El descubrimiento de que Zeph y Sammy habían emprendido la marcha hacia nuestra isla me puso mucho más nervioso y me excitó menos de lo que había supuesto. Era una sensación confusa cuyo sentido aún trataba de explicarme cuando volví al campamento. De hecho, fue entonces cuando me sentí más perplejo.
Nada en el claro sugería que habíamos enterrado a Sten aquella misma mañana. El ambiente era más dominical que fúnebre. Unos cuantos jugaban al fútbol junto al barracón, Jesse y Cassie silbaban mientras tendían una ropa que habían lavado, Antihigiénix manipulaba su Gameboy mientras Keaty miraba por encima de su hombro, y Françoise… pues me sorprendió de veras. Estaba sentada con Étienne y Gregorio en el lugar que Bugs y los suyos habían ocupado hasta el día anterior. La suponía pendiente de Karl mientras brillase el sol, como había hecho desde el ataque del tiburón. No había que esforzarse mucho para ver que todos estaban allí y nadie se había quedado a hacerle compañía a Karl.
Por un lado, era reconfortante comprobar que, fuera cual fuese mi estado mental, aún podía percatarme de que todo aquello resultaba anormal. Y para confirmar que la conducta de mis compañeros era tan inadecuada como yo suponía, al pasar junto a Cassie me detuve para preguntarle cómo se encontraba. La escogí a ella porque, en primer lugar, estaba más cerca que los otros, pero también porque ése era el modo en que ella había estado incordiándome los días que siguieron a la intoxicación.
—Mmm —respondió sin dejar de tender ropa—. He estado peor.
—¿No te sientes triste?
—¿Lo dices por Sten? Oh, sí, desde luego que me siento triste. Aunque creo que el funeral nos ha venido muy bien. En mi opinión es un modo de enmarcarlo en el pasado, en perspectiva, ¿no te parece?
—Claro.
—Era tan difícil verlo así mientras estaba de cuerpo presente. —Y se echó a reír, algo confusa— ¡Qué horror lo que estoy diciendo!
—Pero es verdad.
—Sí. Con el entierro nos hemos quitado un peso de encima. Mira cómo se ha aliviado la tensión que padecíamos… Pásame los pantalones, Jesse.
Jesse le pasó los pantalones.
—Y lo que dijo Sal también nos vino muy bien —señaló Cassie—. Necesitábamos que volviera a unirnos. Hemos comentado mucho las palabras de Sal. Estuvieron muy bien, ¿verdad?
El rostro de Jesse permanecía oculto detrás de una pila de camisetas mojadas, pero advertí que asentía.
—Sí —prosiguió Cassie en su vago y estimulante monólogo—. A Sal se le dan muy bien esta clase de cosas… Tiene carisma y… ¿Y qué me dices de ti, Richard? ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
—Mmm —comentó, distraída—. Desde luego. Tú siempre lo estás, ¿no es así?
Dejé a Cassie y a Jesse un par de minutos después, tras una charla tan necia que no merecería la pena mencionarla si no hubiese sido porque su propia necedad constituía una prueba más de lo extraño que resultaba todo. El único momento en que estuve a punto de sacar de quicio a Cassie fue cuando pregunté por Karl y Christo. Al oírme dejó caer la camiseta que estaba a punto de tender, pero no lo hizo con la intención de que ese gesto dramático sirviera de respuesta, sino porque se le escurrió de las manos. Mucho más incongruente fue su reacción.
—¡Joder! —exclamó bruscamente.
Aquello era algo inusual en ella, pues casi nunca soltaba tacos. Ruborizada, levantó la camiseta, examinó el lugar donde el tejido húmedo se había manchado de polvo, y la tiró de nuevo al suelo.
—¡Joder! —repitió.
Lo dijo con tanta fuerza que se le escapó de entre los labios un salivazo que le mojó la mejilla. No me molesté en repetir la pregunta.