—Mierda —dije al ver a Cassie cerca de la cabaña que hacía las veces de cocina.
Estaba hablando con Ella, lo cual significaba que no podía evitar pasar por el lado de ésta. Mis otras opciones eran cruzar directamente el centro del claro o bordearlo y salir por la parte de atrás del barracón. En otras palabras, pasando junto a Bugs o junto a Sal. O sea, que no tenía elección.
Suspiré. Atravesar el claro se había convertido en una especie de carrera de obstáculos. Era cierto que el ataque del tiburón había desviado el interés del incidente del barracón, pero aunque habíamos llegado a una tregua tácita la tensión aún se respiraba en el ambiente. Desde un punto de vista táctico, no podía por menos de admitir la victoria de Bugs, cuyo grupo —los carpinteros, básicamente, y los que trabajaban con Jean en la huerta, a excepción de Cassie y Jesse— se había adueñado del centro del claro desde la tarde que siguió al ataque del tiburón. Regresé de la isla y me los encontré allí, desperdigados en círculo, fumando marihuana y charlando tranquilamente. De ese modo no sólo se habían hecho con el control estratégico del campamento, sino también con el psicológico. Era como si ellos fuesen la clase dirigente y nosotros unos disidentes.
Nuestro papel como disidentes se veía agravado por el hecho de que, a diferencia del grupo de Bugs, no nos sentíamos unidos. De hecho, formábamos varios subgrupos. Uno estaba constituido por el viejo equipo de pescadores, al que se sumaba Keaty y en el que yo me incluía, pero también estaba Jed, a quien consideraba en el mismo bando que yo. Otro lo formaban Moshe, cuyas afinidades nadie conocía, y luego los cocineros, que mantenían una buena relación con Ella y, a través de ésta, con Jesse y Cassie. Pero Jesse y Cassie también podían incluirse en el viejo equipo de pescadores por su amistad con Keaty.
Finalmente, estaban Sal y Karl. Karl era un mundo aparte, y a saber qué pasaba por su mente, y en cuanto a Sal, hacía lo que podía para parecer neutral, aun cuando todos sabíamos de qué lado se pondría llegado el caso.
Si todo esto suena complicado, es porque lo era.
De modo que así estaba la situación en el campamento, y todos teníamos que vérnoslas con ella, y en cuanto a mí, además tenía que vérmelas con Cassie. Desde el momento mismo en que Bugs se había cagado encima, Cassie se comportaba conmigo como si yo sufriera algún tipo de desequilibrio mental; me hablaba lentamente, pronunciando con cuidado cada palabra y empleando incluso un tono modulado, como si creyese que el mínimo ruido repentino me sacaría de quicio. Su actitud me ponía nervioso, pero tendría que haber trepado a uno de los árboles cohete para evitar a Bugs, y Sal me obligaría a darle un detallado resumen sobre las actividades de nuestros vecinos de la isla de al lado, así que no podía evitar pasar junto a Cassie. Me mordí los labios, bajé la mirada y eché a andar a través del follaje en su dirección, sin dejar de observar con el rabillo del ojo su atenta conversación con Ella. «Lo voy a conseguir», pensé, lleno de optimismo. Pero estaba equivocado.
—Richard —me llamó Cassie cuando casi estaba fuera de su alcance.
La miré de forma estudiadamante inexpresiva.
—¿Cómo estás?
—Bien —contesté rápidamente—. Voy a ver al enfermo.
—Lo que quiero decir, Richard, es cómo estás tú.
—Bien —repetí.
—Creo que todo esto ha sido más duro para ti que para nadie.
—Bueno, no tanto…
—El rescate de Christo…
—Tampoco fue para tanto…
—… Y ahora tienes que vigilar la isla solo, sin el apoyo… de nadie.
Me limité a encogerme de hombros, pues habría sido verdaderamente imposible explicar que, desde mi punto de vista, los tres días pasados desde la muerte de Sten habían sido magníficos. El hecho de que Jed tuviera conocimientos de primeros auxilios le obligaba a permanecer todo el rato junto a Christo, de modo que yo pasaba los días solo en la Zona Desmilitarizada.
Aunque «solo» no sea más que una manera de decirlo.
—Puede que la soledad me esté sentando bien, Cassie. Así tengo tiempo para pensar y hacerme una idea de todo lo que ha ocurrido.
Mis anteriores conversaciones me aconsejaban que hablase de esa manera.
Cassie abrió los ojos como si no hubiera pensado en semejante posibilidad y ahora considerara que sí, que era buena.
—Ésa es una actitud positiva —dijo calurosamente—. Bien hecho.
Con aquello bastaba para que yo pudiera alejarme sin parecer grosero, de modo que me despedí y seguí mi camino.
Me dirigía a la tienda hospital o, más exactamente, a la tienda de campaña de los suecos. Como Sten había muerto y Karl se había ido a vivir a la playa, yo la había bautizado la tienda hospital, aunque por desgracia nadie más lo hiciera, y eso que la llamaba así siempre que tenía oportunidad, sin que mi iniciativa consiguiera éxito alguno…
—Vuelves pronto hoy —dijo Jed cuando me vio entrar—. Todavía brilla el sol.
Parecía muy cansado y sudaba como un cerdo. La tienda era un horno a pesar de que la lona de la entrada estaba subida.
—Tengo hambre y quiero un cigarrillo. No ha pasado nada de particular.
—Nada nuevo, entonces.
Miré a Christo.
—Duerme. Puedes hablar.
—Ya te he dicho… Nada nuevo. —Estaba mintiendo, porque algo nuevo sí que había pasado, aunque yo no estuviera dispuesto a mencionarlo—. Todo está como siempre.
—Más vale así. Me pregunto cuánto durará.
—Mmm… He traído más hierba.
—¿Más? Richard, tú estás… —Jed sacudió la cabeza—. Nos sale la hierba por las orejas. Traes todos los días.
—La gente cada vez fuma más.
—Ni aunque vinieran todos los hippies de Goa conseguirían acabar con nuestras reservas. Los centinelas de las plantaciones acabarán por darse cuenta.
Asentí con la cabeza. Lo mismo pensaba yo, aunque desde otro punto de vista. Mi intención era que la regularidad de mis expediciones alertase a los centinelas, unos gilipollas tan fáciles de burlar que uno se preguntaba qué demonios pintaban allí.
—¿Cómo está Christo? —pregunté, por cambiar el tema de conversación—. ¿Sigue igual?
—No —respondió Jed, restregándose los ojos—. Ha empeorado.
—¿Delira?
—No. Le duele cuando está despierto, pero pasa la mayor parte del tiempo inconsciente, y ardiendo de fiebre. Sin un termómetro no hay modo de precisar su temperatura, aunque hoy es más alta que ayer… Si quieres que te diga la verdad… —Bajó la voz—. Me tiene muy preocupado.
Fruncí el entrecejo. A mí me parecía que Christo estaba bien. Cuando lo vi a la luz del día, la mañana después de sacarlo de la bolsa de aire, me sentí algo decepcionado ante lo poco espectacular de sus heridas. Aparte de la raja que tenía en un brazo —y que yo había tomado por unos labios— todo cuanto mostraba era un enorme cardenal en el vientre, allí donde lo había golpeado el tiburón al arremeter contra él. Eran unas heridas tan superficiales que al día siguiente ya estaba andando en busca de Karl. No se vino abajo hasta el segundo día, lo que atribuí al esfuerzo realizado o a los efectos residuales de la intoxicación.
—En mi opinión —continuó Jed—, el moratón tiene que ver con algo más profundo, ¿no te parece?
—Tú eres el médico, Jed.
—Yo no soy el puto médico. Ésa es la cuestión.
Me incliné para examinarlo mejor.
—Bueno, está más oscuro de lo que estaba. No tan púrpura. Supongo que eso indica una mejoría.
—¿Seguro?
—Seguro, no. —Hice una pausa—. Yo creo que es la intoxicación lo que lo tiene postrado. Jesse aún sufre retortijones.
—Ajá.
—Y también Bugs… por desgracia —añadí, con un guiño de complicidad en el que Jed no se fijó o al que prefirió no hacer caso—. Bueno, voy a ver si como algo y encuentro a Françoise y a los demás.
—Bien. Déjame un cigarrillo, ¿quieres? Y vuelve después. Nadie pasa por aquí excepto tú y Antihigiénix. Tengo la impresión de que no quieren saber nada de Christo… Como si no hubiese sufrido accidente alguno.
—Es muy duro —admití arrojándole el paquete de cigarrillos—. Sten todavía sigue en el saco de dormir, detrás del barracón, justo al otro lado de donde duermo, y su hedor atraviesa las paredes.
Jed me miró. Era obvio que quería decirme algo, así que lo animé con un gesto y le indiqué que siguiera, pero se limitó a suspirar.
—Mañana por la mañana —dijo tristemente—. Sal no va a pedirle más veces a Karl que participe en el entierro. Lo enterrarán junto a la cascada.