BATMAN

Esperé pacientemente a que Mister Duck hiciera acto de presencia. Sabía que debía de estar cerca porque la luz de la vela iluminaba la sangre derramada en el polvo alrededor de mi cama, y la huella roja de una mano en las sábanas. Suponía que se encontraba entre las sombras que se extendían en el extremo opuesto del barracón, esperando el momento de irrumpir y sorprenderme. Pero esta vez iba a ser él quien se llevara una sorpresa. En esta ocasión le esperaba…

Pasaron los minutos. Yo sudaba y suspiraba. La cera corrió por la vela acumulándose en el polvo. Un lagarto se desprendió de una viga y cayó entre mis piernas.

El lagarto de la tormenta regresaba a visitarme.

—Eh, eh —le dije—. Hola.

Intenté atraparlo, pero se escurrió de entre mis dedos, dejando atrás un centímetro de cola rosácea.

Una de las bromas de Mister Duck.

Solté un juramento al levantar la cola, que dio varias sacudidas en la palma de mi mano.

—Muy listo, Duck. No sé lo que quieres decir con esto, pero me parece un buen truco. —Apoyé la cabeza en la almohada—. ¡Venga, Duck!

—¿Con quién hablas? —me preguntó una voz somnolienta desde las sombras.

Me incorporé de nuevo.

—¿Eres tú, Duck? Tienes la voz distinta.

—Soy Bugs.

—Bugs. Ya recuerdo. Déjame adivinar. Bugs Bunny, el Conejo de la Suerte, ¿no es eso?

—Sí —dijo la voz tras un largo silencio—. Eso es.

Me rasqué la cabeza. Tenía unas bolitas pegajosas enredadas en el pelo.

—Sí, tal como suponía. De modo que ya no eres Mister Duck. ¿Y quién serás después? —Reí tontamente—, ¿el Correcaminos?

Dos personas susurraron en las sombras.

—¿El cerdito Porky? ¿Elmer Gruñón? No, aguarda. Ya caigo. El astuto Coyote. Serás el astuto Coyote, ¿verdad?

A la luz anaranjada de la vela advertí que una figura se acercaba a mí.

De pronto reconocí su delgada silueta.

—¡Françoise! Hola, Françoise. Este sueño es mejor que el otro.

—Chist —susurró ella, arrodillándose a mi lado, lo que hizo que su larga camiseta blanca se le subiera por los muslos—. No estás soñando.

Sacudí la cabeza.

—Claro que no, Françoise. Créeme. Mira la sangre en el suelo. Es de Mister Duck. Sus venas no paran de sangrar. Deberías haber visto lo que pasó en Bangkok.

Ella miró alrededor y luego volvió de nuevo la vista hacia mí.

—Esa sangre es de tu cabeza, Richard.

—Pero…

—Te hiciste una herida al caer en el agua.

—Mister Duck…

—Chist. Por favor. Hay gente durmiendo…

Me hundí en la almohada. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Ella apoyó su mano en mi frente.

—Tienes un poco de fiebre. ¿Crees que volverás a dormirte?

—No lo sé.

—Inténtalo.

—De acuerdo.

Me arropó subiéndome las sábanas hasta los hombros.

—Así está bien —susurró con una sonrisa.— Cierra los ojos.

Los cerré.

Se inclinó y me dio un suave beso en la mejilla.

—Estoy soñando —murmuré cuando sus pasos se alejaban en el barracón—. Lo sabía.

Mister Duck colgaba por encima de mi cabeza como un murciélago sin alas, sujeto a la viga por las piernas. La curva bajo sus costillas era una cavidad grotesca. Sus brazos oscilaban sin dejar de gotear. —Lo sabía— dije. —Sabía que andabas por aquí.— Uno de sus latidos me salpicó el pecho con sangre—. Sangre fría como la de los putos reptiles.

Mister Duck adoptó una pose amenazadora.

—Tan caliente como la tuya. Si te parece fría es debido a la fiebre. Deberías taparte con la colcha, o pillarás un resfriado de muerte.

—Tengo demasiado calor.

—Mmm. Demasiado calor, demasiado frío…

Me sequé la boca con una mano húmeda.

—¿Es la malaria?

—¿Malaria? Más bien agotamiento nervioso.

—Entonces, ¿por qué Françoise no lo padece?

—Ella no se puso tan nerviosa como tú. —Su desproporcionada mandíbula se hizo aún más prominente y pareció quebrar su rostro con una mueca grotesca—. Se ha mostrado verdaderamente preocupada por ti, ¿sabes? Ha venido a verte un par de veces mientras dormías.

—Estoy dormido.

—Seguro… Profundamente dormido.

La llama de la vela osciló cuando la cera derretida comenzó a empapar la mecha. Afuera chirriaban las cigarras. La sangre que goteaba me produjo escalofríos, como si fuese agua helada; retorcí las sábanas.

—¿Qué hiciste con el lagarto, Duck?

—¿Qué lagarto?

—El que echó a correr. Se quedó en mi mano durante la tormenta, pero aquí escapó.

—Creo recordar, Rich, que salió disparado al estallar la tormenta.

—Lo tuve en la mano.

—¿Es eso lo que recuerdas, Rich?

La cera derretida se derramó y la mecha flameó proyectando una sombra crispada sobre el techo del barracón. Una silueta. Un murciélago sin alas con las garras colgando y los brazos como lápices.

—Un relámpago —musité.

La mandíbula se hizo prominente de nuevo. —Vaya tontería.

—Que te den…

—Bravo por el chico.

—… por el culo.

Pasaron los minutos.