En la celda le esperaban Cèleste e Íñigo.
Luis cruzó la habitación y abrazó a la mujer con una alegría que no pudo contener. Sintió la comunicación entre ellos a pesar de no haber cruzado una sola palabra. Los cuerpos no mentían, como tampoco lo hacían los ojos. Él ya había imaginado que no se volverían a ver, y su presencia allí había hecho que las defensas que había levando a su alrededor se derrumbaran y que se dejase llevar por la emoción. Las lágrimas acudieron a sus ojos y las dejó fluir sin intentar contenerlas mientras seguía abrazado a ella.
Cuando se separaron, alzó una mano para saludar a Íñigo, y éste le respondió con el mismo gesto. Luis observó que aún se le notaban las marcas en la cara de cuando Sigurd lo lanzó contra una de las doce columnas que rodeaban su caverna.
«¿Cómo es posible si todo fue un sueño?», le preguntó una parte de su mente a la otra, la más racional. Y ésta no supo qué contestar.
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó la bruja.
—No tengo muchas opciones. Me han ordenado que regrese a Flandes y que me ocupe de la educación de Guillermo de Croÿ. Creo que el señor de Chièvres ha aceptado esto porque sabe que así me tendrá controlado día a día.
—Eso es lo que te han ordenado, sí. Pero, qué piensas hacer tú —insistió Íñigo.
—Ya os he dicho que no tengo muchas opciones —se volvió hacia la muchacha y le preguntó—: ¿Qué es lo que piensas hacer tú, Cèleste?
—Vamos a continuar hasta Tordesillas —dijo ella—. Íñigo me asegura que en la corte española tiene buenos amigos que podrán ayudarnos…
—¿Pero qué queréis hacer allí?… Pensaba que ya habíamos vencido a Sigurd. El Nuberu dijo que se tardarán cientos de años en volver a engendrar un cuerpo capaz de albergar su alma. Que los que vivan entonces se ocupen de hacerle frente…
—Sigurd ha sido derrotado, es cierto —dijo Cèleste—. Pero sus fieles siguen en el mundo, y toda la magia que se ha usado para llevar a Carlos al poder ha dejado una huella que costará rectificar. Pero las únicas huellas que a mí me interesan son las que se refieren a mis padres. Quiero averiguar cuáles eran exactamente sus planes sobre mí. Si todo lo que sabía de mi pasado era mentira, ahora necesito conocer la verdad.
Las palabras de Cèleste resonaron en el corazón de Luis, vacío ya de fuerzas para más aventuras, consciente de que había sido él quien se había empeñado en preguntar aun a sabiendas de que sólo había una respuesta que le hubiera agradado. Pero Cèleste no era el tipo de mujer que se retira para vivir una vida tranquila, alejada de problemas, justo lo que él deseaba ahora con todas sus fuerzas.
Valencia, París, Lovaina… las ciudades en las que había vivido le parecían ahora habitadas sólo por sonámbulos. Pero también comprendía que en ellas había gente que luchaba por despertar. Héroes infatigables que, como en los antiguos mitos, se enfrentaban una y otra vez contra su destino para encontrar su camino hacia la Verdad. Muchos tenían las rutas grabadas sobre su alma, pero necesitaban realizar personalmente el viaje porque sólo así adquiría sentido y realidad. Luis deseó ser uno de ellos, pero no lo era.
Lamentablemente, no lo era.
Se produjo un largo silencio que Luis rompió al fin.
—Debo irme —dijo.
Ella volvió a abrazarlo y le besó en los labios. Ésa fue su despedida, emocionada, física y maravillosa. Luego, Luis recogió su valija y salió de la habitación sin añadir ni una palabra más. Cualquier forma de decir adiós le hubiera parecido falsa, así que se marchó en silencio, llevándose con él las heridas de la gran aventura que habían vivido, esas cicatrices que esperaba que hicieran de él un implacable guerrero en las luchas cotidianas.
De una cosa estaba seguro, jamás volvería a temer a sus pesadillas, porque ahora los recuerdos eran tan estremecedores como aquéllas.
En el puerto vio la nao que lo iba a devolver a Flandes, y en su cubierta a Jean Cornille que lo saludó alzando la mano.
Entonces se sintió, por primera vez, verdaderamente feliz de volver a casa.