Capítulo II

Fascismo, comunismo, anarquismo

La derecha, además de sus movimientos clásicos de carácter monárquico y católico, comenzó a segregar organizaciones que imitaban el fascismo italiano: las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), que más tarde se sumarían a Falange Española, fundada por José Antonio Primo de Rivera, para llegar en 1934 a FE y de las JONS, y un movimiento de la derecha no estrictamente monárquica, la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) de José María Gil-Robles, que produjo también unas milicias (Juventudes de Acción Popular) uniformadas y con instrucción premilitar. El clima social favoreció a la numerosa burguesía y a la clase media: en las elecciones de 1934 ganó la coalición formada por Alejandro Lerroux y José María Gil-Robles, que comenzó un rápido movimiento de retroceso sobre las reformas de la República. El ideal de tanto conspirador estaba representado especialmente en Mussolini y en lo que se suponía similar: lo mediterráneo, la catolicidad, la latinidad y toda la retórica necesaria. Uno de los méritos de estos gobiernos fue el que protagonizó su ministro de la Guerra, Gil-Robles, cuando nombró a Franco, el 13 de mayo de 1935, jefe del Estado Mayor General. Pese a ello, Franco, como se dice en otro lugar, le obligó a exiliarse apenas inició su guerra.

Se ha atribuido parte del éxito de la derecha a la concesión del voto a la mujer. Había entonces una fuerte discusión, que ya procedía del siglo pasado en Francia, entre los partidarios de la concesión del voto a la mujer, que habían solicitado con arrojo y dificultades las «sufragistas» (sufragio = voto, el sufragio universal, expresión máxima de la democracia, significaba el derecho de todos a votar, y también el de todos a ser elegidos), que eran principalmente los católicos y los conservadores, y sus enemigos, principalmente los socialistas, quienes alegaban que la mujer estaba sometida a la presión de la Iglesia, pero a la que atribuían además un papel conservador que consideraban «biológico»: eran ellas las que retraían a los maridos de participar en huelgas o pertenecer a sindicatos por miedo a la pobreza absoluta, por defensa de la prole.

Este debate se repitió en España a la llegada de la República, y a las objeciones clásicas se unía el rechazo de la mujer española al divorcio, que consideraba equivalente al repudio. Era lógico en un país donde el grado de la instrucción era bajo y las mujeres sólo tenían acceso a empleos subalternos, como campesinas, criadas, lavanderas o las más favorecidas taquígrafas y mecanógrafas, a las que se llamaba «taquimecas», y donde era tradicional que, una vez casadas, abandonaran cualquier empleo. Parece estadísticamente cierto que el voto femenino ejercido por primera vez en España en 1934 favoreció a las derechas. Sin embargo, luego la evolución de la mujer en sentido contrario fue muy rápida: por las represiones de la derecha sobre los republicanos, por la fuerza de un movimiento feminista del que fue figura destacada la joven escritora Hildegard, por la presencia de mujeres republicanas en el Congreso (Victoria Kent, Clara Campoamor) y por el hecho de que los grandes movimientos revolucionarios estuvieran dirigidos por mujeres: el anarquista por Federica Montseny, el Partido Comunista por Dolores Ibárruri, Pasionaria. En febrero de 1936, en las elecciones que ganó el Frente Popular, se registró un cambio de voto de la mujer hacia la izquierda.

(Dolores Ibárruri Gómez, 1895-1989. Firmó sus primeros escritos como «Pasionaria», y ese sobrenombre llegó a convertirse en el símbolo mundial de la resistencia al fascismo. Estrechamente ligada a la defensa de Madrid. Hija de minero, sirviente, costurera, esposa de minero, madre de seis hijos, alma del Partido Comunista; cuando regresó a España después del exilio en Moscú procuró mantenerse siempre silenciosa mientras su partido se deshacía en luchas internas. Personaje de canciones, poemas, composiciones musicales. Uno de los personajes expulsados del partido, gran figura de la clandestinidad comunista en Madrid, ministro luego del Gobierno socialista de Felipe González y autor de numerosos libros de recuerdos y memorias con un contenido ya anticomunista y antisoviético, Jorge Semprún, le había dedicado este poema:

«Tu sonrisa, Dolores»

Yo me acuerdo.

Era una tarde tibia de marzo en el destierro.

Dormían en la savia los rumores

de miles de hojas verdes. Y las flores

en la profundidad de los capullos preparaban

su negación airosa. La madre tierra

hervía en el proceso de antiguos renaceres.

De lo viejo y lo nuevo en la contienda,

frágil presagio victorioso, un árbol

anunciaba porvenires de gloria

frente a los estertores del triste invierno agónico.

Y el sol en los cristales mortecino.

Se abrió la puerta. Entraste. Nos alzamos

de nuestras sillas. Fuiste estrechando manos, sonreías.

Y entonces estalló la primavera.

Dolores comentó apenas la expulsión de Semprún del PCE: «Siempre ha sido un cabeza de chorlito».

Miguel Hernández le dedicó un extenso poema; éstos son algunos fragmentos:

[…]

Una mujer que es una estepa sola

habitada de aceros y criaturas

sabe de espuma y atraviesa de ola

por este municipio de hermosuras. […]

Vasca de generosos yacimientos,

encina, piedra, hierba noble,

naciste para dar dirección a los vientos,

naciste para ser esposa de algún roble. […]

Tus dedos y tus uñas fulgen como carbones,

amenazando fuego hasta los astros

porque en mitad de la palabra pones

una sangre que deja fósforo entre sus rastros.

Claman tus brazos que hacen hasta espuma

al chocar contra el viento.

Se desbordan tu pecho y tus arterias:

por qué tanta maleza se consuma,

por qué tanto tormento,

por qué tantas miserias. […])

(Federica Montseny Mañé, 1905-1994. Escritora, novelista, revolucionaria; hija de los escritores anarquistas catalanes Joan Montseny [«Federico Urales»] y Teresa Mañé [«Soledad Gustavo»], fundadores de La Revista Blanca y de Tierra y Libertad; a los diecisiete años, entre 1921 y 1922, publicó Horas trágicas, y a los veintitrés, La indómita; abandonó la literatura por la acción directa. Pasó de la CNT —Confederación Nacional del Trabajo— a la FAI —Federación Anarquista Ibérica—, más extremista, y dentro de ella, al ala izquierda. Sus adversarios dentro de la Federación la llamaron, en burla, «Miss FAI». Defensora de la familia, entendía ésta como una unión libre con hijos propios o adoptados donde cada uno tuviera su libertad de decisión y sin que los padres formaran a sus hijos en su misma ideología. Defendía el derecho al aborto e intentó suprimir la prostitución en Barcelona primero y en España cuando fue ministro de la República, pero no se consideraba feminista.

Montseny expresó así el pensamiento anarquista sobre la mujer y el feminismo: «Entre los muchos equívocos a desvanecer, hay el del sexo. Nosotros jamás hemos sido feministas, porque consideramos que la mujer debe tener los mismos derechos que el hombre y que, como el hombre, posee las mismas parecidas cualidades y los mismos semejantes defectos.

Establecer un compartimento estanco entre hombres y mujeres, viejos y jóvenes, nos parece lo más absurdo y lo más estúpido. Las huestes de Hitler y los balillas mussolinianos estaban constituidos por una juventud tan execrable y tan carente de sensibilidad y de escrúpulos como los vejestorios que gobernaban los otros pueblos. En cuanto a las mujeres y a su pretendida delicadeza y bondad de sentimientos, hablemos un poco de ello.

Hay mujeres, como hay hombres, que honran a la especie por la excelsitud de su pensamiento, por la nobleza y la dignidad de su carácter. Hay mujeres, como hay hombres, que saben compartir el dolor de los demás, realizar en ellas mismas la transubstanciación individual, incorporándose al drama, las luchas, las esperanzas de la especie. ¿Para qué citar nombres? Concepción Arenal, Ellen Key, Louise Michel…

Pero al lado de esta calidad excepcional, que honra al sexo y a la humanidad, ¡cuántas mujeres encontraremos tan detestables, tan odiosas como los más odiosos y detestables de los hombres!

Pensamos ahora en las damas de la aristocracia y la burguesía francesa que, después de la Commune de París, iban a recrearse con el espectáculo de los supliciados. No recordamos si Henry Rochefort o la propia Louise Michel cuentan cómo las leonas de la época, mundanas y medio mundanas, esposas o queridas de los industriales, y los representantes franceses de las “grandes familias” iban a remover, con las puntas de sus sombrillas, los sesos del desgraciado Flourens, asesinado y expuesto “como ejemplo” por los versalleses. Pensamos en las horribles capos femeninas de los campos de la muerte, de Auschwitz, de Ravensbrück, de todos los altos lugares del sufrimiento humano, que infligían el tormento y llevaban a las cámaras de gas con la misma frialdad que los hombres empleados en tales menesteres. Pensamos en las esposas de los jefes de campo, que se hicieron fabricar lámparas y abanicos con la piel arrancada de las espaldas de los deportados…»[3]

Federica Montseny vivió un drama en la guerra civil que la preocupó durante toda su vida: aceptar formar parte de un gobierno, junto con su compañero de partido García Oliver. En el Gobierno que formó en Madrid Largo Caballero se trató de hacer una unidad de todos los partidos empeñados en el antifascismo. Sin embargo, la pureza anarquista no aceptaba los gobiernos; su ideario era el de hacer la revolución al mismo tiempo que la guerra, cosa que no compartían los demás. La República, por otra parte, había reprimido duramente, incluso salvajemente, los movimientos anarquistas, que hacían responsable de ello a Azaña cuando fue presidente del Gobierno —en ese momento lo era de la República—. El propio Azaña se resistió a firmar el nombramiento de dos ministros de la FAI —a la que consideraba responsable de asesinatos en Madrid, y cuyos miembros se consideraban «incontrolados»—; sin embargo, la insistencia de Largo Caballero convenció a todos de la necesidad de acción común. Federica Montseny trabajó no solamente para que se mantuviese ese espíritu, sino para contener las luchas entre anarquistas y comunistas —como en los llamados sucesos de mayo, Barcelona, 1937—; ella misma fue víctima de un atentado comunista. El debate sobre esta forma de colaboración todavía no se ha cerrado).

Se ha llamado «bienio negro» a los dos años que duraron los gobiernos de la derecha, representados por Alejandro Lerroux como presidente del Gobierno y José María Gil-Robles como ministro de la Guerra (los dos años anteriores, desde la Constitución hasta 1934, serían el «bienio azañista»).

La velocidad con la que los cuatro gobiernos del «bienio negro» quisieron deshacer las primeras conquistas de la República fue excesiva. En muchos casos la recuperación de la Iglesia en la vida civil era ya imposible, como en el divorcio, pero se reincorporó a la enseñanza. La tímida reforma agraria fue también combatida. Lerroux y Gil-Robles se apresuraron a indultar a Sanjurjo y a sus compañeros de intentona golpista y colocaron en puestos de importancia a Franco, a Mola, a Fanjul y a Goded, conocidos por su aversión a la República. Se supone que en dos ocasiones al menos Gil-Robles entabló contactos con los altos jefes militares para preparar un golpe de Estado a la manera del de Primo de Rivera, pero manteniendo la República: no pareció que estuviera en la mentalidad militar de entonces la colocación de un «Jefe» a la cabeza del país.

(Alejandro Lerroux, 1864-1949. Comenzó su carrera en Madrid como anticlerical y obrerista; se fue a Barcelona, donde el movimiento obrero era más poderoso, y creó allí la Casa del Pueblo, centro de cultura y animación del mismo tipo que los que luego fueron dirigidos por el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores; la primera estaba ya funcionando en Valencia. En Barcelona le llamaban «el emperador del Paralelo» y sus frases demagógicas y anticlericales producían entusiasmo: «Levantemos los velos de las novicias y hagámoslas madres».

Fue diputado por Unión Republicana en Barcelona, en 1903, pero se declaró anticatalanista y fue derrotado en las elecciones de 1907. Por esa circunstancia se fue inclinando poco a poco hacia la derecha con su Partido Radical —sufrió la escisión de los radicales-socialistas, más a la izquierda—. Fue ministro en varios gobiernos de la República; en las elecciones de 1934 se presentó en alianza con la Confederación de Derechas de Gil-Robles, pero a finales de 1935 se descubrieron algunos escándalos de corrupción de los que se acusó al Partido Radical. El más conocido fue el que dio origen a la palabra estraperlo: la concesión de unos permisos de juego al inventor de una ruleta —Strauss, de donde viene la primera parte de la palabra, estra—, probablemente trucada, mediante regalos y dinero a la familia Lerroux. En las elecciones de 1936 no consiguió el acta de diputado. Quiso sumarse al movimiento de Franco, pero no fue admitido: se fue al exilio en Portugal, donde también estaba Gil-Robles.

Arthur Koestler, el ex comunista que asistió a la guerra de España como corresponsal de un periódico inglés —capturado a la caída de Málaga, fue condenado a muerte por Queipo de Llano, pero las presiones internacionales y un posible canje le liberaron—, cuenta en sus memorias que tuvo adjudicado en Madrid el automóvil de lujo y el mecánico que habían sido de Lerroux: había en él pequeños compartimentos secretos que, según el mecánico, servían para ocultar medias de seda y otros pequeños regalos con los que «don Ale» —apodo con el que se le conocía popularmente— seducía a las jovencitas. No le permitieron el regreso a España hasta 1947, ya gravemente enfermo: murió en 1949, a los ochenta y dos años).

(José María Gil-Robles y Quiñones, Salamanca, 1898-1980. Licenciado en Derecho, su actividad pública se inició en el diario católico El Debate —llegó a dirigirlo—; colaboró con Calvo Sotelo, bajo la dictadura de Primo de Rivera, en la elaboración de un nuevo régimen de administración local. Fue dirigente máximo de Acción Popular, que luego se convertiría en Confederación Española de Derechas Autónomas. Entre los numerosos aspirantes al puesto de Mussolini español, este político demócrata cristiano fue uno de los más destacados, aunque no con tantas posibilidades como José Calvo Sotelo. Los caricaturistas eran muy aficionados a su cabeza en forma de pera; pero su rostro se hizo popularísimo sobre todo por el cartelón con su efigie colocado en la casa de la Puerta del Sol entre Mayor y Arenal con el letrero «A por los trescientos»: es decir, a ganar los trescientos escaños que le habrían de dar la mayoría absoluta en las Cortes de 1936, destruidas ya sus alianzas con Lerroux. No los consiguió. La frase «Todo el poder para el Jefe», con la que también quería animar a sus votantes, le calificó de excesivamente próximo a Mussolini, el Duce.

«Hay que ir a un Estado nuevo… ¡qué importa que nos cueste hasta derramar sangre! Necesitamos el poder íntegro, y eso es lo que pedimos… La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el Parlamento o se somete o le hacemos desaparecer[4]». Conspiró probablemente con Mola, pero no fue aceptado por el movimiento de los generales. Al comenzar la guerra civil fue al exilio de Portugal y quiso sumarse a Franco, pero, como le sucedió a su compañero de exilio y de Gobierno Lerroux, no fue admitido. Regresó en 1953 y llevó a cabo una campaña monárquica —por don Juan de Borbón, también en el exilio de Portugal— y de reconstrucción de la democracia cristiana. Fue duramente tratado por el franquismo y acusado de conspirador en el «contubernio de Munich» —una reunión de enemigos del régimen de todos los partidos—; perteneció a la «Platajunta», compuesta de dos agrupaciones, la Plataforma de Convergencia Democrática y la Junta Democrática); en las primeras elecciones nacionales después de la muerte de Franco se presentó como diputado en la circunscripción de su viejo feudo, Salamanca, pero no consiguió el acta. Murió en 1980).

El amplio y fracasado movimiento que se llamó Revolución de Asturias, pero que en realidad fue mucho más extenso, era un intento de respuesta no sólo a lo que se veía como una anulación de la República, sino al miedo a que se produjera el movimiento fascista mussoliniano tantas veces esbozado y que había recibido un nuevo refuerzo con la ascensión de Hitler al poder: canciller por las elecciones de enero de 1933, Führer por el plebiscito de 1934. La posibilidad de que España siguiera un camino parecido se veía en los dos campos: por Gil-Robles en la derecha, por los socialistas y los partidos de izquierda en el campo contrario.

La izquierda era muy heterogénea: los partidos meramente republicanos y demócratas eran más bien centristas; el Partido Socialista desconfiaba por razones históricas, y ajenas a España, de los comunistas (que eran por otra parte muy pocos en ese momento, y divididos en varios grupos) y de los anarquistas, que desconfiaban de todos y llegaban a la conclusión de que los azañistas o los conservadores eran, en el fondo, las mismas personas. Un gran factor de oposición a las derechas gobernantes lo dieron los nacionalismos: los catalanes vieron recortado el Estatuto de «región autónoma dentro del Estado español» (1932): de hecho, fue suspendido en octubre de 1934, después de los movimientos revolucionarios. El Estatuto vasco quedó bloqueado por el Gobierno de Lerroux y los diputados nacionalistas se retiraron de las Cortes. En Galicia, el proyecto de Estatuto fue congelado por los radicales y los cedistas y el referéndum que lo proclamaría no pudo celebrarse hasta el triunfo del Frente Popular, pero la guerra civil impidió que se pusiera en práctica. Aunque los estatutos habían tenido el apoyo de los partidos de izquierda en las Cortes, los nacionalistas no eran especialmente de izquierdas. Sin embargo, apoyaron en distinta medida el movimiento socialista de octubre de 1934. Debía iniciarse con una huelga general que forzase al presidente de la República a disolver las Cortes y a convocar nuevas elecciones generales, pero la represión fue inmediata y brutal. En Cataluña la huelga general fue proclamada por la Alianza Obrera (con la abstención anarquista), pero los fascistas de José Dencás (los escamots) lanzaron una insurrección armada y, al mismo tiempo, Lluis Companys proclamó la República Catalana. Los tres movimientos fracasaron ahogados por la Guardia Civil y el Ejército mandado por el general Batet.

(Domingo Batet Mestres, 1872-1937. Sacó a la calle en Barcelona la IV División y obtuvo la rendición de Companys y la de los que le habían secundado, y terminó con la huelga general obrera: fue premiado con la Laureada y le nombraron jefe de la VI División Orgánica, en Burgos. El 18 de julio de 1936 no se sublevó, pero tampoco opuso resistencia a los sublevados y se rindió. Fue acusado por sus compañeros franquistas de rebelión militar y condenado a muerte por un Consejo de Guerra Sumarísimo de Urgencia. Intervinieron a su favor otros generales, se alegó su condición de caballero laureado y sus méritos al apagar la sublevación catalana y se elevaron numerosas peticiones de indulto y de revisión, pero Franco no le perdonó. Fue fusilado en 1937).

Vizcaya y Guipúzcoa (no así Navarra, donde los carlistas eran opuestos al Estatuto) mantuvieron la insurrección durante siete días; cesó cuando la represión había causado ya cuarenta muertos. Mil quinientas personas fueron encarceladas; muchas de ellas estuvieron en las prisiones, algunas de ellas habilitadas en barcos, hasta las elecciones del Frente Popular. En Asturias el movimiento se convirtió en revolución y se llegó a formar una junta de los partidos principales (Comité Provisional Revolucionario de Asturias; los anarquistas, en este caso, se unieron a los partidos políticos) que atendió a la gobernación inminente del territorio. El ministro de la Guerra de Lerroux, Diego Hidalgo, envió un tercio de la Legión y un cuerpo de moros, los Regulares: no hay precisión real sobre el número de muertos, pero probablemente pasaron del centenar. Fueron encarceladas treinta mil personas; dos de ellas fueron condenadas a muerte y ejecutadas sobre el terreno. Diego Hidalgo llamó al comandante militar de Baleares para que se encargase personalmente de las operaciones de represión de la Revolución de Asturias: era Franco.

(Francisco Franco Bahamonde, 1892-1975. Biografía obvia. Se despliega a lo largo de estas páginas: es, podríamos decir, su protagonista).

A raíz de los sucesos de Asturias y de la represión sangrienta e interminable se radicalizaron las dos Españas: la izquierda se sintió unida, pese a unas diferencias que no terminarían jamás (ni durante la guerra, ni el exilio, ni en las prisiones franquistas), y la derecha perdió sus últimas preocupaciones constitucionales. La palabra clave era fascismo: en la derecha apenas se pronunciaba, por no inquietar a las democracias europeas, pero sí se empleaban términos equivalentes a los de Mussolini y Hitler. La reunión de la derecha fue muy heterogénea: los grupos en torno a Calvo Sotelo y Renovación Española, los monárquicos en sus dos ramas, los católicos de Gil-Robles y los falangistas ya unificados bajo José Antonio Primo de Rivera, que llevaban la acción al extremo de la «dialéctica de los puños y las pistolas» y cuyos más aristocráticos representantes no vacilaban a la hora de disparar.

(José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, 1903-1936, llamado solamente José Antonio como personaje de culto. Su principio básico fue el de rehacer la obra de su padre, el Dictador, y reivindicar su memoria histórica. Quiso empezar una carrera política en la Unión Monárquica Nacional, pero no consiguió al acta de diputado hasta 1933, después de haber fundado Falange Española; la perdió en las elecciones de 1936. El Gobierno del Frente Popular declaró a Falange, ya unificada con las JONS, fuera de la ley, por considerarla culpable de los desórdenes callejeros y del pistolerismo. José Antonio Primo de Rivera fue detenido por tenencia ilícita de armas, al igual que otros personajes de su partido. Al comenzar la guerra civil fue trasladado a Alicante, juzgado por rebelión, condenado a muerte y fusilado el 20 de noviembre de 1936. Se ha especulado con la posibilidad de que algunos intentos de canje concretamente, por Francisco Largo, hijo de Largo Caballero, que fue luego fusilado, fueran desechados por Franco, ante el riesgo de que José Antonio quisiera ocupar el puesto de dictador apoyado por Italia y Alemania. También se habló de la posibilidad de que fuera liberado y enviado directamente a la zona franquista después de haber obtenido de él una promesa de mediación. El testamento que dejó al morir es un documento muy lejano a sus textos de combate y muestra una gran serenidad. Durante mucho tiempo, José Antonio fue una figura de culto en la España de Franco, pero quienes quisieron heredarle en la jefatura de Falange fueron apartados y en algunos casos condenados a muerte, como Hedilla, aunque no fusilados. Franco tomó para sí el puesto de Jefe Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, tras unir a ella el movimiento carlista y añadir a su uniforme la boina roja del requeté. Su agresividad era manifiesta, como fue nota dominante de todos los movimientos fascistas. Su idea de que había que emplear, frente a la dialéctica filosófica de Marx, la «dialéctica de los puños y las pistolas» fue más que una frase: fortaleció el pistolerismo. No está excluido que él mismo disparase alguna vez, y muchos de sus familiares fueron acusados directamente de homicidio. La frase completa, pronunciada en el discurso fundacional de la Falange en el Teatro de la Comedia de Madrid —29 de octubre de 1933—, sobre cuyo significado se ha discutido mucho, es ésta: «¿Quién ha dicho, al hablar de “todo menos la violencia”, que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la Justicia o a la Patria…»).

La respuesta al Gobierno de la derecha y a las durísimas represiones de Asturias fue una agrupación de los partidos de izquierda en el Frente Popular (Francia ya estaba gobernada por un Frente Popular, movida por el antifascismo), que reunía a Izquierda Republicana (el partido de Manuel Azaña), Unión Republicana, Partido Socialista, Partido Comunista, Partido Obrero de Unificación Marxista y Confederación Nacional del Trabajo (la CNT, anarquista).

El periódico donde trabajaba mi padre, La Libertad, estuvo publicando diariamente una cabecera en primera página que decía: «¡Viva la República del 14 de abril!», señalando que los acontecimientos posteriores habían traicionado el espíritu republicano, y pidiendo su restablecimiento. En las vísperas de las elecciones, el pistolerismo se multiplicó: a veces, las manifestaciones obreras eran interrumpidas por el disparo de un «paco», desde una azotea o un balcón. Yo tenía doce años: repartía candidaturas de los distintos partidos del Frente Popular y vendía ejemplares del periódico de las Juventudes Socialistas Unificadas (comunistas), Juventud (director: Fernando Claudín).