ALGO PASA AQUÍ

Para cuando regresé a mi sitio, el ejemplo de las yugoslavas ya había cundido. Sal y Bugs se pusieron a bailar, seguidos de Antihigiénix y Ella, y de Jesse y Cassie.

Es probable que me faltaran unos cuantos tornillos, pero me quedaban los suficientes para entender la belleza del momento. Al ver a aquellas parejas dar vueltas sobre sí mismas, no pude evitar recordar el modo en que eran las cosas antes en la playa. Hasta Sal parecía relajada, lejos de todos sus planes y manipulaciones y únicamente consciente de su sincero amor hacia Bugs. De hecho, daba la impresión de ser una persona completamente distinta. Bailaba como si su seguridad en sí misma hubiera desaparecido. Sus pasos eran vacilantes y lentos, abrazaba con fuerza a Bugs y apoyaba la cabeza en su pecho.

—Está irreconocible —apuntó Gregorio, siguiendo la dirección de mi mirada. Mientras yo mataba a Christo, él se había sentado en mi sitio para charlar con Keaty—, ¿la habías visto así alguna vez?

—No… Nunca.

—¿Sabes por qué?

—No.

—Porque hoy es el Tet, y Sal sólo bebe o fuma en el Tet. Durante el resto del año mantiene la cabeza despejada. Todos podemos colocarnos, pero ella se abstiene para estar en condiciones de cuidar de nosotros.

—Se toma muy en serio la vigilancia de la playa.

—Muy en serio —convino Greg—. Ya lo creo. —Sonrió y se puso en pie—. Voy a tomar más licor. ¿Queréis que os traiga?

Keaty y yo negamos con la cabeza.

—Entonces ¿beberé solo?

—Eso parece.

Echó a andar pesadamente hacia los cubos del pescado, que era donde quedaban los restos del licor que Jean había preparado con el agua de coco.

Eran las diez en punto. El baile había terminado. Moshe estaba en el lugar que poco antes habían ocupado los bailarines, con una mano en la mejilla y sosteniendo una vela en la otra. Ignoro si alguien más que yo había reparado en él hasta ese momento.

—Mirad —musitó mientras un hilo de cera caliente le corría por la muñeca y el brazo hasta formar una delgada estalactita en el codo—. Prestad atención a la llama.

—Mirad —dijo Étienne señalando a Cassie, que también observaba las llamas de las velas, acuclillada y con expresión de ensimismado placer.

Jesse estaba a su lado, murmurándole algo al oído. Detrás de ellos, y apoyado contra una de las estacas de bambú, Jean se cubría los ojos con los dedos, los movía y bizqueaba como si fuera un gatito.

—Buenas noches, John —gritó uno de los carpinteros australianos.

Se pronunciaron seis o siete nombres al mismo tiempo, y una oleada de risas flotó bajo el dosel de ramas.

—Buenas noches, Sal —gritó Ella, imponiéndose sobre todas las voces.

—Buenas noches, Sal.

—Buenas noches, Sal.

—Buenas noches, Sal.

La iniciativa de Ella se convirtió en una dulce salmodia que duró lo que el cigarrillo que me estaba fumando.

—Buenas noches, chicos —respondió Sal al fin, provocando una nueva oleada de risas.

Unos minutos después, el carpintero que había dado el primer grito de buenas noches, preguntó:

—¿Hay alguien aquí que tenga visiones? —Al no obtener respuesta, añadió—: Veo todo tipo de visiones…

—Es el potchentong —dijo Jean.

Moshe dejó la vela en el suelo.

—Hablo en serio; veo cantidad de visiones.

—El potchentong.

—¿Pusiste hongos en el potchentong?

—Esta vela… —dijo Moshe—. Esta vela me ha quemado. —Comenzó a quitarse el chorretón de cera que tenía pegado al brazo.

—El jodido Moshe se está despellejando vivo.

—¿Se me cae la piel…?

—¡Se le cae la piel!

—El puto potchentong.

Me incliné hacia Keaty.

—La hierba no tiene estos efectos —murmuré—, ni aun tragándotela, ¿no te parece?

—Están todos pirados —dijo Keaty, secándose las gotas de sudor del cuello—. Aunque es peor estar sobrio. Se me revuelven las tripas sólo con verlos.

—Sí —terció Étienne—. Esto no me gusta nada. ¿Cuándo demonios nos vamos?

Miré el reloj por decimoquinta vez en otros tantos minutos. Tal como había supuesto, estaríamos en situación de marcharnos hacia las dos o las tres de la madrugada, en cuanto hubiera un atisbo de luz en el cielo. Sin embargo, Étienne tenía razón; tampoco a mí me gustaba el sesgo que estaba tomando el asunto, y en caso de apuro, tendríamos que irnos en plena noche.

—Esperaremos una hora —dije—. Creo que para entonces podremos irnos.