CENIZAS AL POLVO

A pesar del hedor a podrido que despedía Sten (en un momento en que se le salió un pie del saco de dormir, percibimos una densa tufarada) el funeral tuvo una cierta dignidad. Nos congregamos todos alrededor de la tumba que Jean había cavado el día anterior, lo bastante cerca de la cascada como para proporcionar un agradable descanso y lo bastante lejos como para no contaminar el agua que bebíamos. Sal pronunció unas cuantas palabras refiriéndose a la lealtad que Sten había guardado siempre para con el campamento y al vacío que dejaba en nuestros corazones. Antihigiénix, como jefe de cocineros, también soltó un discurso. Habló de lo grande que eran los peces que pescaba Sten, quizá no tan sabrosos como los más pequeños procedentes de la laguna pero sí más adecuados para calmar el hambre de la gente. También dijo que, aunque Sten no había sido un hombre muy sociable, nunca había fallado en los partidos de fútbol de los domingos, en los que siempre había jugado limpiamente. Esto último produjo murmullos de asentimiento.

Nadie pareció muy conmovido hasta que comenzamos a cubrir la tumba. Varias chicas se echaron a llorar, sobre todo Ella que, como todos los cocineros, había mantenido con el difunto una relación más estrecha que los demás. En cualquier caso, las lágrimas eran comprensibles por lo que había de angustioso en el espectáculo de un saco de dormir convertido en mortaja y cubierto poco a poco de tierra. Era el testimonio de cuán absoluta había llegado a ser la ausencia de Sten en este mundo.

Al final, Bugs colocó una madera a modo de lápida. He de decir en su honor que se había esmerado grabando arabescos alrededor del nombre de Sten. Puestos a buscar defectos, señalaré que se echaba de menos el apellido de Sten y su fecha de nacimiento. El caso era que Christo se había mostrado incapaz de responder a cualquier pregunta relacionada con su difunto amigo, y a Karl sencillamente no le había dado la gana de hacerlo, de manera que así estaban las cosas. Quizá como debían estar. Los apellidos sugerían un vínculo con el mundo, un recordatorio de la familia y el hogar, que a nadie interesaba. Es curioso, pero si hoy, por alguna razón inexplicable, tuviera que buscar a alguna de las personas que conocí en la playa, no tendría a mi disposición más que sus nacionalidades y el evanescente recuerdo de sus rostros.

Mientras la ceremonia proseguía, me pregunté cuándo nos hablaría Sal de las tensiones existentes en el campamento. Al principio supuse que lo haría al pronunciar el responso, y así lo habría hecho, supongo, si no hubiese sido por el olor. A pesar de la atención con que escuchamos sus palabras y las de Antihigiénix, estoy seguro de que fue un alivio para todos ver que la tierra al fin tapaba aquel hoyo donde quedó el saco de dormir de Sten.

Sal tomó la iniciativa cuando todos dábamos el asunto por concluido. Jed ya se iba hacia el campamento —no quería dejar tanto tiempo solo a Christo—, pero Sal le hizo detenerse.

—Quédate, Jed —le gritó por encima de nuestras cabezas, puesta de puntillas—. No quiero que falte nadie. Tengo algo importante que deciros, y quiero que todos lo oigáis.

Jed puso mala cara, pero hizo lo que le pedían. Hubo otros que también pusieron mala cara y observé que entre la gente de Bugs cundían las expresiones expectantes, las cuales, me duele admitirlo, revelaban cierta presunción, o eso al menos me pareció. Aún más inquietante fue observar que Bugs se había colocado a la derecha de Sal, algo que no me habría extrañado en circunstancias normales, pero cuando ella avanzó un par de pasos para llamar a Jed, Bugs hizo lo mismo con la intención de mantenerse a su altura, empujando a Cassie para conseguirlo. Me reproché haberme olvidado de transmitir el mensaje de Sal.

—Hombre prevenido vale por dos —murmuré para mi coleto, y Keaty me miró.

—Bueno —dijo Sal, dando unas palmadas—. Me gustaría comenzar pidiéndoos que os sentéis para que todos podáis verme… y yo pueda confiar en que aún hay unas cuantas cosas, aparte del funeral, que estamos en condiciones de hacer juntos.

Hubo mucho intercambio de miradas al acomodarnos en la hierba y, como era de prever, Bugs fue el último en sentarse.

Una vez que lo hubo hecho, Sal asintió con la cabeza y declaró:

—Por si alguien lo ignora, voy a hablar del ambiente que reina en el campamento. Voy a hablar de eso porque no tengo otra opción, ya que nadie más parece querer hacerlo, salvo para chismorrear.

Fue entonces cuando, para mi sorpresa, Sal miró directamente a Bugs. Claro que no fue nada comparado con la sorpresa que se llevó éste, que se puso rojo como un tomate, lo cual confieso que me alegró. Tuve que admitir que Sal guardaba la imparcialidad prometida y, de repente, me pregunté si su relación se encontraría en peligro. Era una posibilidad deliciosa. Bugs caería en picado en cuanto ella le hiciera un corte de mangas.

Sin embargo, mi satisfacción se esfumó cuando Sal pasó a dirigirse directamente a mí.

—Añadiré que si las cosas no han mejorado, hemos de agradecérselo al esfuerzo de ciertos individuos que, en efecto, han hecho cuanto han podido para que empeoraran. Sí, Richard, me estoy refiriendo a ti. Ni se te ocurra negarlo. No quiero repetir lo que se dijo hace unas noches en el barracón, pero sí señalaré que si algo semejante ocurre de nuevo quien lanzará los arpones seré yo. ¿Está claro? —Sin esperar respuesta, prosiguió—: Richard no es el único. Por lo que a mí concierne, y con muy pocas excepciones, todos los que estáis aquí sois culpables de haberos comportado como unos auténticos gilipollas en todo este asunto. No he visto a nadie de entre los dos bandos que hiciera algo por resolver las cosas, de modo que no considero la conducta de Richard peor que la de cualquier miembro de los bandos enfrentados.

Ya no intercambiábamos miradas. Ahora todos teníamos los ojos puestos en las hojas de los árboles o en los flecos de nuestros pantalones. En cualquier sitio menos en Sal.

—Os diré cómo veo las cosas —continuó—. Hemos sufrido dos espantosos desastres la semana pasada. Primero la intoxicación, y después la inenarrable tragedia que nos ha reunido aquí, con lo que la moral del campamento se ha venido abajo. Eso es comprensible. No seríamos humanos si acontecimientos semejantes no nos afectaran. Pero… ¡basta ya! —Sal se golpeó la palma de la mano con el puño cerrado—, ¡hasta aquí han llegado las cosas! Y van a terminar con el entierro de un amigo, de modo que su muerte tenga un significado positivo. —Hizo una pausa y añadió— nuestra playa no es un lugar donde las fechas tengan mucha importancia, pero yo me atengo a un calendario, y creo que puede interesaros saber que hoy es el 11 de septiembre.

A mí me interesaba, desde luego, pues eso significaba que faltaba poco para que hiciera cinco meses que había dejado Inglaterra. Aunque me extrañaba que alguien más compartiese mi interés por tales cosas, como demostró la oleada de exclamaciones y los dos o tres silbidos que suscitaron las palabras de Sal.

—Quienes llevan poco tiempo con nosotros, han de saber que faltan tres días para el festival —prosiguió—, así llamado en memoria de otro amigo ausente, Daffy, para conmemorar nuestro aniversario. El 11 de septiembre fue el día en que dormimos por primera vez en la playa, y eso es lo que celebramos.

El vigor con que había hablado hasta el momento dio paso a algo muy parecido a la tristeza.

—En realidad, no es que tenga muchas ganas de celebrarlo —dijo—. No necesito explicaros hasta qué punto echo de menos a Daffy, pero después de lo ocurrido, y sobre todo tras la muerte de Sten, estoy convencida de que necesitamos tener algo que celebrar. El festival Tet nos ofrecerá la oportunidad de pensar en lo que somos y en la razón por la que estamos aquí. La conmemoración de nuestro nacimiento nos servirá para comenzar de nuevo y animarnos. —Guardó un silencio claramente evocativo, y sus rasgos se endurecieron para recuperar el tono de la arenga—. Naturalmente, habrá que hacer un viaje a Ko Pha—Ngan para conseguir todo lo necesario. En circunstancias normales pediría voluntarios, pero en esta ocasión no voy a hacerlo. Ya que Bugs y Keaty han sido quienes provocaron la discordia, serán ellos quienes hagan el viaje juntos.

Miré a Keaty de inmediato para ver cómo se lo tomaba, y comprobé que estaba aterrado. No conseguí ver la reacción de Bugs porque en aquel momento se agachó, aunque no tenía la menor duda de que estaba al corriente de lo que Sal había decidido. Quizá no le hiciese demasiada gracia, pero estaba claro que no le disgustaba tanto como a Keaty.

—Se trata, de alguna manera, de un gesto simbólico, aunque para mí sea una decisión práctica… En cuanto a Étienne… —Sal guardó silencio un momento, como si lo que iba a decir fuera algo mucho más improvisado—. He reflexionado sobre su sugerencia de llevar a Karl a Ko Pha-Ngan, y he llegado a la conclusión de que no podemos permitírnoslo.

Alguien me hundió un dedo en las costillas. Me volví y descubrí a Jed inclinado hacia mí.

—No sabía que Étienne quisiera llevar a Karl a Ko Pha-Ngan —dijo en voz baja.

—Sí —repuse—. Habló de eso con Sal ayer. ¿Por qué?

—Luego —susurró Jed, y desvió la mirada.

Me encogí de hombros y volví a fijar mi atención en Sal, que mientras tanto debía de haber hecho algún gesto para subrayar el fin de su arenga.

La gente comenzaba a levantarse.

—Así que eso es todo —concluyó—. Espero que me hayáis escuchado atentamente. Hoy trabajaremos como los demás días. Y Bugs y Keaty irán a Ko Pha-Ngan mañana.

Cuando nos alejábamos de la cascada traté de dar con Jed, pero había salido corriendo para volver junto a Christo, de manera que me puse a andar con Keaty y Gregorio.

La conversación que entablamos fue bastante surrealista. Estaba muy claro que nos moríamos por cambiar opiniones sobre el discurso de Sal, pero debíamos ser cautelosos a la hora de expresar nuestros puntos de vista. Jean y Ella caminaban delante de nosotros, discutiendo sobre si los tomates ya estaban maduros, y detrás de mí iba Cassie, comentando que tenía que afilar su machete.

Lo que se traslucía bajo esa fachada de jovialidad era que las palabras de Sal habían surtido el efecto deseado. Estábamos animados y caminábamos con paso firme. El funeral parecía cosa del pasado. De no haber sido por la precipitación con que Jed había regresado junto a Christo, yo no hubiera dicho que la razón principal de nuestra reunión en la cascada habían sido los suecos.

Así siguieron las cosas al llegar al campamento.

Yo casi esperaba que la gente se distribuyera en los consabidos corrillos facciosos para comentar el acontecimiento de la mañana, pero cada cual se fue a trabajar con su equipo y en el claro sólo quedamos Sal y yo.

—¿Me comporté como te dije que lo haría? —preguntó Sal, sin detenerse.

—Desde luego… —Me rasqué la cabeza, tiré al suelo la colilla del cigarrillo que estaba fumando, y la pisé—. Sí, fuiste imparcial. Creo que estuvo muy bien. Incluso me sorprendió que te metieras tan poco conmigo… teniendo en cuenta que Bugs es tu novio y todo eso.

—Detesto el favoritismo, Richard. Pensaba que ya lo habías advertido. En cualquier caso, creo que reparaste tu culpa rescatando a Christo. Fuiste muy valiente, y lo hiciste sin decir nada a nadie.

—Gracias —dije, sonriendo.

—Bien. —Me devolvió la sonrisa—. Tendrás que irte a cumplir con tu misión. Quizá nuestros vecinos estén preparando algo, y espero que, de ser así, me informes esta tarde.

—Cuenta con ello. —Eché a andar hacia el camino de la playa, pero me detuve de modo instintivo y miré hacia atrás. Sal no me había quitado la vista de encima—. Me aprecias, ¿verdad, Sal?

Ella estaba tan cerca que vi que enarcaba las cejas.

—¿Qué quieres decir?

—Que soy de tu agrado… No me dejas pasar una, pero nunca te dura el enfado.

—No me gusta insistir en esa clase de cosas.

—Y confiaste en mí cuando hubo que ir a buscar arroz y cuando Jed te pidió un ayudante. Podrías haberle dicho que no, sobre todo porque yo era un recién llegado entonces. Y me escogiste para avisar de la reunión, aunque sabes que a veces no soy de fiar.

—Por Dios, Richard. ¡Mira que dices cosas raras!

—Pero estoy en lo cierto, ¿verdad?

—Supongo que sí. —Dejó escapar un suspiro—. Pero eso no significa…

—Lo sé. Detestas el favoritismo. —Hice una pausa—. ¿Quieres que te diga por qué me aprecias?

—Bueno… Ya que te pones así…

—Porque te recuerdo a Daffy. ¿O no?

—… Sí; pero ¿cómo puedes…? —Sacudió la cabeza—. Sí, me recuerdas mucho a Daffy. Muchísimo.

—Estaba seguro —dije, y seguí mi camino.