Pasé por delante de la puerta del barracón, donde Sal estaba sentada hablando con Bugs y Jean, y seguí hacia el sendero que conducía a la playa. Me detuve en el primer recodo, me apoyé contra uno de los árboles cohete y encendí un cigarrillo. Sal apareció cuando quedaban un par de centímetros para que la brasa llegara al filtro.
—¿Qué hay de nuevo? —preguntó sin pérdida de tiempo—. Vamos, suéltalo.
Enarqué las cejas.
—Lo sé por tu modo de andar y de mirar; ¿cómo, si no? Venga, Richard, dime qué ha pasado.
Iba a contárselo, pero se me adelantó.
—Se han puesto en marcha.
—Sí.
—Mierda. —Tras guardar silencio por unos instantes, con la mirada perdida, preguntó—: ¿Cuándo estarán aquí?
—Mañana por la tarde aproximadamente, si no se echan atrás cuando vean a los centinelas.
—O cuando tropiecen con la cascada.
—Ajá.
—No me puedo creer que avancen tan rápido. ¿Cómo lo hacen?
—Pues resulta que han fabricado una balsa.
—Una balsa. Naturalmente. Algo tenían que estar tramando… —Se llevó una mano a la frente—. Supongo que sabes lo de Christo.
Me lo pensé un momento, y asentí con la cabeza. No quería crearle complicaciones a Jed, pero cuando Sal se ponía así era mejor no engañarla.
—¿No te importa que lo sepa? —pregunté, algo intranquilo.
—No. No hay modo de guardar un secreto si no lo compartes con alguien. La presión es excesiva. De modo que no me extraña que te lo haya dicho. Estaba segura de que lo haría —se encogió de hombros—. Dado que guardas tus propios secretos, imaginé que así tendríamos todos los secretos en el mismo saco.
—Vaya.
—Sí. Una buena idea, ¿no te parece? A menos que…
Aguardé sin abrir la boca.
—A menos que no sea Jed la persona con quien has hablado de quienes vienen hacia aquí —añadió—. Después de todo, Jed ya lo sabía.
—No habría servido para aliviar la presión.
—Eso es —repuso sin darle importancia, aunque sin quitarme la vista de encima—. Entonces, ¿no se lo has dicho a nadie aparte de Jed? ¿A Keaty o a Françoise, por ejemplo? Espero que no se lo hayas dicho a Françoise, Richard. Me enfadaría mucho si lo hubieras hecho.
Negué con la cabeza.
—No he hablado de ello con ningún bicho viviente —contesté en el tono más firme de que fui capaz, y no faltaba a la verdad, pues mis palabras dejaban aparte a Mister Duck.
—Bien —dijo Sal, desviando la mirada y claramente satisfecha—. He de reconocer que me preocupaba mucho que hubieras hablado de este asunto con Françoise. Ella se lo hubiera dicho a Étienne, ¿te das cuenta? Tampoco habrás hablado con ella de Christo, supongo.
—Me he enterado de lo de Christo hace veinte minutos.
—Si Étienne lo sabe…
—Lo tengo en cuenta. No te preocupes. No se lo diré a nadie.
—Estupendo. —Hizo una pausa—. Bien, parece que tenemos un pequeño problema con esos balseros… Así que no crees que lleguen aquí antes de mañana.
—No. No lo creo.
—¿Estás absolutamente seguro?
—Sí.
—Entonces lo consultaré con la almohada. Necesito tiempo para pensarlo. Mañana por la mañana te diré qué he decidido hacer con ellos.
—Muy bien.
Ignoraba si debía irme o no, pero pasó un minuto entero sin que Sal dejara de mirar a la nada, así que me largué.