgar: pasó un coche de pistoleros que la mataron y huyeron. Hubo personas que dijeron reconocer entre quienes disparaban a Pilar Primo de Rivera y a su primo, José Luis Sáenz de Heredia.
(María del Pilar Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, 1912-1991. Hija del dictador, hermana y colaboradora del fundador de Falange, jefa nacional de la Sección Femenina de Falange en 1933, acusada de dirigir y practicar el pistolerismo; creó una ideología de la feminidad bajo el patronazgo de Santa Teresa y de Isabel la Católica; estableció el centro espiritual de la mujer falangista en el Castillo de la Mota del Cuervo y fue nombrada por Franco condesa de la Mota; creó el Servicio Social, una prestación obligatoria de la mujer en centros asistenciales que debía equivaler al servicio militar del varón. Reservó a la mujer los cuidados clásicos de hospitales, la ayuda a la infancia y el trabajo en talleres de confección: sus misiones rurales contribuyeron notablemente a la salubridad de la mujer en los partos y a la alfabetización. Creó los famosos Coros y Danzas que recogieron el más antiguo folclore español; los puristas le reprocharon que la falta de participación del varón adulteraba la esencia artística. Publicó unas memorias).
(José Luis Sáenz de Heredia, 1911-1992. Primo hermano del fundador de Falange, falangista él mismo, denunciado como pistolero falangista; director de cine que firmó en 1935 La hija de Juan Simón —Filmófono—, aunque se atribuye la verdadera dirección en la sombra a Buñuel, que le salvó la vida al comenzar la guerra civil. Algunas de sus películas se recuerdan entre las más interesantes de la posguerra española: El escándalo, El destino se disculpa, Mariona Rebull… Su gran aportación al régimen fue la dirección de Raza, de 1941, con guión firmado por «Jaime de Andrade», que era el pseudónimo con el que lo había escrito el propio Franco —autor, también, del Diario de una bandera, exaltación de los legionarios—, y Franco, ese hombre, retrato hagiográfico del dictador).
La larga y dura sesión de Cortes (su texto íntegro está recogido en el Diario de sesiones, 17 de junio de 1936: es importante porque luego muchas frases han sido tergiversadas por los historiadores franquistas) fue un preludio al final del parlamento republicano, aunque más tarde se reuniera la Diputación Permanente para comentar dos sucesos graves. El primero fue el asesinato del teniente de Asalto José Castillo por cuatro falangistas el domingo 12 de julio; horas después, en la madrugada del 13, unos oficiales de Asalto y alguno de la Guardia Civil, compañeros oficiales del asesinado, mandados por el capitán Condés, mataron a Calvo Sotelo.
La Guardia de Asalto había sido creada por la República para sustituir a los antiguos guardias de Seguridad. Tenía su sede principal en el Cuartel de Zaragoza, o de Pontejos, detrás de lo que entonces era Ministerio de Gobernación, en la Puerta del Sol. Castillo era un teniente de Infantería destinado a la Guardia de Asalto. En abril de 1936 había mandado a los guardias que reprimieron los disturbios en el entierro del teniente De los Reyes, de la Guardia Civil, muerto durante la celebración del quinto aniversario de la República. Fue instructor de formación premilitar de las milicias socialistas. Estaba recién casado y su mujer había recibido la víspera de la boda un anónimo en el que le decían que no se casara «con un futuro cadáver». El teniente Castillo salió de su casa de la calle de Augusto Figueroa hacia la de Fuencarral (en la esquina está la capilla cerrada que era objeto de culto abundante): su esposa le despedía desde el balcón cuando sonaron los disparos; nadie testificó. La calle se llamó del teniente Castillo durante la guerra civil; luego volvió al nombre de Augusto Figueroa. Del cuartel de Zaragoza, o de Pontejos (en la plaza del Marqués Viudo de Pontejos), salió la camioneta de la policía con los oficiales que iban a vengar a Castillo.
«La respuesta de los compañeros del asesinado fue fulminante. Varios guardias de Asalto se dirigieron a la casa de Gil-Robles. No lo encontraron en su domicilio y se dirigieron al de Calvo Sotelo. El dirigente derechista fue así detenido ilegalmente y después asesinado. Semejante acción criminal sería presentada con posterioridad por las derechas como el fulminante del alzamiento[5]».
(José Calvo Sotelo, 1893-1947. Abogado, profesor de Derecho, diputado maurista en 1919, gobernador civil de Valencia; fue director general de Administración Local con el dictador Primo de Rivera y luego ministro de Hacienda. Se exilió al llegar la II República y durante ese tiempo radicalizó sus posturas derechistas. No había podido ingresar en Falange Española por la oposición personal de José Antonio Primo de Rivera; formó parte del Bloque Nacional de Antonio Goicoechea y fue la figura sobresaliente de la extrema derecha parlamentaria. Entre los varios aspirantes civiles al cargo de dictador en un fascismo español que se pareciera al de Mussolini fue el más caracterizado, quizá en paralelo con Gil-Robles. FI 16 de Febrero de 1936, tras la victoria del Frente Popular, fue a ver al jefe del Gobierno, Portela Valladares, centrista, y según Eduardo de Guzmán, mantuvo esta conversación:
«—Señor Portela Valladares —dice sin rodeos ni contemplaciones—, usted puede pasar a la historia como un hombre digno y heroico que salvó a España en uno de los momentos más graves o como traidor que se avino a consumar la más monstruosa de las traiciones… Para lo primero le bastará declarar la ley marcial, llamar en su ayuda a los generales Fanjul, Franco y Goded, recurrir a la Guardia Civil y requerir el apoyo de las distintas guarniciones. Como sea y a costa de lo que sea habrá que impedir que el Frente Popular se adueñe del poder.
Si personalmente no se encontraba con los ánimos precisos, debía tener el gesto de entregar el poder a unas manos más fuertes. Portela contesta en tono adecuado al de su visitante. Sabe cuál es su deber y está dispuesto a cumplirlo. Pero…
—Oponerse con las bayonetas a la voluntad nacional —afirma— sería el suicidio de la República[6]».
Sus ataques a la República y sus llamamientos incendiarios a la sublevación fueron incesantes:
«Cuando las horas del comunismo avanzan, sólo se concibe un freno. La fuerza del Estado y la transfusión de las virtudes militares, obediencia, disciplina y jerarquía, a la sociedad misma, para que ellas desalojen los fermentos malsanos que ha sembrado el marxismo. Por eso invoco al Ejército[7]».
Es imposible saber si Calvo Sotelo, después de haber sido rechazado por Falange, hubiera ocupado un puesto importante en el régimen de Franco de no haber sido asesinado; la especulación con lo que no ha pasado, con el «si…», no tiene validez: pero se puede imaginar que habría sido apartado como lo fueron Lerroux y José María Gil-Robles, o ensombrecido como otro conspirador civil, Pedro Sáinz Rodríguez. La base para la suposición es la de que Franco no quiso contar con nadie que pudiera esgrimir un derecho civil al poder, y menos con los que tenían contacto con la monarquía que no restauró durante su vida, aunque dejó una Ley de Sucesión borbónica.
En la sesión de Cortes del 17 de junio, el discurso de Calvo Sotelo fue interpretado por el Gobierno como una incitación y una amenaza de rebelión. Casares Quiroga, presidente del Consejo de Ministros, contestó tal como recoge el Diario de sesiones:
«—Yo no quiero incidir en la falta que cometiera su señoría, pero sí me es lícito decir que después de lo que ha hecho su señoría hoy ante el Parlamento, de cualquier cosa que pudiera ocurrir, que no ocurrirá, haré responsable ante el país a su señoría. No basta, por lo visto, que determinadas personas, que yo no sé si son amigas de su señoría, pero tengo ya derecho a empezar a suponerlo, vayan a procurar levantar el espíritu de aquellos que pueda creerse que serían fáciles a la subversión; no basta que algunas personas, amigas de su señoría, vayan formulando indicaciones, realizando propaganda para conseguir que el Ejército, que está al servicio de España y de la República, pese a todos vosotros y a todos vuestros manejos, se subleve; no basta que, después de habernos hecho gustar las «dulzuras» de la Dictadura de los siete años, su señoría pretenda ahora apoyarse de nuevo en un Ejército, cuyo espíritu ya no es el mismo, para volvernos a hacer pasar por las mismas amarguras. Es preciso que aquí, ante todos nosotros, en el Parlamento de la República, su señoría, representante estricto de la antigua Dictadura, venga otra vez a poner sus manos en la llaga, a hacer más amargas las horas de aquellos que han sido sancionados, no por mí, sino por los tribunales; es decir, a procurar que se provoque un espíritu subversivo. Gracias, señor Calvo Sotelo. Insisto: si algo pudiera ocurrir, su señoría sería responsable con toda responsabilidad».
La respuesta de Calvo:
«—Bien, señor Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de la Patria y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: “Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis”. Y es preferible morir con gloria que vivir con vilipendio».
Con estas palabras se quiso ver una responsabilidad del Gobierno en el asesinato de Calvo Sotelo: un «crimen de Estado». La historia deja claro que fueron los oficiales de la Guardia Civil y de Asalto amigos y compañeros de Castillo, algunos números de la compañía que él mandaba y algunos guardias civiles los que perpetraron el crimen, que iba encaminado en primer lugar a Gil-Robles.
Asesinado, Calvo Sotelo se convirtió en personaje de culto, aunque no tanto como José Antonio Primo de Rivera: en la mitología del Movimiento se le dio el nombre de «Protomártir», como al joven Primo se le llamó «el Ausente»).
El 17 de julio se difundieron los primeros rumores de que el Ejército se había sublevado en África. Alguien nos llamó antes advirtiendo a mi padre que no durmiese en casa y evitara así algún suceso. Era algo que ocurría frecuentemente. No lo hizo: trabajaba de noche en su periódico, y allí fue. Llamó por teléfono para advertir que no saliéramos a la calle: podía pasar de todo. Una noche espectacular y dura, que relataba así Cansinos Assens:
«Estampidos en la noche rompen el silencio y siembran la alarma. Son petardos puestos por los huelguistas, sin más intención que asustar a la gente…
Se habla de conspiraciones militares, suenan nombres de generales conocidos y los periódicos de izquierda excitan al Gobierno a tomar medidas enérgicas contra ellos…
En La Libertad se instala por las noches alrededor del botijo un retén de guardias de Asalto en previsión de algún ataque de los jóvenes falangistas. Hermosilla, el director, ha puesto pistolas a disposición de los redactores y se muestra muy nervioso y agitado. Lezama adopta actitudes heroicas que secundan Somoza, Guzmán y hasta el pacato Ángel Lázaro… y el siempre risueño Eduardo Haro. Todos están dispuestos a hacer frente a los falangistas, si llegan a venir.
Joaquín Aznar, que ahora es un simple redactor, mueve la cabeza desaprobando esos extremismos. Otro tanto hace el viejo repórter político, Darío Pérez. Pero nadie les hace caso.
El periódico extrema cada día más la nota revolucionaria y hasta las caricaturas de Bluff, ese empleado postal, pequeño, gordito y con lentes, son de una demagogia explosiva.
—La revolución se masca —dice satisfecho el gran Cimorra.
En la calle de la Montera, un ciego toca en su acordeón La Internacional y un público compacto lo escucha y le llena de monedas el platillo…
La Puerta del Sol es un hervidero de gente sospechosa. Con aire retador suenan los pregones de Aurora Roja, periódico obrero y campesino, órgano oficial del Partido Comunista… a los que contestan en el mismo tono otros de Rebelión: “Ha salido Rebelión, órgano de Falange española y tradicionalista de las JONS…”.
Tengo que llevar mi artículo a La Libertad. Me dirijo a la redacción, esperando encontrármela en estado de alarma. Pero no hay nada de eso. Todo el mundo está allí tranquilo. Los guardias del retén bostezan, con sus tercerolas apoyadas en la pared y el clásico botijo en medio como un niño. Los redactores no saben nada de lo que ha pasado en África ni de lo que se espera y teme que pase en Madrid. Pero Hermosilla, que llega en aquel momento, se alarma, al saber la noticia y todo nervioso, exclama:
—¡Las pistolas! Hay que estar armados esta noche. ¿Dónde están las pistolas?
Resulta que las pistolas las tiene guardadas el administrador en el cajón de su despacho y él no está en aquel momento.
—¡Pues hay que descerrajar el cajón! —grita Hermosilla—. No podernos dejar que nos cojan desarmados.
Llega Lezama, tan arrogante como siempre, con su chambergo y su chalina, y su importancia de líder popular. Al saber la noticia, se ríe también. Eso es un bulo. Él viene de hablar con Casares Quiroga y en el Ministerio todos estaban tan tranquilos.
Para salir de dudas, Hermosilla telefonea a la Dirección de Seguridad y habla con el propio director. Se oye el bordoneo de la respuesta… Tampoco allí tienen la menor noticia de nada… Hermosilla cuelga el auricular, algo más tranquilo… pero no del todo. Por si acaso, ordena que se violente el cajón de las pistolas o vaya a avisarse al administrador.
Hay que escribir con la pistola al lado… —dice—. Si vienen, nos defenderemos a tiros…
—¡Magnífico! —aprueba Lezama—. ¡Cuente usted conmigo, director!
Joaquín Aznar, desde un rincón, sonríe.
En medio de aquella agitación, dejo mi artículo en manos de Hermosilla y me despido.
Entre tanto héroe, ¿qué falta hago yo?»[8]
(Antonio Hermosillo, director, propietario de La Libertad. Pudo escapar a Chile al terminar la guerra, acompañado de Antonio de Lezama, que cambió sus ropas bohemias por el uniforme de director de la escuela de comisarios: le recuerdo con su melena blanca bajo la gorra y el monóculo de dandy en el ojo. Desde la Embajada de Chile, donde se refugiaron al entrar «los nacionales», enviaron un coche a recoger al «siempre risueño Eduardo Haro», mi padre, que se negó a abandonar su casa; días después fue detenido por un piquete de infantería de Marina, condenado a muerte en un Consejo de Guerra Sumarísimo de Urgencia, indultado varios meses después y liberado a los cuatro años de terminada la guerra: nunca volvió a escribir. Ángel de Guzmán, anarquista, redactor deportivo, vino una mañana a casa para recoger algunas prendas de ropa; iba en un automóvil de la CNT a los pueblos para intercambiarlas por alimentos. Llegó a San Martín de Valdeiglesias sin saber que estaba ocupado por los facciosos: fue asesinado en el acto. Eduardo de Guzmán, director de Castilla Libre, anarquista, fue detenido en el Campo de Albatera, traído a Madrid, torturado, condenado a muerte, indultado; ganó su vida escribiendo una novela a la semana con los pseudónimos de Edward Goodman y otros. El «pacato Ángel Lázaro» se escondió y libró; pudo seguir escribiendo con distintos pseudónimos y colaboró con autores de teatro ocultando su nombre. El dibujante Bluff fue condenado a muerte e indultado, y pudo colaborar en Redención, periódico que editaba la Dirección General de Prisiones para los presos; uno de sus dibujos en esa publicación tenía como fondo un cielo tachonado de estrellas, y se encontró que esas estrellas eran de cinco puntas, como las de los comunistas; se le aplicó la pena de muerte de la que había sido indultado, y le fusilaron. No tengo noticia de Rebelión, pero no pudo ser órgano de «Falange española tradicionalista», porque la reunificación se hizo mucho después. Rafael Cansinos Assens, poeta ultraísta, polígloto, traductor del árabe, del hebreo, del inglés, del ruso… dejó escritos y notas para los volúmenes de La novela de un novelista, que relata la vida bohemia y literaria; estuvo oculto porque su condición de judío le hacía sentirse seriamente amenazado por los nazis. Le recuerdo mucho en el café Europeo, de la Glorieta de Bilbao, al fondo, bajo la escalerilla de caracol que conducía a los billares…).