Dormí en el claro, como lo habría hecho aunque no hubiera tenido que mantenerme a distancia de Étienne. El hedor ya no me afectaba y era capaz de distinguir qué gemidos quería oír y cuáles no, pero me resultaba imposible resistir las velas; la condensación acumulada en el techo a causa del calor que éstas generaban caía en forma de llovizna a través del humo. Al llegar la medianoche ya no había un palmo seco en el barracón. Además, Gregorio ocupaba mi cama. Le había dicho que lo hiciera para que no tuviese que estar junto a Jesse, que padecía el mismo problema de incontinencia que Bugs.
Lo último que recuerdo antes de dormirme es la voz de Sal, que ya estaba lo bastante repuesta como para salir y llamar a Keaty. Decidí no decirle que estaba en la playa. Había algo amenazador en su voz, que sonó como la del padre que llama a los hijos para que salgan de sus escondites y acudan a oír su regañina. Unos minutos después, percibí el resplandor de su antorcha a través de los párpados cerrados cuando me preguntó si sabía dónde se había metido Keaty. Fingí no enterarme, y se fue. La segunda molestia de la noche fue el sollozo de alguien cerca de mí. Intenté incorporarme para averiguar de quién se trataba, pero me fallaron las fuerzas.
Jed me despertó hacia las seis y media, con una escudilla de arroz y un caramelo de los que quedaban de Ko Pha-Ngan.
—Buenos días —dijo, zarandeándome por los hombros—. ¿Sigues sin comer?
—Sí —farfullé.
—¿Qué te aconsejé anoche?
—Que comiera algo.
—Pues eso. —Hizo que me sentara y me puso la escudilla entre las manos. El caramelo, de un tono rojizo artificial, parecía ridículo en lo alto del montoncito de granos viscosos—. Cómete esto.
—Estoy medio dormido.
—Cómetelo, Richard.
Hice una bolita de arroz con los dedos, me lo llevé a la boca y comencé a masticarla.
—Agua —pedí cuando intenté, sin éxito, tragarla.
Jed fue en busca de una jarra y me echó un chorrito directamente en la escudilla. Aquello no sabía tan mal, si es que sabía a algo.
Mientras yo comía, Jed se puso a hablar, aunque no presté atención a lo que contaba. Estaba concentrado en el arroz, blanco como el hueso, y a mi mente acudió la imagen del muerto de la playa de Ko Pha-Ngan. Tenía la certeza de que las hormigas ya habrían acabado con él. Trabajan rápido. Lo más probable era que no le hubiesen dado tiempo ni a pudrirse. Imaginé el cadáver de espaldas, la mueca de un esqueleto mondo y lirondo a través de una fina capa de hojas, moteado por los alfilerazos de los rayos del sol. En realidad, lo había dejado caído de bruces sobre los brazos cruzados, pero no tenía sentido imaginarme su cogote, de modo que retoqué la imagen guiándome por criterios meramente estéticos, incluido el efecto de moteado de los rayos del sol.
En efecto, la espesa capa de hojarasca que cubría aquella tumba somera no dejaría pasar nada de luz, pero me gustaba la otra idea.
—Estupendo —dije al tiempo que me metía el caramelo en la boca—. Tampoco estaría mal un mono hocicándole el costillar.
Jed me miró.
—¿Eh?
—Bueno, un mono quizá resulte un poco… kitsch.
—¿Kitsch?
—Los monos.
—¿Has oído algo de lo que te estaba diciendo?
—No, no. —Mordí el caramelo y sentí el súbito cosquilleo ácido de la lima en la lengua—. Estaba pensando en el muerto de Ko Pha-Ngan.
—¿Te refieres al cadáver que escondiste?
—Sí. ¿Crees que ya lo habrán encontrado?
—Bueno… —Jed parecía perplejo—. Supongo que habrán dado con él si la chica… —Se dio una palmada en la frente—. ¡Mierda! ¿De qué coño estoy hablando? ¿A quién le importa ese muerto? Deberías haberlo dejado donde estaba. ¡Aquí tenemos cosas mucho más importantes que hacer!
—Sólo estaba pensando en que un día de éstos lo descubrirán.
—¡Cierra el pico y atiende! Uno de nosotros ha de ir a averiguar qué pasa con Zeph y Sammy.
—Bien. ¿Por qué no los dos?
—¿Tú eres tonto o qué? —soltó, exasperado—. Alguien tiene que quedarse aquí a cuidar de los enfermos. El equipo de pesca no cuenta más que con los suecos y Keaty, y nadie sabe dónde está Keaty.
—Eso significa que quien se queda soy yo.
—No. Significa que soy yo el que se queda, porque tengo conocimientos de primeros auxilios. De modo que te encargarás de la vigilancia. ¿Estás listo?
—Claro que sí —contesté, entusiasmado—. No hay problema.
—Bien. Quiero que encuentres a Keaty antes de irte. Hay unas quince personas lo bastante repuestas como para querer comer, así que alguien deberá ocuparse de conseguir comida. Puesto que yo no estaré en condiciones de salir de pesca, tendrá que salir él.
—De acuerdo. ¿Y qué hago si Zeph y Sammy se ponen en marcha?
—No lo harán.
—Pero ¿y si lo hacen?
—No quiero pensar en ello —repuso Jed tras una pausa—, pero si ocurre, te vienes tan rápido como puedas y me lo cuentas.
—¿Y si no me da tiempo?
—Aplicas el plan B.
—¿Cuál de ellos?
—Esperas a ver qué pasa. Estoy seguro de que se echarán atrás cuando lleguen a las plantaciones de marihuana, pero si no es así, los sigues hasta la cascada. Y si descienden, los interceptas y te las ingenias como sea para no hablar del mapa.
Jesse salió del barracón por el otro lado del claro y se dirigió con paso vacilante hacia el retrete. No había andado ni la mitad del camino cuando vomitó.
—Perfecto —dije en tono de sorna—. Después de la noche que pasamos, no me esperaba empezar tan bien el día. Será mejor que vaya a buscar a Keaty.
La mañana, sin embargo, no fue perfecta. Sal me llamó desde la puerta del barracón cuando me dirigía hacia la playa. Estaba sentada con Bugs y éste, que me miraba de mala manera, le había contado lo ocurrido entre nosotros. Sal quería una explicación.
Se la di. Le expliqué que cuando Bugs me había pedido ayuda, yo estaba tan cansado que me vi obligado a decirle que aguardara un poco a que recuperase el aliento, y que si Bugs tenía algo más que reprocharme, yo lo lamentaba muchísimo, pero lo más probable era que él no recordase los hechos tal como habían ocurrido debido al estado lamentable en que se encontraba. Después sugerí que siguiéramos tan amigos, con lo que Sal se mostró de acuerdo, pues se sentía tan agobiada debido a lo sucedido que lo último que quería era una nueva preocupación.
Bugs no estaba tan por la labor. Cuando seguí mi camino hacia la playa, se puso a cojear detrás de mí mientras me llamaba hijo de puta. Parecía realmente enfadado, y me hundió un dedo en el pecho al tiempo que me espetaba que me daría una lección si estuviese en condiciones. Esperé a que terminara y lo mandé a tomar por el culo. No estaba dispuesto a que me pusiese de mal humor.