UN MISTAGOGO
La teníamos a la verdad, o por lo menos la íbamos a tener, clasificada y catalogada, y se nos ha escapado de entre las manos.
Íbamos a hacer de la noche día; íbamos a fabricar un magnífico faro eléctrico, y estábamos a punto de guardar la vieja y pequeña linterna en el bolsillo, como cosa inútil. Y de repente han fallado los cimientos. Se nos ha evaporado la verdad positiva.
¿Hay una verdad? ¿Hay una evidencia? No lo sabemos. La matemática y la geometría nos parecían el colmo de lo evidente. Ya no lo son. No lo pueden ser. En el embrión estamos rodeados del blastodermo, después, metidos dentro de una piel, y tenemos otra piel en nuestro cosmos que nos envuelve, otro blastodermo, el de nuestros sentidos, que crea y al mismo tiempo reduce el horizonte sensible.
Más allá, nada. La luz del faro no llega. Habrá que abrir de nuevo la linterna.
«El faro y la linterna», Las sorpresas de Joe
Después de la larga y eterna discusión sobre los méritos principales de los alemanes y de los franceses, Olsen dijo a Larrañaga que él era más bien francófilo que otra cosa, aunque el catolicismo le era muy antipático.
—Pero, hombre —exclamó Larrañaga—. El catolicismo es la esencia de la latinidad.
—Pues no me es simpático. Quizá me haya equivocado en mis simpatías.
—Yo tengo también esa sospecha —dijo Larrañaga—. Esta guerra me va haciendo pensar que los alemanes no tienen la genialidad que se les atribuía.
—No la tienen. Es evidente.
—Se equivoca uno en muchas cosas; no por no seguir el rebaño, que si en seguir el rebaño hay acierto, es un acierto despreciable. Se equivoca uno porque no se conoce bien a sí mismo, porque no sabe uno qué es lo que vale en los propios instintos y qué es lo que no vale, cuál es lo original y, por lo tanto, lo respetable, y cuál es lo postizo, lo pegadizo, lo que no tiene raíz. Por eso uno se engaña la mayoría de las veces. Ya antes de la guerra había en mí algo que me impedía ser germanófilo completo.
—¿El protestantismo?
—Sí; el protestantismo me parece antipático; es la más judaica de las sectas cristianas; y tanto como el protestantismo me molesta el wagnerismo.
—Hombre, no diga usted eso.
—La música, el drama y el simbolismo wagneriano me han parecido siempre muy fastidiosos.
—Es lo más grande que ha hecho la Alemania moderna.
—Por lo menos, es lo más kolossal.
Entre los viajeros que marchaban a Nyborg había un noruego misterioso, estudiante de cura, que conocía muy bien el español.
Entabló conversación con Larrañaga, y de pronto, sin transición, se puso a hablar de cosas trascendentales. Según dijo, él consideraba posible, con buena voluntad, unir el ateísmo con la teología, y el anarquismo con un régimen conservador; lo cual era, indudablemente, como galopar hacia lo absoluto por las célebres tesis, antítesis y síntesis hegelianas.
Según él, todas las divergencias y contradicciones espirituales nacían como ramas del mismo tronco, y no eran más que la parte clara y la parte oscura de una misma idea.
—Esto es un principio parecido al que informa la filosofía de Schelling —dijo Larrañaga—. ¿No es cierto?
—Sí; es cierto. Yo no pretendo haber inventado nada —contestó el noruego—. En el sistema de Schelling, todas las oposiciones del pensamiento y de la existencia, de lo ideal y de lo real, de lo absoluto y de lo relativo, de lo subjetivo y de lo objetivo, todos los fenómenos que se nos aparecen como diferentes se funden en lo único e idéntico. Yo considero esto dogmático, sistemático, sin base ninguna. Yo identificaría todos los contenidos de lo subjetivo, pero no lo subjetivo con lo objetivo. Esto me parecería aventurado y quimérico. De hacerlo, se iría a una especie de alquimia o de astrología. Se llegaría a pensar que todo lo que se imagina el ens imaginarium tiene una realidad, lo que no es cierto. Las ideas de Lavater sobre la eternidad, como las de Swedenborg sobre las almas, son entia rationis rationantis. En lo subjetivo, sí; todo se corresponde; las ideas nacen de una misma substancia espiritual, se ramifican y vuelven a donde salieron.
El joven noruego tenía la cara larga y pálida; los ojos, claros; el pelo, rojizo. Llevaba una capa gris impermeable, sombrero verde y botas enormes.
Se veía en él una indiferencia completa respecto al agradar o no a las gentes.
Era el estudiante noruego un hombre de espíritu tardo, complicado y confuso.
Este mistagogo hablaba con una expresión de indiferencia, sin mover un músculo de su cara, pálida y triste, y sin que se notara la menor emoción en sus ojos grises, casi blancos.
Dijo que, por estar enfermo del pecho, le habían mandado a viajar por España y por Italia. No se había ocupado de cosas artísticas o arqueológicas. No le llamaban la atención. Creía, como Kierkegaard, que estas cuestiones de arte estaban como en segundo plano y que eran más bien del dominio de los hombres de mundo y de las mujeres que de los pensadores.
—¿Qué ha hecho usted en esos países? —le preguntó Larrañaga.
Había hablado con la gente del pueblo. Los italianos no le gustaban; su astucia y su maquiavelismo, y su tendencia teatral, le desagradaban profundamente. En cambio, en España había encontrado almas antiguas petrificadas, con caras también antiguas, como de estatuas arcaicas.
¡Qué impresión para él había sido asomarse a estas almas viejas de campesino, instintivas, claras, como el cristal de roca!
El estudiante habló de Schleiermacher y de su creencia profunda en la intuición; de Kierkegaard y de su fe en lo subjetivo:
—Para mí también sólo lo subjetivo es lo íntimamente verdadero —dijo—. El cristianismo es la verdad subjetiva, y, por lo tanto, la verdad para el espíritu; pero el budismo también lo es y todas las religiones para el que cree firmemente en ellas. La ciencia pretende ser la verdad objetiva, la verdad para el conocimiento. Yo no lo niego; pero la Humanidad no puede esperar a la síntesis científica, que tiene que tardar demasiado, o quizá no llegar nunca. Mientras tanto necesitamos creer para vivir, y quizá también vivir para creer.
Él aseguraba que en la completa oscuridad en que vivimos, en la ignorancia de lo esencial de las cosas y de los fines, la imaginación era la única que podía trazar un camino.
—Como los pájaros emigrantes —añadió—, hay que fiarse del instinto más que de unos Atlas de Geografía, siempre incompletos y que no llegan nunca a tiempo. Si se tuviera necesidad de la certidumbre para saber qué es lo que hay que pensar y qué es lo que es lícito obrar, no se podría ni asegurar ni ejecutar nada.
Ahora que el instinto, la inspiración, no debía pretender, según él, el llegar a los detalles, sino quedarse en puro sentido de orientación. Por eso era más acertado Platón que Plotino; por eso las doctrinas de Schleiermacher o Kierkegaard poseían una verdad que no se hallaba en las de Swedenborg, que no pasaban de ser puras entelequias posibles.
Este subjetivismo no impedía al noruego encontrar lógica e irrebatible la tendencia crítica de Kant en la esfera del conocimiento, ni tampoco acercarse a la interpretación hegeliana de la Historia.
Todo lo subjetivo, dentro y fuera de las religiones, tenía para él gran valor. San Francisco, Ruysbroeck, Eckart, Molinos, San Juan de la Cruz, Spinoza. Lo que no tenía para él ningún valor era lo maravilloso positivo, esa magia moderna de los Flammarion y otros farsantes de la época.
—La Naturaleza no es para nosotros más que la suma de datos que tenemos de lo cognoscible —añadió luego—. Un orden hallado lentamente por la observación y la experiencia. Querer por los medios ordinarios del conocimiento encontrar lo sobrenatural, es tan absurdo como querer hacer líneas sin puntos y polígonos sin líneas.
—En esto estoy de acuerdo con usted —le dijo Larrañaga.
El milagro, según él, era lo que no tenía interés, pura reminiscencia vulgar de una forma de mentalidad ya pasada.
—Para el hombre inteligente —dijo— todo en la Naturaleza es milagro; por lo tanto, nada es milagroso. El orden de la Naturaleza no es más que una serie de fantasmas de la mente, una serie de alucinaciones metodizadas. Vivimos en un sueño, combinando imágenes de otros sueños. El mundo, desde un punto de vista subjetivo, no es un mundo, sino muchos mundos, tantos como cabezas humanas con reflejos psíquicos hay en el planeta. Claro que todo nos hace pensar, en orden al conocimiento, que el mundo es único, que no hay otro y que ha existido siempre con unas mismas leyes. Y este conjunto de ideas de necesidad nos impulsa al determinismo. En un mundo único, eterno, necesario, casi fatal, estamos encerrados, sujetos; pero el alma vuela por encima de estas murallas y de estas barreras y afirma con fuerza que hay otro horizonte, un horizonte subjetivo en donde reina la libertad. Así, este sentimiento de libertad se incorpora al determinismo del mundo; es una libertad que es también necesaria; es como el matiz humano de la fatalidad universal.
La fe, según él, era un principio irracional; no era un razonamiento comunicable, como el de un teorema.
—Pues en España ha habido hombre que ha encontrado la diez y siete prueba matemática de la existencia de Dios —le dijo Larrañaga.
—¡Bah! —y el estudiante de Teología se encogió de hombros—. El padre jesuita Atanasio Kircher había encontrado seis mil quinientas sesenta y una pruebas de la existencia de Dios.
—¿Usted no cree que haya prueba ninguna?
—Ninguna. Además, creo que la fe no es siempre comunicable; por eso afirmo que el no creer no es pecado.
—Pero ¿puede haber una religión sin pecado? —le preguntó Larrañaga.
—El pecado existe dentro de la religión para el que cree, para el que conoce las leyes y las quiere vulnerar; para el que no las conoce, no existe.
—¿Y el objeto, la finalidad de la vida humana, existe para usted?
—Sí.
—Pero ¿sólo para el que se lo ha creado?
—Naturalmente. La Naturaleza no nos ha mostrado nunca fin ninguno, ni para ella ni para el hombre. La finalidad de la vida hay que inventarla por intuición, por un esfuerzo de voluntad.
Larrañaga se sintió atraído por el espíritu nebuloso y sutil de aquel hombre, y se enzarzó con él en una larga conversación. Había algo en las ideas de aquel hombre que encarnaba con las suyas. El noruego hablaba con ingenuidad maravillosa y con pesadez extraña. Era su pensamiento como la tierra jutlándica, monótono, triste, y, sin embargo, atractivo.
Al acercarse el barco a Nyborg, el noruego fue a la cabina a coger su equipaje. Entonces Olsen se acercó a Larrañaga con aire de mal humor, y le dijo:
—No haga usted caso de tipos así.
—¿Por qué no?
—Porque es un loco. Se le ve en la cara. Es un hombre que no tiene conceptos claros.
—No creo que sea loco, ni mucho menos.
—Usted no tiene la experiencia de esta clase de tipos; pero yo, sí. Son mezcla de locos y de cucos, que dan estos países del Norte. Hablan en iluminado, tienen una serie de escrúpulos morales, citan mucho a los teólogos y a los místicos, y acaban haciendo suscripciones y quedándose con el dinero.
—Este no ha hablado en iluminado. No, no.
—De todas maneras hay que desconfiar —insistió Olsen—. Hay mucho loco y mucho perturbado. Este mundo, como dice Pleine, es un manicomio o un hospital: «Ist sie ein Tollhaus oder Krankenhaus».
—No, no creo que tenga usted razón. Este hombre no es un mago ni un farsante.
El noruego no tenía ningún interés práctico en hablar con Larrañaga, y se despidió de él con perfecta indiferencia en el muelle de Nyborg, en donde caía la lluvia a chaparrón.
Al día siguiente, Olsen y Larrañaga vieron a las dos muchachas conocidas por ellos días antes en la feria.
Elena, la institutriz alemana, se mostró, como siempre, un poco aniñada y simpática. Era muy romántica; sentía gran entusiasmo por la poesía, y creía que su padre era un grande hombre.
Cuando Larrañaga le dijo que se marchaba a Holanda, ella le preguntó ansiosamente:
—¿Cuándo nos veremos?
—No sé todavía.
—¿Me escribirá usted?
—Sí.
—Escríbame usted todas las semanas. Yo le escribiré también.
—Bueno; ya le escribiré.
Al ir a su casa, ella le presentó la mejilla y Larrañaga la besó. Entonces la muchacha le dio un retrato suyo, con una dedicatoria que decía así: «A don José Larrañaga, en el comienzo de nuestra amistad. Nelly Baur».
Al leerlo, Larrañaga sonrió. Aquella frase del comienzo de su amistad demostraba que ella estaba dispuesta a continuarla y a desarrollarla.