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El aire en el interior de aquel estrecho habitáculo parecía empapado por el olor a vómitos y por una sensación de terror profundo que flotaba en el ambiente. La nave se estremecía ante el embate de las olas, las cuadernas crujían como si la madera fuese a estallar de un momento a otro. Laurent y los otros hombres con los que Luis compartía la cámara eran siluetas casi inmóviles acurrucándose en la penumbra, pero no era difícil imaginarlos pendientes de cada uno de los movimientos del valenciano y la bruja.

Cèleste se había sentado en su litera con las rodillas recogidas contra el pecho y esperaba sin demasiado interés en sus grandes ojos azules a que él se decidiese a hablar. Luis se tumbó junto a ella y acercó sus labios al oído de la muchacha. Era consciente de lo que aquello debía de parecerles a sus camaradas, pero no tenía más remedio que proceder así. En cualquier caso su actitud poco tenía que ver con la ansiedad sexual; la proximidad de sus cuerpos sobre aquella estrecha litera y el hablarse en susurros era la única intimidad que podían tener en esas circunstancias.

—He tenido el mismo sueño durante años… —dijo Luis—. Una pesadilla llena de sombras amenazantes y gritos en la oscuridad. Máquinas de tortura, potros desgarrando la carne, mazas aplastando dedos… Gritos de dolor, rezos, golpes, súplicas, más gritos. Un amanuense tomando minuciosa nota de todo, indiferente al dolor mientras escribe; moja la pluma y escribe… y los gritos continuaban. Luego, cesaban todos los sonidos y sólo escuchaba el sssh sssh de la pluma al deslizarse sobre el papel… entonces mis ojos se abrían en la oscuridad de mi habitación en París, o en Lovaina, y despertaba aturdido desconcertado, sin saber dónde estaba, con el cuerpo bañado en sudor y el corazón desbocado, mordiéndome el puño para no gritar y no alarmar a mis compañeros de habitación. Intentaba entonces recordar el sueño, pero lo había olvidado todo en un instante…

Luis le habló a Cèleste de su familia de ricos mercaderes conversos. Su padre, Luis Vives Valeriola, mercader de paños, lo había educado en una sincera fe en Cristo. Un hombre honrado y respetado en su ciudad. Pero en el año mil quinientos fue descubierta la sinagoga que un matrimonio de conversos mantenía oculta en su casa. Eran el hermano y la cuñada del padre de Luis. Y él, que casualmente se encontraba en aquel momento en casa de sus tíos, fue interrogado por un dominico llamado Martín Ximenes.

—Yo entonces contaba con sólo ocho años de edad, pero ahora sé que aquel acontecimiento siempre ha estado conmigo, atormentándome en mis sueños, aunque no podía recordarlo porque mi alma lo había ocultado a mi memoria… Hasta ahora.

—¿Por qué?

—Porque no era algo que yo quisiera saber sobre mí. Delaté a mis padres, que eran inocentes… Los delaté sólo porque… no sé por qué. Aquel dominico me dijo que era lo mejor para ellos, y yo estaba asustado y le creí porque fue amable conmigo… Mi padre fue encarcelado y torturado. Mi madre enfermó de dolor y murió poco después… Dicen que fue la peste, pero yo sé que fue la pena lo que la mató. Y ahora quieren desenterrar sus huesos para quemarlos… ¡Malditos sean! Ni después de muerta la van a dejar descansar en paz…

Luis se cubrió el rostro con las manos. Cèleste alargó la mano para tocarle.

—Lo siento —dijo ella—. ¿Qué fue de tus tíos?

—Los dos murieron en la hoguera. A mi padre lo encerraron en una húmeda mazmorra durante años y luego lo soltaron cuando estaba tan enfermo que los médicos del Santo Oficio pensaron que iba a morir de un momento a otro. El jamás admitió las acusaciones, a pesar de la tortura. Era inocente. Su fe en Cristo era sincera y su voluntad más fuerte que la de sus torturadores.

—¿Y tus tíos no eran igual de sinceros en su fe, fuera cual fuera ésta? ¿No crees que tan inocentes eran unos como otros? Y tú fuiste una víctima más; inocente y engañado por aquel dominico.

—Sí, ahora lo entiendo. Es decir, lo vi claro cuando penetramos en la caverna… Sentí el terror de aquel momento liberándose como si lo estuviera viviendo de nuevo, y comprendí que yo sólo era un niño asustado que intentaba ayudar a sus padres…

—Así es —le aseguró Cèleste—. Tiene que ser duro vivir con ese miedo oculto, acechándote siempre… Ahora que te has enfrentado a él comprendes mejor su naturaleza.

Se hizo el silencio, hasta que Luis reunió valor suficiente para plantear la pregunta que le había estado rondando por la cabeza desde que regresaron del Annwn:

—Pero… ¿qué era ese lugar? ¿Un sueño?

—¿Has escuchado esa historia árabe que cuenta cómo unos marinos desembarcaron en una isla cubierta de vegetación en busca de agua y alimentos? Y cuando encendieron un fuego sobre ella, resultó que la isla era en realidad una gigantesca ballena dormida… Así es el Mundo, lo que vemos de él, apenas es una pequeña costra que sobresale de un mar inmenso. La mayor parte permanece siempre oculta a nuestros ojos, y por ello no podemos confiar en nuestros sentidos porque nos engañan… Es como cuando viertes agua en una jarra y el agua se adaptan a la forma de ésta; de la misma forma se adaptan las sensaciones del mundo real a la capacidad de nuestros sentidos para captarlas. La sustancia que tomaste tan sólo te ayudó a ver más allá de los límites de tus sentidos.

Luis pensó que todo aquello era extraordinariamente interesante, y que abría un sinfín de nuevos caminos a su investigación. ¿Sería posible algún día usar el ungüento de las brujas, o cualquiera de sus derivados, para penetrar en el alma enferma de un loco y curarlo? Él hubiera deseado tomar algunas notas en ese momento, pero no podía hacerlo a causa de la oscuridad de la cámara y el continuo zarandeo de la nave.

—Platón decía que el Hombre es el resultado de una unión entre la psyche inmortal, y el cuerpo, material y corruptible, dos realidades distintas que se encuentran unidas en un solo ser de modo provisional —dijo.

—¿Plutón?

—Platón, un sabio griego eclipsado por la fama de su discípulo Aristóteles. Aseguraba que hay dos formas distintas de realidad, dos sustancias básicas: psyche y materia. La psyche es consciencia en estado puro. La materia, por el contrario, ocupa un lugar en el espacio, puede ser observada por nuestros sentidos y puede dividirse en partes cada vez menores hasta llegar a los átomos… Pero en realidad todo proviene de Dios, tanto el alma como la materia.

Cèleste asintió con gesto grave.

—Ese griego tenía parte de razón. Lo físico y lo espiritual son las dos caras de una misma moneda. Lo que tú llamas «psyche», mi maestra lo llamaba «hamr»… Todos los hamr individuales son partes de un Gran Espíritu Central o Hugr… Al entrar en el Annwn, tú y yo nos movimos por un espacio común, pero de haber seguido avanzando, nuestras almas se hubieran mezclado con las de todas las criaturas que viven o han vivido alguna vez en este mundo… Y entonces difícilmente hubiéramos logrado regresar, y seguiríamos perdidos en esa vorágine.

—¿Y qué lugar ocupa Dios en todo eso?

—Quién sabe. El Principio Vital engendró todo el espíritu del universo. Tiene muchos nombres: Ion He Vau He, Adonat, Elohim, pero apenas sabemos nada de Él.

—¿Y los demonios que vimos ocultos en las paredes?

—Su origen es muy diverso —le explicó Cèleste—. Hay de todo, desde criaturas que han nacido en ese mundo espiritual y que jamás han tenido contacto con nuestro mundo, hasta espíritus de hombres que han vivido y muerto en nuestro mundo material, y que luego han extraviado su camino para salir del Annwn. Si los consideramos ángeles o demonios, depende de la actitud que tome cada uno de ellos para con nosotros. Lo cierto es que toda la brujería se basa en la relación o el negocio con esos entes, mediante conjuros, amuletos, o atrayéndolos con el olor de la sangre, por el que tienen una extraña fascinación.

Luis se dejó caer sobre su camastro, se puso una mano encima de los ojos y reflexionó durante un buen rato sobre todo esto. Se sentía como un descubridor penetrando en una tierra incógnita. La sensación de peligro le rodeaba, pero, a la vez, la importancia de todo aquello era demasiado grande como para darle la espalda. Tenía la oportunidad de aprender más que ningún otro hombre sobre aquel territorio fascinante e inexplorado donde habitaba la psique humana. Pensó que, con la ayuda de Cèleste, podría regresar una y otra vez al Annwn, incluso que trazaría mapas de las rutas que fueran descubriendo, como haría un navegante al visitar por primera vez otro mundo. Viajar hacia ese nuevo horizonte rompiendo los velos que lo ocultan. Ver más allá del campo de la vista al penetrar en el entramado de la realidad.