NADA DE NADA

Las cuchilladas continuaron, pero ya no sentía dolor. Tampoco cesó el torbellino de rostros, pero el que había reconocido siguió allí.

Era un rostro al que podía hablar tranquilamente, y que me respondía.

—Daffy —le dije—. Esto está jodido.

—Sí que lo está, soldado. —Sonrió—, ha sido un viaje muy malo.

—Me han herido mis propios hombres.

—Eso siempre pasa.

Un filo me cortó el labio superior.

—No tiene importancia, ¿verdad?

—No mucha.

—Nunca debí venir aquí. Eso es todo. —Suspiré, me fallaron las piernas y caí sobre las hojas de palmera que cubrían el suelo—. Dios mío, qué manera tan asquerosa de morir. Aunque está bien que esto acabe de una vez.

—¿Acabar? —dijo Daffy sacudiendo la cabeza—. Esto no puede acabar así.

—¿No?

—Venga, hombre. Piensa en un final adecuado.

—¿Adecuado?

—Una terraza en el tejado, una multitud empavorecida, apretujada…

—El último helicóptero.

—Ése es mi chico.

—La evacuación.

—Como siempre.

Daffy desapareció. Los cuchillos se detuvieron. Uno de los carniceros comenzó a tambalearse, frotándose la barriga, otro se balanceó de costado sacudiendo los brazos.

Miré alrededor y vi que Jed estaba a mi lado y, junto a él, Françoise, Étienne y Keaty. Los cuatro blandían unos arpones. Bugs estaba sentado en el suelo, y le corría sangre por el regazo. Moshe se apoyaba en una de las estacas de bambú, respirando entre los dientes apretados, oprimiéndose las costillas.

—¡Atrás todos! —gritó Jed. Se agachó, me tomó por un brazo, se lo pasó por los hombros y tiró de mí—. ¡Atrás!

Bugs se desplomó de bruces.

—Pero… —balbuceó Sal—. Pero…

Dio un paso hacia nosotros, y Jed hundió el arpón entre los pliegues de su camiseta, retirándolo de inmediato. Sal se quedó donde estaba, balanceándose.

—¡Atrás! —gritó de nuevo Jed—, ¡atrás todos!

Sorprendentemente, le obedecieron. Nos dejaron marchar a pesar de que eran mayoría y podrían haber impedido que huyésemos, si hubiesen querido. No creo que lo hiciesen por Sal, que había cerrado los ojos y no daba muestras de recuperar el aliento. Lo hicieron porque estaban cansados. Eso era lo que decían sus caras desencajadas y sus ojos vidriosos. Estaban agotados. Hartos de todo. Hastiados de aquel mal viaje.