NEGATIVO

La mañana del cuarto domingo de nuestra estancia en el campamento, todo el mundo bajó a la playa. Los domingos no se trabajaba.

La marea estaba baja y entre la línea de los árboles y el mar había unos doce metros de arena. Sal organizó un partido de fútbol al que se apuntaron casi todos menos Keaty y yo, que nos apostamos en una de las rocas desde la que oíamos el griterío de los jugadores. Además del entusiasmo por los videojuegos, también compartíamos nuestro desdén por el fútbol.

Un destello plateado pasó junto a mis pies.

—Te he pillado —murmuré, blandiendo un imaginario arpón.

Keaty frunció el entrecejo.

—Buena vida, ¿eh?

—¿Te refieres a la pesca?

—Ajá.

Asentí con la cabeza. Pescar era fácil. Había dado por supuesto que mi condición de occidental maleado por la urbe me impediría la práctica de un oficio tan antiguo, pero lo cierto es que me resultó tan sencillo como todo lo demás. Lo único que tenía que hacer era situarme en una peña, aguardar a que pasara un pez y ensartarlo. El truco residía en la soltura de la muñeca, como cuando se juega con un disco volador, para que el arpón entrase en el agua sin perder la fuerza del impulso.

Keaty se pasó una mano por la cabeza. No se la había afeitado desde nuestra llegada, y una pelusa cubría ahora su cráneo.

—Te diré qué ocurre —anunció.

—¿Mmmm?

—Es el calor. Pescar es siempre refrescante, mientras que en una huerta te cueces.

—¿Qué me dices de la cascada?

—Está a unos diez minutos. Llegas, te bañas y cuando vuelves ya estás sudando otra vez.

—¿Has hablado con Sal?

—Ayer. Dice que me puedo cambiar de grupo siempre que encuentre a alguien que me sustituya, pero ¿quién va a querer trabajar allí?

—Jean lo hace.

—Sí. Jean lo hace. El jodido Jean le Florette.

—Jean le Jodette —dije yo, y se echó a reír.

De la playa nos llegó un griterío. Al parecer, Étienne acababa de marcar un gol. Lo vimos correr en círculos agitando una mano, y a Bugs, capitán del otro equipo, regañar a su portero. Vi a Françoise entre los árboles, sentada con un grupito de espectadores, aplaudiendo.

Me puse en pie.

—¿Te apetece un baño?

—Seguro.

—¿Qué te parece si nadamos hasta los corales? Todavía no les he echado un vistazo, y deseo hacerlo desde hace tiempo.

—-Estupendo. Pero llevemos la máscara de Greg. No tiene sentido nadar sin máscara entre los corales.

Miré de nuevo hacia la playa, donde se había reanudado el partido. Bugs avanzaba con el balón, zigzagueando por la arena, y Étienne le pisaba los talones.

—Ve tú a buscarla; yo te esperaré aquí.

—De acuerdo.

Keaty se zambulló desde la peña y braceó bajo el agua. Su silueta se recortó contra el fondo hasta que lo perdí de vista. Cuando salió a la superficie, se encontraba a una distancia considerable.

—Traeré algo de hierba también —gritó.

Alcé el pulgar, y volvió a sumergirse.

Aparté la vista de la playa y la dirigí hacia los acantilados en busca de una grieta en la superficie rocosa que Gregorio me había señalado el día anterior. Según él, lo más espectacular de los jardines de coral se encontraba justo allí.

Tardé en dar con ella, aun cuando estaba seguro de que la buscaba en el lugar adecuado. Gregorio me había señalado la grieta, que se abría al final de una línea de rocas que cruzaba la laguna a modo de pasarela. Las rocas estaban, pero la grieta había desaparecido.

Hasta que la encontré. Gregorio me la había indicado al anochecer, cuando la hendidura era una mancha más oscura sobre los acantilados envueltos en las sombras. Pero ahora, bajo el sol de la mañana, el borde mellado de la grieta era un destello blanco en la pared de granito.

—Igual que un negativo —dije en voz alta, sonriendo ante mi confusión.

El viento me trajo otro clamor procedente de la playa. El equipo de Bugs había empatado.