CASI LO MISMO, PERO DIFERENTE

Aquella noche fui el primero en irse a la cama. Desde el barracón oí regresar a Bugs y a Keaty con las provisiones para el Tet. La gente se entusiasmó ante lo que traían para la fiesta. Al cabo de unos momentos Keaty me llamó por mi nombre, y otro tanto hizo Françoise poco después. No contesté a ninguno de los dos. Tendido de espaldas y con la camiseta sobre la cara, estaba esperando que el sueño me venciese. Fue curioso lo poco que tardó en ocurrir.

El claro siempre había sido un claro, y aunque casi había duplicado su tamaño con la expansión del campamento, ya existía cuando los árboles cohete no eran más que retoños. ¿Cuánto haría de eso? ¿Doscientos años? Quizá más. Sólo conozco un modo de saber la edad de un árbol, y es cortándolo, pero no era difícil imaginárselos unos cuantos siglos atrás.

—Un trabajo de Hércules —dijo Mister Duck, pensativo. Se encontraba justamente en el lugar donde se levantaba el barracón, casi oculto entre los helechos—. Hubo que desviar la corriente, lo que hicimos cuando llevábamos ya dos años y éramos catorce los que vivíamos aquí. No habríamos podido hacerlo sin Jean, desde luego, y no sólo desde un punto de vista técnico, sino también porque trabajó como un burro… convirtiéndose en un ejemplo para todos. Ya me habría gustado tenerte entre nosotros, Richard, que hubieras estado aquí desde el principio. Sal, Bugs y yo… No te imaginas lo que fue aquello…

Me abrí paso cuidadosamente entre los arbustos, midiendo la distancia entre la puerta del barracón y el lugar donde debía de encontrarse mi cama. Era curioso pisar el lugar en el que, en aquel mismo instante, me encontraba durmiendo.

—Me lo puedo imaginar —comenté, y me hice a un lado con la embarazosa sensación de que me estaba pisando la cabeza—. Claro que puedo imaginármelo.

—Si no fuera porque te conozco —dijo Mister Duck levantando un dedo—, consideraría una ofensa lo que dices. No puedes imaginarte cómo nos sentíamos, entre otras cosas porque eres demasiado joven. Me tiré más de once años viajando con Sal y Bugs. ¡Once años, Rich! ¿Cómo te vas a imaginar lo que es vivir con un cáncer durante once años?

—¿Cáncer?

—Eso he dicho. Cáncer. O sida. ¿Cómo lo llamarías tú?

—¿A qué?

—A vivir con la muerte. El tiempo pone sus límites a todo lo que te complace. Ya puedes sentarte en una hermosa playa, que el jodido tiempo se te echará encima, condicionando el modo en que miras la arena y los crepúsculos y saboreas el arroz. Después te vas, y a esperar que todo vuelva a ocurrir. ¡Once años así! —Mister Duck se estremeció—. Luego a lo mejor piensas que ya no tienes cáncer y crees que has encontrado un remedio… Eso es lo que no puedes imaginarte, Rich.

Al menos, la cascada y el estanque eran exactamente los mismos, aunque con algunos arbustos diferentes, supongo, y sin duda con unas cuantas ramas invisibles rotas en los árboles, pero no tan distintos como para que mereciese echarle una segunda mirada.

Sólo había una diferencia, quizás, y habría tardado cierto tiempo en dar con ella. En el árbol grabado no había ninguna inscripción, y Mister Duck sacó una navaja del bolsillo en cuanto llegamos al estanque, y se puso a trabajar en los nombres.

Lo observé un buen rato; su rostro, habitualmente sereno, reflejaba una profunda concentración.

—¿Por qué yo? —le pregunté cuando empezaba a escribir el calendario cero.

Sonrió.

—Me gustó el modo en que protestaste cuando te arrojé el porro. Fue divertido verte tan indignado. Pero, sobre todo, te escogí porque eres un viajero. Cualquier viajero habría hecho el trabajo. Difundir las noticias forma parte de nuestra naturaleza.

—¿Nuestra?

—Yo no soy mejor que tú. Soy exactamente igual.

—Quizá peor.

Mister Duck terminó el último cero con un giro de la muñeca, y un pedazo de corteza en forma de óvalo cayó en su regazo.

—¡Vaya! —exclamó, alegre—. No recordaba haber hecho esto. ¡Qué divertido!

—Quizá peor —repetí—. Si en parte soy responsable de la destrucción de la playa, es por algo que hice involuntariamente. Tú, en cambio, lo hiciste a propósito.

—¿Quién dice que destruí este lugar? Yo no, colega, no desde donde estoy… —Miró sus piernas cruzadas—. Así sentado.

—¿Quién, entonces?

Mister Duck se encogió de hombros.

—Nadie. No se trata de que te haya salido mal, Rich. Acepta el hecho de que estos lugares, la protección de estos lugares, es algo que supera nuestras fuerzas. Pensábamos que podíamos, pero nos equivocamos. Lo comprendí cuando apareció Jed. Creíamos haber dejado el mundo al margen, pero sólo era una cuestión de tiempo. Al principio no hice nada. Me limité a esperar, con la esperanza, supongo, de que se tratase de una casualidad. Pero cuando llegaron los suecos, ya no tuve duda alguna. El cáncer había regresado, incurable y maligno como la ruina… —Se levantó, se sacudió el polvo de las piernas y dejó caer el cero de la corteza al estanque de la cascada—. Terminal.

Le golpeé lo más fuerte que pude en pleno plexo solar. Cuando se dobló, lo tiré al suelo y le pateé la cara.

No hizo el menor intento de defenderse, y permitió que le pegara hasta que me dolieron los nudillos y los talones. Entonces, cuando caí sin aliento sobre la hierba, a su lado, se estiró, se puso en pie y se echó a reír.

—¡Cállate! —resollé—. ¡Cierra la puta boca!

—Pero, bueno —dijo entre risas y escupiendo un diente roto—, ¿por qué te pones así?

—¡Me engañaste!

—¿Cómo? ¿Acaso te ofrecí algo? ¿Acaso te prometí…?

—¡Sí!

—Lo único que te ofrecí fue Vietnam, y eso porque tú me lo pediste. Lo que pasa es que también querías la playa. Pero si hubieras podido tener ambas cosas, no se habría tratado de Vietnam.

—¡Yo no lo sabía! ¡No me lo dijiste!

—Así es —repuso Mister Duck, eufórico—. Eso fue lo más bonito de todo. Que no supieras que también era Vietnam. Ignorabas dónde te metías y el modo de salir, y así te viste en medio de un combate perdido de antemano. Es realmente increíble. Todo sale como estaba previsto.

—¡Pero yo no quería ese Vietnam! —exclamé—, ¡no quería eso! Yo quería… —Me detuve sin concluir la frase—. ¿Todo sale…? Aguarda, ¿has dicho todo sale como estaba previsto?

—Todo. Todo avanza hacia su amargo final —contestó, frotándose las manos—, ¿sabes una cosa, Richard? Siempre he considerado la eutanasia como una manifestación piadosa, pero jamás imaginé que fuese tan divertida.