EPITAFIO

Keaty dormía en el mismo sitio donde lo había dejado. La marea estaba subiendo y no tardaría en alcanzarle los pies, de modo que en vez de despertarlo me fumé un cigarrillo. Supuse que había pasado una mala noche y que le vendría bien un cuarto de hora más de sueño. Los suecos aparecieron cuando la brasa del pitillo estaba a punto de quemar el filtro. Me llevé un dedo a los labios, señalé a Keaty y nos alejamos lo suficiente para no molestarlo.

Karl, Sten, Christo. Teniendo en cuenta que dos murieron y el otro acabó pirado, lamento que sus nombres signifiquen tan poco para mí.

Al igual que Jed, los suecos habían llegado a la playa sin que nadie los invitase, y aunque es probable que el hecho de presentarse después facilitara su integración, no lo hizo hasta el punto de que dejaran de buscarse la vida pescando fuera de la laguna. Nunca se implicaron en la vida de la playa tanto como los demás. Andaban por allí, pero mantenían su reserva, vivían todos en la misma tienda y hacían sus comidas aparte. Sólo los vi hacer vida social los domingos. Jugaban bien al fútbol y todos los querían en su equipo.

Otro obstáculo importante en lo que a la integración se refería, era que sólo uno de ellos, Sten, hablaba inglés con soltura. Christo lograba hacerse entender a duras penas, y Karl era un caso perdido. Por lo que sé, su vocabulario se limitaba a unas pocas palabras relacionadas con la pesca, como «pez» y «arpón», y a un par de fórmulas de cortesía, una de las cuales consistía en darme los buenos días aunque fuera la hora de irse a la cama.

—Hoy no tendréis mucho trabajo —comenté cuando nos encontramos a una distancia prudencial de Keaty.

—Sí, bastará con la mitad de pescado —concedió Sten asintiendo con la cabeza—. Con quince piezas. No es demasiado, supongo. ¿Quieres venir a pescar con nosotros?

—No. Prefiero quedarme aquí.

—¿Seguro? Hay sitio para cuatro en la barca; pescar solo puede ser muy aburrido.

—Gracias —repuse con una sonrisa—, pero Keaty no tardará en despertar.

—Ah, sí. Keaty. ¿Está mal?

—No. Está bien. Un poco fastidiado. No llegó a probar el pescado podrido.

—Mejor. Bueno, nos vamos. Más tarde te veo, Richard.

—Bien.

Sten dijo algo en sueco a sus compañeros mientras cruzaban la playa. Luego se fueron nadando en dirección a las cuevas.

Fue una conversación breve e insustancial, y a pesar de mis intentos por dotarla del dramatismo suficiente para convertirla en una especie de epitafio, no conseguí más que perder el tiempo con juegos de palabras sin sentido, del tipo «no lo vi más tarde sino demasiado tarde», o «lo vi más tarde, pero no de la forma en que esperaba verlo».

También intenté saber algo más sobre su manera de ser, aparte de ciertas coincidencias con Jed y sus habilidades como futbolistas, pero nuestra relación no había pasado de rivalizar para ver quién pescaba el pez más grande. Apenas los conocía, y dudo que les hubiera prestado más atención si dos de ellos no hubiesen muerto.

Supongo que, para ser honesto, su epitafio debería rezar, aproximadamente: «Si te encuentras con un viejo amigo del colegio y os ponéis a recordar los nombres de vuestros compañeros de clase, los suecos serían los últimos que mencionaríais».

Al fin y al cabo, lo único que puedo decir de ellos es que parecían buenos tipos y que no merecían morir como murieron. Sobre todo Sten.

Cuando me aburrí de esperar a que la marea alcanzara los pies de Keaty, junté un poco de agua en el hueco de las manos y se la eché a la cara.

—Hola —dije cuando se hubo recuperado del sobresalto—. ¿Has dormido bien?

Sacudió la cabeza.

—Yo tampoco. —Me agaché a su lado—. Apenas cuatro horas.

—¿Sigue todo igual de mal en el campamento?

—Ha sido una noche terrible, pero las cosas han mejorado, aunque todavía hay mucha gente enferma.

—Debería haberme presentado —dijo sacudiéndose la arena de las piernas y los brazos—. Debería haberlos ayudado.

—Entonces no vuelvas. Tu puesto está aquí. Quieren que salgas a pescar.

—¿Que quieren qué?

—Eso es lo que me ha dicho Jed. Todos los pescadores están enfermos, excepto los suecos y Moshe, que debe cuidar de los del barracón. Así que sólo quedas tú.

—Y tú.

—Sí, pero… —Hice una pausa—. Tengo que dormir un poco. Exageré al decir que había dormido cuatro horas. En realidad fueron tres. O dos y media para ser exacto. Me va a dar algo si no echo una cabezada… —Como Keaty no parecía muy convencido, añadí—: Además, si vuelves con algo de comida Sal se mostrará menos enfadada. Está muy cabreada porque no les has echado una mano.

—La oí llamarme por la noche. Por eso no dormí en mi tienda. —Sacudió la cabeza con gesto cansino—. Pero tengo que volver en un momento u otro, aunque… no creo que sea tan buena idea eso de salir a pescar. Quiero decir, después de haber sido el causante de todo este follón.

—Nadie piensa eso de ti.

—Quizá necesitan mi presencia en el campamento.

—Lo que necesitan es pescado —señalé.

—¿De verdad crees que debo ir a pescar?

—Ajá. Eso es lo que me dijeron, que te buscara para darte este recado.

Keaty frunció el entrecejo y se pasó la mano por la barba.

—Muy bien… Si ésa es tu opinión.

—Estupendo. —Le di una palmada en la espalda—. Yo echaré un sueñecito entre los árboles.

—¿Quieres que vuelva para despertarte?

No contesté. Me limité a mirar el círculo de acantilados al otro lado de la laguna y me pregunté cómo me las ingeniaría para llegar allí sin que me viese.

Keaty repitió la pregunta.

—No… No.

Si Keaty se iba a pescar a la roca grande, yo podría bucear entre las pequeñas, ocultándome detrás de ellas cuando necesitara salir a la superficie para respirar.

—¿Qué va a pasar si no te despiertas? Sal también se cabreará contigo.

—Claro que me despertaré. Sólo necesito unas pocas horas de sueño.

—De acuerdo. ¿Cuántos peces debo pescar?

—Unos diez. Los suecos también están pescando, y la mayoría de la gente no comerá. —Eché a andar hacia los árboles—. Nos vemos en el campamento.

—Bien. En el campamento.

Me pareció sentir una mirada en la nuca, así que me puse a arrastrar los pies en señal de cansancio. Cuando llegué a la hierba, me llamó.

—Oye, Richard. Siento que no hayas podido dormir por mi culpa. Debería…

—No te preocupes —lo interrumpí, agitando una mano, antes de deslizarme entre los matorrales.

Cruzar a nado la laguna sin que Keaty me viera fue muy fácil, aunque tardé más de treinta y cinco minutos en llegar a las grutas, casi el doble de lo normal. La lentitud me provocó una sensación desagradable. Era como si uno intentase tragar una gran bocanada de aire pero le resultase imposible llenar los pulmones por completo. La sensación no desapareció hasta que comencé a trepar por los acantilados en dirección al interior de la isla.