Dibujé con rapidez, sudando a pesar del frescor de la madrugada. No había tiempo para hacer un mapa tan esmerado como el de Mister Duck. Las islas eran toscos círculos y la curva del litoral de Tailandia, una serie de líneas melladas. Sólo especificaba tres puntos: Ko Samui, Ko Phelong y el edén.
Al pie de la página escribí: «Esperad tres días en Chaweng. Si no hemos regresado para entonces, significará que hemos dado con la playa. ¿Nos vemos allí? Richard».
Abandoné sigilosamente la habitación. Ya había luz en el bungaló de Françoise y Étienne. Tiritando, recorrí el porche de puntillas y deslicé el mapa bajo la puerta de Zeph y Sammy. Después recogí mis cosas, cerré la casa y me fui al restaurante a esperar a la pareja.
El chico tailandés que había visto jugar con la corteza de coco estaba barriendo el piso. Al advertir mi presencia miró hacia fuera para comprobar que era tan temprano como él suponía.
—¿Quiere pastel de plátano? —me preguntó.
Negué con la cabeza.
—No, gracias. Lo que quiero son dos cartones de cigarrillos.