Los gritos y alaridos cedieron paso poco a poco a los ruidos de la selva, unos sonidos perfectamente normales y a los que nunca habría prestado atención, pero que de pronto me sonaron extraños, oscura y aviesamente monótonos. La estridencia del canto de los pájaros me sacaba de quicio. Me puse de pie sin dirigirle la palabra a Mister Duck y eché a andar de regreso al desfiladero. No fue una caminata fácil. La cabeza me dolía por la descarga de adrenalina, las piernas me temblaban y no estaba en las mejores condiciones para andar con cautela. Tropecé en un par de ocasiones y por dos veces atravesé unos matorrales sin detenerme para asegurarme de que no se ocultaba nadie detrás.
Al rememorarlo, veo claramente que me sentía bajo el impacto de lo que acababa de ver y ansioso por alejarme de una zona en la que aún podían palparse los gritos. Aunque no fue así como lo viví entonces, porque en aquellos momentos yo sólo pensaba en lo importante que era volver al campamento y contarle a Sal todo lo sucedido. También me sentía furioso con Mister Duck, a quien parecían habérsele cruzado todos los cables desde el instante en que nos pusimos a seguir a los balseros. No sólo había estado incordiando con su deseo de interceptar a Zeph y Sammy antes de que alcanzaran el repecho, sino que su cháchara me había puesto en peligro. Y eso, desde mi punto de vista, era una falta muy grave. La Zona Desmilitarizada ya era lo bastante peligrosa como para que, además, uno no pudiera confiar en su compañero.
Creo que Mister Duck era consciente de mi enfado, porque, a diferencia de como solía actuar, desechó todo intento de conversación hasta que llegamos al desfiladero, donde puso una mano sobre mi hombro y me zarandeó.
—Tenemos que hablar —dijo.
—Que te den por el culo —repliqué, empujándolo a mi vez—. Han estado a punto de matarme por tu culpa.
—A los balseros sí que van a matarlos.
—Eso no lo sabes. Y yo he sentido esa puta paliza tanto como tú. Así que no te pongas en plan moralista. Sabíamos que podían atraparlos. Es lo que dábamos por supuesto cuando decidimos no establecer contacto con ellos a menos que llegaran a la cascada. ¿De qué mierda me estás hablando?
—¿Decidir? Yo no decidí nada. Lo que yo quería era que los ayudaras.
—Surgiendo de la nada como si fuera Rambo, con un M16 que ni siquiera existe.
—¡Algo podrías haber hecho!
—¿Qué? A ti lo que te ocurre es que vives en un mundo de fantasía. ¡No podía hacer absolutamente nada!
—¿Por qué no les avisaste antes de que llegaran al repecho?
—Tenía instrucciones muy claras de no hacerlo.
—Haberlas desobedecido.
—No tenía ni puta gana de hacerlo.
—¿No… tenías…?
—¡Ni puta gana!
Mister Duck frunció el entrecejo y abrió la boca para replicar, pero por algún motivo decidió no hacerlo.
—¿Qué? —le solté.
Sacudió la cabeza, con expresión de sosiego. Cuando habló, advertí que no decía lo que pensaba.
—Eso de que vivo en un mundo de fantasía fue una puñalada trapera, Richard.
—De modo que estuviste a punto de hacer que me mataran, pero soy yo quien hiere tus sentimientos. Que Dios me perdone. Soy un monstruo.
—Yo vivo en tu mundo.
—Eso es un consuelo, teniendo en cuenta que fuiste quien dijo que yo… —Me detuve a mitad de la frase, porque mientras hablaba había percibido un chasquido en algún punto de la Zona Desmilitarizada—. ¿Has oído eso?
Mister Duck vaciló por un instante y entornó los ojos, súbitamente nervioso.
—Sí. He oído algo.
—¿Estás seguro?
—Desde luego.
Aguardamos.
A los cinco o seis segundos una descarga de fusilería rompió el silencio. El sonido, perfectamente claro, corrió entre los árboles como un rumor colérico de estremecedora nitidez. Fue una única descarga, seca pero lo bastante prolongada como para hacerme pestañear y encoger los hombros mientras continuaban los tiros.
Lo primero que oí cuando cesaron fue a Mister Duck aspirar profundamente y espirar muy lentamente.
—Dios mio —murmuré—. Lo han hecho. Los han fusilado.
Para mi sorpresa, estuve a punto de vomitar. Sentí unas náuseas tremendas, el cuello se me puso tenso y una imagen pasó por mi cabeza, la de los cuerpos de los balseros, los desgarrones ensangrentados de sus camisetas, sus miembros retorcidos. Tragué saliva con dificultad, me volví hacia la Zona Desmilitarizada, supongo que en busca de una columna de humo azul en la distancia, algo que corroborara lo que habíamos oído, pero no había nada.
—Fusilado —le oí decir una vez más, y después, en un susurro—: Maldición.
Cuando me volví a mirar, Mister Duck había desaparecido.