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Pasó el tiempo y Bocadorada no apareció.

Al cabo de un largo rato Cèleste tuvo la seguridad de que había desistido de atraparla. Tenía sentido porque todo parecía indicar que su objetivo era asesinar a Hieronimus Bosch y que ella sólo había sido su involuntario aliado.

«Yo los he conducido hasta él», comprendió con horror. «Soy la responsable de su muerte… ¿Cómo es posible que me siguieran sin que yo lo advirtiese?…».

Sintió que las fuerzas la abandonaban. Sus piernas se doblaron y su espalda resbaló por la pared hasta quedar sentada en el suelo. Allí empezó a temblar sin poder contenerse, dejando salir al fin todo el miedo que había contenido hasta entonces.

Recordó el pinchazo en el vientre que le había avisado y que, sin duda, había salvado su vida. Alzó el medallón que Meg le había dado poco antes de separarse y lo estudió con cuidado. Era un disco dorado, sin adornos excepto una pequeña gema blanca situada en su centro. Marie presionó sobre ella y el disco se abrió, mostrando que el medallón era en realidad una cajita hueca. En su interior había cinco cuñas diminutas, dispuestas como las porciones de una tarta, cada una hecha con una piedra distinta (amatista, azabache, serpentina, andalucita, sal gema) y con diferentes caracteres mágicos grabados sobre ella. Reconoció los símbolos de los cuatro elementos terrestres y del espíritu. Las cuatro cosas básicas de las que el cuerpo dependía para sobrevivir (aire para respirar, agua para beber, fuego para calentarse y la tierra para procurarse alimento) y el espíritu que relacionaba la materia con lo que había más allá de ésta.

La propiedad de algunas piedras era que, interiormente, estaban formadas por una diminuta retícula cristalina, que era semejante en algunos aspectos a la propia Retícula del Inframundo. De este modo, era posible retener a pequeños espíritus protectores en su interior. Cada una de aquellas cuñas la protegería de un peligro concreto que pudiera hallar en su viaje, y quizá también la habían guiado fielmente hacia su objetivo.

De algún modo, la persona que le había entregado aquel amuleto seguía con ella, la acompañaba en su viaje.

Meg no había cortado aún todos los lazos con su antigua novicia.