NADA PARECE MUY CLARO

Me equivoqué en lo de la hora. Las cosas comenzaron a torcerse a las diez y media.

Hasta entonces creí tener la situación bajo control. Habíamos superado unas cuantas dificultades —la borrachera de Françoise, la respiración de Christo—, habíamos simulado comer estofado sin que nadie advirtiera que lo tirábamos y, aparte de Jed, no nos quedaba ningún cabo suelto. El Tet comenzaba a decaer. Todo lo que teníamos que hacer era aguardar el momento oportuno y ponernos en marcha.

Pero a las diez y media apareció Mister Duck en la enramada y supe que tenía un problema.

Salió de entre las sombras y avanzó hasta el círculo interno de velas. Después caminó hasta donde estaban Sal y Bugs y, tras hacerme un gesto vago, se sentó junto a ellos.

—¿Adónde vas? —me preguntó Françoise al ver que me levantaba.

Eran las primeras palabras que pronunciaba desde hacía un buen rato. Al terminar el baile había reclinado la cabeza en el regazo de Étienne, con la vista fija en las sábanas del dosel. Por el color de su piel, supuse que estaba sufriendo los efectos de la borrachera, pero cuando la oí hablar advertí que también tenía miedo, lo que era lógico, dadas las circunstancias; sin embargo, yo no me encontraba del mejor humor ni en el estado de ánimo más adecuado para tranquilizar a nadie.

—Nos pueden joder vivos —dije, pensando en voz alta, lo que supuso una metedura de pata. Étienne miró a un lado y a otro.

—¿Cómo? ¿Qué pasa?

—Debo asegurarme de algo. Vosotros tres no os mováis de aquí. ¿Está claro?

—Y una mierda está claro. —Keaty me agarró por una pierna—. ¿Qué ocurre, Richard?

—Hay algo que tengo que hacer.

—Tú no te mueves de aquí mientras no me digas qué pasa.

—Suéltame. Greg nos está mirando.

Keaty apretó su presa.

—Me da igual. Dinos qué cojones…

Me incliné y apreté con los dedos la parte interior de la muñeca de Keaty. Un par de segundos después me soltaba.

—Hola —le dije a Sal.

—Richard, mi mano derecha —repuso, en tono alegre—. ¿Cómo estás, mano derecha?

—Como si fuera zurdo. Empiezo a tener visiones —contesté, dirigiendo las últimas palabras directamente hacia Mister Duck, que parecía muy divertido.

—Siéntate con nosotros.

—Quiero ir a buscar los cigarrillos al barracón.

—Si te sentaras con nosotros… —Sal perdió el hilo por un instante, aunque lo recuperó rápidamente—. Sabía que Bugs y tú volveríais a ser amigos.

—Claro que lo somos.

Mister Duck soltó una carcajada, pero Bugs asintió con la cabeza, lleno de buenas intenciones.

—Sí, tío. Todos somos amigos.

—Era… Era lo único que me quedaba por resolver… No podía soportar que estuvieseis enemistados.

—Ya no tienes que preocuparte por eso —dije, dándole una palmada en la espalda—. Todo vuelve a estar bien, como tú querías.

—Sí… Lo conseguimos, Richard.

—Tú lo conseguiste.

—Lamento haberte gritado, Richard. Perdona mis regañinas… Perdóname.

Sonreí.

—Voy por los cigarrillos. Luego hablamos.

—Y te sentarás con nosotros.

—Desde luego.

En cuanto Mister Duck entró en el barracón, lo agarré por el cuello y lo llevé contra la pared.

—Ahora dime qué haces aquí.

Me miró con expresión de inocencia y, hasta cierto punto, de perplejidad, y rió entre dientes.

—¿Has venido para impedir que huyamos? —pregunté.

No hubo respuesta.

—¡Dime qué haces aquí!

—El horror.

—¿Qué?

—El horror.

—¿Qué horror?

—¡El horror!

—¿Qué horror?

Suspiró y, con un rápido movimiento, se zafó de mi presa.

—El horror —repitió por última vez antes de escabullirse por la puerta y desaparecer.

Me quedé allí durante unos segundos, con los brazos tal como los tenía mientras sujetaba a Mister Duck. Después me recuperé y eché a correr hacia el claro, sin esforzarme apenas en disimular mis prisas.

—Venga —susurré cuando estuve junto a Keaty y los demás—. Nos vamos.

—¿Ahora mismo?

—Sí.

—Pero… Si todavía es noche cerrada.

—No importa. Me adelantaré para avisar a Jed y recoger las cantimploras. Françoise y Étienne me seguirán al cabo de cinco minutos. Y, después, Keaty. Nos encontraremos en el camino de la playa, dentro de…