Había dado por supuesto que, de los tres, Keaty sería el más difícil de convencer. Llevaba viviendo en la playa más tiempo que ninguno de nosotros, y carecía del apego de Françoise a Étienne así como del desolado desencanto de Jed. Sin embargo, apenas si costó persuadirlo. Todo lo que tuve que hacer fue mostrarle que la barca había desaparecido, y la idea se le ocurrió por sí sola.
—No me lo puedo creer —dijo al ver que la embarcación ya no estaba, y a continuación hundió las manos en el agua como si pretendiese dar con la proa sumergida—. Es imposible.
—Pero es así.
—No me lo puedo creer —repitió.
—Ha desaparecido.
—¡Ya veo que ha desaparecido!
—No sé qué dirá Sal cuando…
—¡Yo sí lo sé! ¡Se agarrará un cabreo de mil demonios! ¡Se volverá loca! Es capaz de… —Se irguió de un brinco y se llevó las manos a la cabeza—. Oh, Dios mío, Rich.
—¿Qué pasa? —pregunté, tratando de poner cara de inocente.
—Fui yo quien la amarró… Fui yo quien… ¡Dios mío!
—¿Qué ocurre? ¡Dime!
—¡Soy hombre muerto! —exclamó.
—¿Por qué?
—Primero, la intoxicación, y ahora, esto. ¡Mierda! ¡Joder! ¡Tenía que ser la barca! ¿No lo ves? ¡Sal me va a ajustar las cuentas! Me las va a ajustar como se las ajustó a… a… ¡Oh, no! —Dio un salto y comenzó a retroceder rápidamente—. Me has traído hasta aquí por eso, ¿verdad? Ella ya lo sabía. ¡La muy zorra lo sabía!
Yo me puse de pie.
—¡Quédate donde estás! —gritó.
—Keaty…
—¡Quédate donde estás! —insistió, levantando los puños.
—Keaty…
—¡Como te muevas te juro que…!
—¡Keaty! —De repente me sentí furioso—. ¡Corta el puto rollo! ¡No voy a hacerte daño!
—¡Atrás!
—¡De acuerdo! ¡De acuerdo! —Retrocedí unos pasos.
—¡Más! ¡Pégate a la roca!
Hice lo que me pedía.
—¿Así? ¿Conforme?
Keaty se quedó quieto, con los puños en alto.
—Al menor movimiento…
—Acabarás conmigo. Lo sé.
—¡Dalo por seguro! ¡Yo no soy Karl! ¡No voy a implorar!
—No necesito que me lo recuerdes. Tú eres capaz de hacerme puré. Pero debes creerme… No tengo nada contra ti. Y no sé cómo me consideras capaz de… ¡Eres uno de mis mejores amigos!
Bajó un poco la guardia.
—¿Sabe Sal lo de la barca? —preguntó.
—No.
—¿Me lo juras?
—Por mi vida. La única razón por la que te he traído aquí es para que lo vieras antes de que ella se entere. Piensa un poco, Keaty. ¿Cómo va a saberlo Sal? ¿Cómo va a echarte la culpa si no te ha visto desde anoche?
Keaty se lo pensó unos segundos antes de bajar completamente los brazos.
—Sí —farfulló—. Eso es verdad… Ella no puede saberlo…
—Exacto.
—Pero… no tardará en enterarse, y entonces…
—Tardará muy poco en enterarse, eso es cierto.
—¡Mierda! —exclamó, presa otra vez del pánico—. ¿Qué va a ser de mí? ¡Ya no podré pegar ojo! ¡No podré ir solo a ningún sitio! Tengo que…
—¿Escapar?
—¡Sí, escapar! ¡Dios! ¡Eso es! ¡Debo escapar ahora mismo! Puedo… —Se volvió hacia la cueva. ¡Oh, Dios mío!— susurró—, ¡es imposible! Estoy atrapado… Atrapado…
—No —repliqué, llevándome un dedo a la sien como si acabara de ocurrírseme una idea tan sencilla como brillante—. Quizás exista una salida.