ÍNCUBO

Para mi sorpresa, Jed estaba sentado junto a la puerta de la cocina, comiendo arroz blanco bajo la luz de su linterna Maglite colocada delante de él.

—Deberías comer algo —masculló, tendiéndome la escudilla y lanzando un abanico de granos blancos al haz de luz.

—No tengo hambre. ¿Has ido al barracón?

—He asomado la cabeza —respondió cuando hubo tragado el bocado—, y he visto lo suficiente como para no entrar. Ya hay bastante que hacer en las tiendas.

—¿Qué pasa en las tiendas?

—Lo mismo que en el barracón. Los suecos se encuentran bien, pero los demás tienen muy mal aspecto.

—¿Estás preocupado?

—¿Lo estás tú?

—No lo sé. Françoise dice que la gente se puede morir de cosas así.

—Mmm. —Se llevó otra cucharada a la boca y masticó concienzudamente—. Hemos de almacenar mucha agua. No podemos dejar que se deshidraten. Y debemos estar en forma para poder atenderlos. Por eso te digo que comas. Llevas sin hacerlo desde esta mañana.

—Ya lo haré —contesté, pensando en Françoise mientras metía una jarra en el barril de agua potable—. Si los suecos están bien, diles que vengan a echar una mano.

Jed, que tenía la boca demasiado llena para hablar, asintió con la cabeza y yo volví a cruzar corriendo el claro.

Cuando entré en el barracón, Bugs se cagaba por la pata abajo metafórica y literalmente. Estaba acuclillado junto a la línea de velas, los ojos se le salían de las órbitas y un charco de heces se extendía a sus pies. Tenía muy cerca a Moshe, que en cuanto me vio se alejó, como si mi presencia significara que me hacía cargo de Bugs.

Bugs gemía. Un hilo de baba se le escapaba por la comisura de la boca y corría por la mandíbula.

—Richard —farfulló—, sácame de aquí.

Miré alrededor. Cassie estaba varias camas más allá y Moshe atendía a una de las yugoslavas.

—Tengo prisa —le dije, tapándome la nariz y la boca con el brazo doblado.

—¿Qué?

—Que tengo prisa. Esta agua es para Françoise.

—Que espere. Tengo que salir de aquí.

Agité la cabeza con un gesto de repugnancia. Olía tan mal que empezaba a marearme.

—Ya lleva mucho rato aguantando —expliqué.

Pareció que iba echarme una bronca, pero se contuvo ante mi mirada impasible al tiempo que lanzaba un nuevo chorro de mierda entre gorgoteos.

—¡Por favor! —imploró. Le fallaron las piernas y se desplomó hacia atrás.

—Venga, Bugs —dije, retrocediendo para evitar la negra expansión del charco—. ¡Contrólate!

Bugs lloriqueó, doblado en posición fetal. Intentó enderezarse, pero le fue imposible.

Yo seguía mirándolo por encima del brazo doblado, aunque no había forma de evitar aquel hedor. Una ira creciente agudizaba la sensación de mareo, y noté que me zumbaban los oídos. Me dio la impresión de que Bugs se regodeaba en su propio envilecimiento. ¿Cómo era posible que no sacase fuerzas para arrastrarse hasta la puerta? Además de no dejarme llevar el agua a Françoise, estaba poniéndolo todo perdido, y alguien tendría que limpiarlo. Recordé el estoicismo del que había hecho gala cuando se hirió la pierna, y estuve a punto de soltar una carcajada.

—Tengo que llevarle agua a Françoise —repetí fríamente, pero sin conseguir que se moviera—. Ya ha esperado demasiado.

Bugs abrió la boca como para contestar, pero todo cuanto hizo fue soltar un débil espumarajo por la boca.

—Mírate —me oí decirle—. ¿Quién demonios crees que va a limpiar toda esta porquería?

De pronto sentí una mano sobre el hombro.

Me volví y me encontré con la mirada de Cassie. Parecía muy enfadada, pero al advertir mi expresión, exclamó, alarmada:

—¡Richard!

—¿Sí?

—¿Te encuentras bien?

—Desde luego.

—¿No te…? —Hizo una pausa—. Échame una mano. Vamos a sacarlo entre los dos.

—He de llevarle agua…

—Tenemos que sacar a Bugs de aquí.

Me restregué los ojos y deseé que dejaran de zumbarme los oídos.

—Vamos, Richard.

—Sí… Vamos.

Dejé la jarra a una prudente distancia del charco de mierda y la ayudé a levantar a Bugs.

Era un peso muerto, sin fuerzas para moverse por sí mismo, de modo que no hubo más remedio que arrastrarlo. Afortunadamente, Sten, uno de los suecos, apareció y nos ayudó a sacarlo del barracón y llevarlo a uno de los arroyuelos, donde lo dejamos para que se limpiara.

Sten se quedó con él —probablemente feliz de hacerlo, habida cuenta de lo que pasaba en el barracón— y Cassie y yo regresamos. Yo quería correr, pero ella me detuvo para ponerme la mano en la frente.

—¿Qué pasa? —pregunté malhumorado.

—He pensado que quizá tenías fiebre.

—¿Y qué?

—Estás un poco caliente, pero no… gracias a Dios. No podemos permitirnos un enfermo más. —Me apretó la mano—. Hemos de ser fuertes.

—Ya.

—Y conservar la sangre fría.

—Lo sé, Cassie. Lo sé.

—Bien.

—Ahora voy a llevarle el agua a Françoise.

—Muy bien. —A pesar de la oscuridad me pareció que fruncía el entrecejo. Echamos a andar—. De acuerdo.

Françoise se encontraba peor. Aún podía hablar, pero le ardían las mejillas. Tenía fiebre y estaba somnolienta. Conseguí que se recostara en mi regazo para darle de beber sin que se atragantara, aunque ni aun así logré evitar que la mayor parte del agua se le derramara en el pecho.

—Lamento haber tardado tanto —dije mientras la secaba con una camiseta—. Bugs se puso de por medio, y tuve que atenderle.

—Richard —susurró, y a continuación dijo algo en francés que no entendí pero di por supuesto.

—Estoy bien. No probé el calamar.

—Étienne…

—Está aquí, a tu derecha… Dormido.

—Te amo —musitó, volviendo la cabeza hacia él, aunque por un instante pensé que se dirigía a mí. No. Estaba claro que le hablaba a Étienne. Tampoco tenía tanta importancia. Era agradable oírselo decir. Sonreí y le arreglé el pelo. Su mano descansó, flácida, sobre la mía.

Intenté no moverme durante un rato, dejando que descansara sobre mis piernas cruzadas. Después, cuando su respiración se hizo más pausada, me eché hacia atrás para acomodarla entre las sábanas, un poco húmedas debido al agua derramada.

Hay algo que quiero explicar por innecesario que sea. Cuando yo había caído víctima de la fiebre, Françoise me dio un beso, de modo que hice lo propio ahora que estaba enferma. No fue un beso en los labios, sino en la mejilla, afectuoso, sin más.

Técnicamente hablando, si tal cosa es posible en esta clase de asuntos, quizá me demoré un par de segundos. Recuerdo la suavidad de su piel. Era de una delicadeza súbita e inesperada en aquella noche infernal de gemidos, vómitos y velas siniestras. Un pequeño oasis que me pilló por sorpresa. Bajé la guardia y me permití una breve ensoñación que me evadiera de todo aquel mal rollo.

Sin embargo, cuando me incorporé después del beso y vi la forma en que Étienne me miraba, comprendí que él no lo interpretaba del mismo modo.

—¿Qué estabas haciendo? —me preguntó al cabo de un breve y significativo silencio.

—Nada.

—Estabas besando a Françoise.

—¿Y qué? —dije, encogiéndome de hombros.

—¿Qué quieres decir con «y qué»?

—Pues eso, y qué. —Si mi voz sonó algo irritada hay que atribuirlo al cansancio y, quizás, a las molestias causadas por Bugs—. Le he dado un beso en la mejilla. Me has visto hacerlo antes, como también la has visto besarme en otras ocasiones.

—Françoise nunca te ha besado así.

—¿Te refieres a que nunca me ha besado en la mejilla?

—¡No, a que nunca te ha dado un beso tan prolongado!

—No sabes lo que dices.

Étienne se incorporó.

—¿Y qué quieres que diga?

Suspiré. El zumbido en los oídos estaba convirtiéndose en un dolor agudo.

—Estoy muy cansado —repuse—, y tú estás muy enfermo. Por eso dices lo que dices.

—¿Y qué quieres que diga? —repitió.

—No lo sé. Da igual. Le di un beso porque estaba preocupado y porque estoy cuidando de ella… Como cuido de ti.

Étienne me miró en silencio.

—¿Quieres que te dé un beso —pregunté, para quitar hierro al asunto— y así equilibramos la cosa?

Él tardó en responder, hasta que finalmente sacudió la cabeza.

—Lo siento, Richard —susurró en tono de abatimiento—. Tienes razón. Estoy enfermo, eso es lo que me pasa. Pero ahora ya me ocupo yo de ella. Quizás haya otros que necesitan tu ayuda.

—Sí. Seguro que los hay. —Me levanté—. Si necesitas algo, llámame.

—Sí.

Miré de nuevo a Françoise, que, gracias a Dios, dormía profundamente, y eché a andar pegado a una de las paredes del barracón porque no quería que Moshe aprovechara para pedirme que le ayudase a limpiar la mierda de Bugs.