Una parte desproporcionada de los delitos urbanos violentos en los Estados Unidos están cometidos por jóvenes negros e hispanos criados en familias matrifocales que reciben asignaciones de la AFDC. Esta conexión entre delincuencia juvenil y matrifocalidad representa el hecho de que los beneficios de la AFDC están situados por debajo de los niveles de renta de pobreza. Casi todas las mujeres del centro de las ciudades que se benefician de la AFDC, por consiguiente, cuentan con ingresos suplementarios de esposos ocultos, consortes masculinos residentes en sus mismas casas o anteriores consortes, padres de sus hijos.
La antropóloga Jagna Sharff (1981) descubrió que todas las madres de un grupo de 24 familias hispanas que percibían beneficios de la AFDC y que vivían en el bajo East Side neoyorquino tenían algún tipo de consorte masculino. Pocos de estos hombres de la casa realizaban trabajos regulares a jornada completa, pero aquellos que estaban desempleados contribuían de alguna forma a pagar los gastos de la comida y el alquiler vendiendo artículos robados, comerciando con marihuana o cocaína y cometiendo ocasionalmente algún atraco o robo.
Algunas mujeres tenían más de un consorte, mientras que otras obtenían dinero y regalos mediante relaciones casuales.
En sus primeros años de la adolescencia, los muchachos del centro de las ciudades hacen contribuciones sustanciales al equilibrio económico de su hogar a través de su implicación en delitos callejeros y tráfico de drogas. Además, aportan un beneficio importante a sus madres en forma de protección contra el riesgo de violación, asaltos y otras calamidades a las que continuamente están expuestas las familias de los guetos.
Sharff halló que las madres del AFDC valoran a los hijos por sus habilidades callejeras de macho, en especial su destreza en el manejo de cuchillos o pistolas, necesarios para proteger a la familia de vecinos revoltosos o depredadores. Aunque las madres no incitaban directamente a sus hijos a que entraran en el comercio de la droga, todo el mundo reconocía que un traficante de droga que prosperase podía convertirse en un hombre muy rico. Para triunfar en el negocio de la droga se necesitaban las mismas cualidades de macho que hacen falta para la defensa de la propia familia. Cuando un joven lleva a casa los primeros beneficios que ha obtenido de la droga, las madres experimentan sentimientos mixtos de orgullo y aprensión. Como los jóvenes de los guetos suelen tener un 40 por ciento de probabilidades de morir antes de los 25 años, una madre ha de tener más de un hijo si es que quiere disfrutar siempre de la protección de un varón que conozca las artes de la calle. En su muestra de familias acogidas a la AFDC, Sharff compiló este registro de homicidios masculinos en un periodo de tres años, entre 1976 y 1979.
De estos datos no se puede sacar la conclusión de que todas las familias protegidas por la AFDC se adaptan a este modelo. Para algunas madres, la AFDC representa una fuente de emergencia de fondos utilizada para superar las consecuencias del divorcio o separación hasta que puedan encontrar un puesto de trabajo y solucionar el problema del cuidado de los niños. Pero varios millones de mujeres del centro de las ciudades, principalmente negras e hispanas, utilizan la AFDC no como un recurso temporal, sino como una fuente regular o periódica de subsistencia. Un fuerte núcleo de estas mujeres —estimado por los sociólogos Martin Rein y Lee Rainwater en unas 750.000— perciben la AFDC hasta 12 años seguidos. Y un número mucho mayor de mujeres de los barrios céntricos siguen la pauta de acogerse y dejar de percibir la AFDC según entren y salgan del mercado de trabajo entre sucesivos embarazos.