Marcus abrió un ojo. Soltó el aire que había retenido.
—¡Estás vivo! —gritó con histérico alivio el joven que estaba inclinado más cerca de él.
Marcus levantó el brazo con un movimiento fluido, agarró el asa de la bomba de agua por encima del hombro del estudiante y le dio en la cabeza con ella, lo cual provocó un enorme ruido y un quejido.
Se puso de pie y se giró, completamente empapado, para mirar de frente a los otros cinco asustados miembros de Med Fac.
—Habéis abandonado vuestras máscaras. Podéis estar seguros de que no olvidaré vuestros rostros. Ahora sé quiénes sois y dónde encontraros. Harvard no es un lugar en que sea posible esconderse muy bien, ¿verdad?
Eran cinco, cinco hombres de Harvard, cinco Med Facs, y Marcus no era más que un solo Tech. Pero no parecían saber cómo reaccionar sin sus armas habituales: miedo, anonimato, rumores y, sobre todo, leyenda. Estaban allí, a la intemperie, en medio del jardín de la universidad. Les costó un instante comprender que la sociedad secreta que las autoridades de Harvard no habían logrado identificar ni detener durante cuarenta años acababa de quedar al descubierto por obra de un solo intruso.
—¿Ah, sí? —dijo Blaikie, avanzando—. ¿Ah, sí? Ya veremos lo que recuerdas cuando hayamos acabado contigo.
—Estoy dispuesto a luchar con todos vosotros si así lo queréis. Pero también me gustará veros huir. Os dejo elegir —dijo Marcus con una sonrisa y levantando los puños.
Blaikie frunció el ceño y dio un paso más, pero se detuvo cuando dos de sus seguidores salieron corriendo. Otros dos se quedaron.
—Me parece bien —dijo Marcus.
Cuando empezaban a andar hacia él, se oyó el ruido de una escalera de mano que estaban descolgando por el costado del edificio y aparecieron tres personajes que bajaron, mitad andando mitad deslizándose, hasta plantarse en medio de ellos.
—¡Mansfield! ¿Estás bien? Estás empapado. ¿Estás herido? —preguntó Bob. Edwin y Hammie le seguían de cerca. Bob lanzó una mirada furiosa a Blaikie y sus dos camaradas.
—Desgraciados —gruñó Blaikie—. ¿Cómo os atrevéis a desafiarnos en nuestro propio jardín? Ni cien chicos de Tech podrían con nosotros… si alguna vez hubiera cien. Sois patéticos.
—¿De verdad? —preguntó Bob—. ¿Eso es lo que opinas, Blaikie?
—¡De verdad! ¡Fijaos en vosotros! Os hacéis pasar por universitarios en una institución que hace cuatro años no era más que barro en una marisma, y que es probable que dentro de un año vuelva a serlo. ¿Sois conscientes de lo que hacemos aquí? ¿La carga que llevamos en nombre de las tradiciones y los principios morales de todos nuestros antepasados? Somos tan fuertes y estamos tan curtidos como los olmos que veis a nuestro alrededor. ¡Y vosotros insultáis todo eso!
—¿Todavía no lo entiendes, Blaikie? Por una vez, no puedes ganar —dijo Bob.
—¿En serio? Mírame, Plymouth. Yo libro mis propias batallas. Os daré una paliza a todos; toma nota, marinero.
—Ya veremos… —empezó Marcus, pero se vio interrumpido por un grito de guerra mientras el presidente de los Tecnólogos se abalanzaba contra Blaikie y lo arrojaba al suelo. El capitán de remeros consiguió dar la vuelta a Hammie y sujetarlo en tierra, al tiempo que Marcus agarraba a Hammie por el cuello de la camisa y lo sacaba de la pelea.
—¡Déjame, Mansfield! —gritó Hammie.
—¡Mansfield! —gritó Bob, tratando de apartar a Marcus mientras estallaba un coro de silbatos a su alrededor—. ¡Tenemos que correr! ¡Ya!
—¡Los vigilantes de la universidad! —exclamó Blaikie al oír los silbatos, y se tropezó con sus amigos en su huida.
Los jóvenes de Tech corrían tanto peligro como los Med Facs si los capturaban y los entregaban.
—¡Corred! —gritó Marcus mientras aparecía un vigilante que les pisaba los talones. Bob y Hammie fueron en una dirección a través del jardín, y Marcus y Edwin, en la otra—. ¡Venga! —dijo Marcus, que por encima de su hombro vio cómo caía Edwin al suelo, empujado por el vigilante.
—¡Marcus! —gritó Edwin.
Marcus dio la vuelta y arremetió contra el hombre, que se fue tropezando y maldiciendo en la dirección opuesta. Marcus levantó a Edwin y corrieron juntos, con unos metros de delantera sobre su perseguidor.
—Voy a alejarle de ti.
—¡No, Marcus! ¡Por favor, no me dejes! —gritó Edwin, que luchaba para no caerse.
—Vete al bosque y quédate escondido hasta que puedas salir. Nos reuniremos en la pensión de Bob.
Marcus ayudó a Edwin a escalar la verja de la universidad. Una vez al otro lado, los dos fugitivos se separaron y entraron corriendo en los densos bosques en tinieblas, que les recibieron con una oscuridad protectora.