Mis temores acerca del nubarrón se vieron confirmados cuando regresé al claro y vi los problemas que suscitaba. Françoise, Étienne y Keaty estaban sentados en círculo, y los dos últimos repetían la discusión que ya les había oído.
—Pero ¿a qué viene todo esto? —preguntaba Keaty sin apartar la mirada de su Gameboy—, ya bebe agua. Eso es una buena señal, ¿no?
—¿Buena? —dijo Étienne en tono sarcástico—, ¿por qué va a ser una buena señal el que tome un poco de agua? En sus condiciones nada puede ser bueno. Karl no debería estar aquí. Para mí es tan obvio que me resulta increíble que no lo sea para los demás.
—Descansa de una puta vez, Étienne. Hemos discutido esto cientos de ve… ¡Mierda! —Guardó silencio, profundamente concentrado en lo que tenía entre manos. Luego, de pronto, se relajó y dejó caer la Gameboy en el regazo—. Uno cinco trescientos. Iba todo bien hasta que me distrajiste.
Étienne escupió en el suelo.
—Lo lamento. No caí en que podía distraerte de tu juego electrónico si te decía que un amigo nuestro necesita ayuda.
—De amigo mío, nada. Apenas he hablado con él.
—¿Significa eso que no te preocupa lo que le pase?
—Claro que me importa, pero me importa más la playa. Y a ti también debería importarte. Bien. Esta vez voy a conseguirlo, así que no quiero que me molestéis con vuestras chorradas.
Étienne se puso en pie.
—Keaty, por favor, dime qué podría molestarte. Quiero rezar para que no ocurra.
La pregunta quedó sin respuesta.
—Siéntate, Étienne —intervine, tratando de quitarle hierro al asunto—. Recuerda lo que dijo Sal en el funeral. Tenemos que esforzarnos en superar nuestros problemas.
—Problemas —repitió fríamente.
—Todos están intentándolo.
—¿Ah, sí? Me sorprende oírte hablar de problemas.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que me pareces un desconocido, Richard. Reconozco tu cara cuando te acercas a mí, pero cuando estás a mi lado no reconozco el modo en que me miras.
Deduje que intentaba traducir algún refrán francés.
—Venga, Étienne. Dejémonos de tonterías. Recuerda lo que dijo Sal…
—¡Sal! ¡Que la follen! —exclamó, interrumpiéndome, y echó a andar en dirección al sendero que conducía a la cascada.
—Dudo mucho que Sal pudiera controlarlo —masculló Keaty en tono pensativo, sin apartar la mirada de la pequeña pantalla monocroma.
Françoise se marchó también un par de minutos después. Parecía confusa, por lo que supuse que no era de la misma opinión que Étienne.
Cuando Keaty dio por concluido su intento de superar su marca en el Tetris, le pregunté qué le parecía acompañar a Bugs para buscar arroz. Respondió que no le preocupaba en absoluto. Añadió que al principio se había asustado un poco, pero que se había hecho a la idea de que se trataba de algo beneficioso para el campamento. Aparte de ese noble gesto de reconciliación, quería asegurarse de que íbamos a contar con algo realmente bueno para el Tet.
Yo hubiera seguido hablando del Tet, pero Sal les había indicado que regresaran con el arroz en el mismo día, de modo que tuvo que irse a dormir porque debía madrugar. Me senté a solas durante unos veinte minutos, liando cuidadosamente un canuto con la idea de que me ayudase a conciliar el sueño, hasta que decidí irme a la cama. Con Zeph y Sammy en camino, Keaty no era el único a quien le esperaba un día ajetreado.
Mientras me dirigía hacia el barracón, asomé la cabeza en la tienda hospital, pensando que Jed agradecería una visita. Me bastó un solo vistazo para desear no haberlo hecho.
Jed dormía profundamente, tendido al lado de Christo, quien, para mi sorpresa, estaba medio despierto. Incluso me reconoció.
—Richard —susurró, antes de balbucear unas palabras en sueco que concluyeron en un gorgoteo.
Vacilé por un instante, sin saber si debía hablar con él. —Richard.
—Sí —repuse en voz baja— ¿Cómo te encuentras?
—Muy mal, Richard. Muy mal.
—Lo sé. Mañana estarás mejor.
—Estrellas…
—¿Las ves?
—Fos… Fos…
—Fosforescencias. ¿Puedes verlas?
—Me encuentro muy mal.
—Debes dormir un poco.
—Sten…
—Ya lo verás por la mañana.
—Mi pecho…
—Cierra los ojos.
—Duele…
—Lo sé. Cierra los ojos.
—Me siento… muy mal.
—Chist.
Jed se agitó a su lado, y Christo volvió a duras penas la cara hacia él.
—¿Karl?
—Está ahí, junto a ti. No te muevas o lo despertarás.
Asintió con la cabeza y, finalmente, cerró los ojos.
—Que duermas bien —dije, en voz quizá demasiado baja para que me oyera.
Al irme dejé abierta la puerta de la tienda para que se renovase un poco el aire mortuorio que Jed respiraba.