VII

NELLY VUELVE A LA INFANCIA

Estas muchachitas mueren tranquilas y satisfechas. «Si me muriera no me importaría —decía una—, porque conozco lo que es la vida».

¿Qué vida podía conocer? Lo creía, y eso basta. En esos cerebros débiles la misma enfermedad fragua un sueño que produce un gran bienestar, una completa euforia, y así pasan de la vida a la muerte por delante de esos espejismos que les acompañan en el camino.

«¿Compadecerlas o envidiarlas?» —se pregunta Joe—. Difícil es saberlo.

Mientras el viejo se agarra al vivir miserable, y la Dubarry, con sus canas, suplica al verdugo, al pie de la guillotina, un minuto más de vida, la muchacha joven suelta la amarra que le une a la existencia con su mano pequeña, con una serenidad que infunde pavor.

«Las muchachas enfermas» Evocaciones

El médico decía todos los días, moviendo la cabeza: «Esto va mal, muy mal».

Nelly, que al principio de su enfermedad estaba siempre intranquila y llorando por los disgustos que le daba su padre, comenzó a tranquilizarse. Si alguna vez su padre iba borracho a pedirle dinero, ella le daba lo que tenía. Sin duda, ya acostumbrada, no se alteraba.

Nelly hacía muñecas para los chicos de la casa, mientras estaba tendida en el diván, y se las regalaba y las ponía nombres. También les recortaba con unas tijeras figuras en un papel. El hacer vestidos para las muñecas era gran ocupación para ella. Solía estar muchas veces en el diván cosiendo, con el gato negro, que se colocaba en su regazo. Soñaba que vivía en un palacio, que el gato negro era un príncipe encantado. Su cabeza parecía llenársele de cuentos de hadas.

Era aquella una asociación especial de la muchacha, del gato y hasta de las muñecas.

Ella solía hablar sola y tenía una sonrisa misteriosa y extraña.

No era fácil comprender qué vagas ideas sonrientes le venían a la imaginación.

La muchacha enferma se sentaba al lado del fuego con la manta sobre las rodillas.

Había en ella como una vuelta a la infancia.

El gato parecía entender lo que ella le decía mientras que con sus dedos pequeños cosía los trajecitos de las muñecas.

La idea de que estaba fea era la que más le preocupaba a Nelly y le quitaba el miedo de la muerte.

En el sillón o en el diván se lavaba, se peinaba y se ponía un poco de colorete y de rojo en los labios. Cuando llegaba Larrañaga le hacía mil preguntas llenas de malicia. Él la besaba y la acariciaba como a un niño.

A veces Nelly tenía miedo por cosas vagas, lejanas, por cosas que no tenían importancia, como sí se equivocara y pusiera el miedo que debía tener por su salud en algo fútil y sin ninguna importancia.

Nelly vivía medio soñando. Estaba muy flaca y su pecho parecía haberse estrechado.

No le daba ninguna importancia a su mal, y la idea de la muerte no se le presentaba en la imaginación o, si se le presentaba, le parecía dulce y poética.

Únicamente el estar fea le preocupaba.

«Debo parecer una mona», solía decir.

La muchacha estaba ya siempre serena. Había hecho como un gran esfuerzo para dominarse y lo había conseguido.

Se hubiera dicho que ella y el gato se entendían y se decían algo que no podían comprender los demás. Con su aire reservado y misterioso, con sus pupilas amarillas y su cuerpo suave y fuerte, el gato negro parecía el espíritu familiar, el único que conocía el secreto de Nelly.

Larrañaga estaba cada vez más asustado.

¡Qué de noches de insomnio le costó la enfermedad de la muchacha!

Estas noches en que se oía el viento del invierno silbar con furia y luego el repiqueteo de la lluvia en los cristales de las ventanas.

¡Qué de sondeos quiso hacer en su espíritu para ver hasta dónde llegaba su preocupación y qué capas del alma cogía!

Este sondeo le resultaba casi siempre fallido. En su espíritu había la marea baja y la alta, y no era fácil encontrar un nivel constante. No era su preocupación como una zarza o una planta parásita a la que pudiera seguirse, en su tronco o en sus ramas, y a la que se pudiera arrancar. Era más bien como una corriente negra que enturbiara de pronto las aguas de un arroyo.

Su aspiración de encontrar algo firme y seguro donde descansar y posarse, había fracasado.