LA HORA DE LOS DIBUJOS ANIMADOS

Fijé la vista en el agua. A la fuerza tenía que hacerlo. La imagen que temblaba bajo la superficie me obligaba a concentrarme para enterarme de qué estaba mirando.

Eran corales. Corales rojos de blancas y curvas excrecencias, pero todo cambiaba de repente y se convertían en las costillas desnudas de unos cadáveres sangrientos. Diez o veinte cuerpos destrozados, tantos como lechos de coral.

—Efecto Rorschach —dijo Mister Duck.

—Mmm.

—¿Una nube de mariposas? ¿Un macizo de flores? No. Una pila de camboyanos muertos. —Soltó una risita—. No creo que pasaras esa prueba.

—Creo que tú tampoco.

—Bien dicho, Rich. Muy bien. —Mister Duck se miró las muñecas. Unas enormes costras negras cubrían sus manos y antebrazos. Parecían haber dejado de sangrar—. De verdad, Rich —añadió—. No te imaginas lo que me costó conseguir que cerraran estas putas heridas… Una verdadera pesadilla, en serio.

—¿Cómo lo hiciste?

—Bueno, me até un trapo, muy fuerte, en la parte superior de los brazos, y eso detuvo la hemorragia el tiempo suficiente para que la sangre coagulara. Ingenioso, ¿verdad?

—Vaya historia…

—Basta, Rich. Ya está bien —me interrumpió, con la expresión de un chiquillo ansioso por contar algo—. Esto… ¿quieres saber por qué lo hice?

—¿Te refieres a por qué te curaste los cortes?

—Sí.

—De acuerdo.

—Lo hice —dijo Mister Duck con una sonrisa orgullosa— porque querías estrecharme la mano.

Enarqué las cejas.

—¿No te acuerdas? —prosiguió él—. Cuando regresaste del árbol en el que están grabados nuestros nombres y decidiste que querías estrecharme la mano. Así que me dije que no iba a permitir que Rich me estrechase la mano y yo lo pusiera perdido de sangre. ¡Ni hablar! —exclamó al tiempo que alzaba un dedo para subrayar sus palabras—. Rich estrechará una mano limpia. ¡Una mano seca! ¡Una mano como él se merece!

Yo no sabía qué decir. De hecho, se me había olvidado que deseaba estrecharle la mano, y ni siquiera estaba seguro de que siguiera deseándolo.

—Hombre…

—Chócala, Rich —dijo, tendiéndome una mano llena de manchas oscuras.

—Yo…

—¡Venga, Rich! No serás capaz de rechazar una mano tendida, ¿verdad?

—No —respondí, porque estaba en lo cierto. Nunca he rechazado una mano tendida, ni siquiera la de un enemigo—. Desde luego que no —declaré, y añadí—: Daffy.

Le tendí la mano.

Sus venas explotaron. Dos chorros rojos como los de sendas mangueras de alta presión saltaron sobre mí, cegándome.

—¡Para! —grité medio ahogado, escupiendo y apartándome de aquellos tubos a reacción.

—¡No puedo, Rich!

—¡Páralos, joder!

—¡No…!

—¡La madre que te parió!

—¡Aguarda…! ¡Aguarda, aguarda, aguarda…! Parece que dejan de…

El estruendo de los chorros se convirtió en un goteo. Abrí los ojos con mucho cuidado. Mister Duck estaba en jarras sin dejar de sangrar, sacudiendo la cabeza al ver la que había armado.

—¡Dios mío! —masculló—. ¡Qué espanto!

Lo miré con incredulidad.

—De verdad que lo siento, Rich. No encuentro excusa…

—Eres un cabrón hijo de puta, ¡sabías lo que iba a pasar!

—No… Bueno, sí, pero…

—Lo habías planeado todo, jodido mamón.

—Era una broma.

—Una bro… —El sabor a hierro y salitre me cortó la respiración—, ¡gilipollas!

—Lo siento de veras —gimoteó Mister Duck en tono verdaderamente quejumbroso—. No ha sido una buena broma. Será mejor que desaparezca.

Echó a andar hasta salirse del saliente rocoso, pero en vez de caer al agua se quedó flotando en el aire como si tal cosa.

—¿Puedo preguntarte algo, Rich?

—¿Qué? —dije con calculada acritud.

—¿A quién piensas traer?

—¿Traer de dónde?

—Del mundo. ¿Acaso Jed y tú no…? —Se detuvo sin completar la frase, súbitamente ceñudo, y miró hacia abajo, al espacio que se abría bajo sus pies, con expresión de sorpresa—. ¡Maldición! —gimió, y cayó como una piedra.

Me asomé por el borde del saliente. Cuando el agua quedó en calma distinguí una nube sangrienta. Esperé un poco para ver si volvía a la superficie, pero no lo hizo.