La revolución no tan verde

La revolución verde tuvo su origen a finales de la década de 1950, en las variedades enanas del «trigo maravilla» desarrolladas por el especialista en genética de plantas, ganador del Premio Nobel, Norman Borlaug, en el centro de investigación Ciudad Obregón de la Fundación Rockefeller en el noroeste de México. Diseñado para triplicar los rendimientos por ha., el trigo maravilla fue pronto seguido por variedades enanas de «arroz milagro», conseguido en un centro de investigación conjunto de las Fundaciones Rockefeller y Ford en las Filipinas. (La importancia de las formas enanas es que tallos más cortos y gruesos pueden mantener más peso de grano maduro sin doblarse). Sobre la base del éxito inicial en México y Filipinas, las nuevas semillas fueron aclamadas como la solución al problema de alimentar a la población en expansión del mundo subdesarrollado, y se plantaron pronto en grandes áreas de Pakistán, India e Indonesia (Cloud, 1973). Aunque las nuevas semillas han provocado un aumento claro en la producción por área, sólo lo han conseguido a un coste económico y social considerable. Además, esta tasa de aumento no ha sido lo suficientemente grande como para compensar el crecimiento de la tasa de población y el abandono de tierra y capital de las fórmulas tradicionales, tales como mijo y habas, por cosechas de alto rendimiento. Como resultado, la producción per cápita entre 1960 y 1980 en países de renta baja, combinada con una población de 2250 millones de personas, cayó un 0,3 por ciento (McNamara, 1984:1118). El principal problema de las semillas milagro es que fueron proyectadas para superar el rendimiento de las variedades nativas de arroz y trigo sólo si se cultivan en campos muy irrigados y se tratan con gran cantidad de fertilizantes químicos, pesticidas, insecticidas y fungicidas. Sin estos aportes, las variedades de elevado rendimiento se comportan poco mejor que las variedades nativas, especialmente bajo condiciones adversas de suelo y clima.

La cuestión de cómo han de obtenerse estos aportes y de cómo y a quién han de distribuirse suscita inmediatamente profundos problemas. La mayoría de los campesinos en el mundo subdesarrollado no sólo no tienen acceso a cantidades adecuadas de agua de riego, sino que son incapaces de pagar los fertilizantes químicos caros y otros aportes químicos. Esto significa que a no ser que los gobiernos de los países que desean cambiar a las semillas milagro hagan esfuerzos extraordinarios, los principales beneficiarios de la revolución verde serán los granjeros y comerciantes más ricos, que ya ocupan las tierras de regadío y que son los que reúnen mejores condiciones para pagar los aportes químicos (Cummings, 1978; Mencher, 1974a, 1978; Goodell, 1984; Oasa, 1985:220; Wadel, 1973).

El antropólogo Richard Franke (1973,1974) estudió la revolución verde en Java central. A pesar del hecho de que se obtenían aumentos del rendimiento de hasta el 70 por ciento, en el pueblo estudiado por Franke sólo el 20 por ciento de las explotaciones agrícolas se habían unido al programa. Los principales beneficiarios eran los granjeros que ya obtenían más de la media, que poseían más tierra y que tenían suministros adecuados de agua. Las familias más pobres no adoptaron las nuevas semillas. Hacen que se cumplan los fines trabajando a tiempo parcial para agricultores acomodados, que les prestan dinero para comprar alimentos. Los agricultores más ricos impidieron que sus trabajadores adoptaran las nuevas semillas. Los más ricos temían perder su suministro de mano de obra barata, y los agricultores más pobres temían que si se enemistaban con sus patronos tal vez no tuvieran a nadie a quien dirigirse en caso de enfermedad o sequía. Franke concluye que las teorías que se hallan tras la revolución verde son, fundamentalmente, racionalizaciones para las élites dirigentes que tratan de alguna forma de conseguir un desarrollo económico sin la transformación social y política que necesitan sus sociedades.

Cuadro 15.3

Abundancia de alimentos para algunos, escasez para las masas

México ha tenido dos revoluciones verdes en el pasado cuarto de siglo, y aun así su situación agrícola está en una situación relativa y absolutamente peor que antes. A pesar de las excelentes cosechas de trigo y sorgo y cosechas algo mejores de maíz y frijoles, lamentablemente el país está lejos de satisfacer sus necesidades de grano. Algunos echan la culpa de esto al sector agrícola mexicano diciendo que está atrasado y no es lo suficientemente productivo. Otros ven el problema en el crecimiento de la población, que está superando la capacidad productiva. Sin embargo, la evidencia indica que el problema de la alimentación en México no es un problema de producción sino simplemente otro síntoma del desigual desarrollo del país.

Es poco probable que un mayor avance tecnológico, por sí mismo, elimine el hambre en el mundo… Como ya hemos visto, desde un punto de vista tecnológico, la revolución en la producción de trigo y sorgo debería ser considerada como un éxito. Sin embargo, el aumento de la producción apenas ha hecho impacto sobre la condición de la clase pobre y mal nutrida. A pesar de las grandes inversiones que ha hecho el país en construir sistemas de riego, transporte, instalaciones para el almacenamiento y en otras áreas de la infraestructura, aunque el gobierno ha subvencionado la compra de maquinaria agrícola, fertilizantes y otros gastos; a pesar de la aplicación de la revolucionaria tecnología verde, el país no se encuentra más cerca de resolver las necesidades nutritivas de una gran parte de su población de lo que lo estaba en 1940.

Fuente: DeWalt, 1984:44 y 54.

Algunos expertos defienden la revolución verde de la crítica de que ha beneficiado principalmente a los agricultores acomodados, señalando que la mayoría de las explotaciones agrícolas de trigo de alto rendimiento en el Punjab indio tienen menos de cuatro hectáreas y que las explotaciones agrícolas de trigo del valle Yaqui tienen, como media, sólo 69 hectáreas (Plucknett y Smith, 1982:217). Pero en el mundo subdesarrollado, cualquier agricultor que posea dos o tres hectáreas de tierra de regadío está entre el 10 por ciento superior de la población rural.

Las autoridades y técnicos responsables de promocionar la revolución verde buscaron originalmente convertir la agricultura campesina en sistemas de negocios agrícolas hechos a imagen y semejanza de la agricultura de alta energía de los países desarrollados (Cleaver, 1975). Se esperaba que, estimulando el desarrollo de los negocios agrícolas en los trópicos, la productividad de la agricultura se elevaría lo suficiente como para emparejarse con la tasa de crecimiento de la población. Esta transformación corre el riesgo, evidentemente, de una destrucción virtual de las pequeñas propiedades campesinas, al igual que ha significado la destrucción de la pequeña granja familiar de los Estados Unidos. Existen penalizaciones asociadas con esta transformación incluso en las naciones industriales, donde la anterior población agrícola puede emplearse como conductores de vehículos, empaquetadores de carne y mecánicos de tractores (véase Cap. 16. Modo de producción y economía política). Pero en los países subdesarrollados, donde existen menos puestos de trabajo en los sectores industriales y de servicios de la economía, la migración a las ciudades no puede conllevar niveles más elevados de vida para cientos de millones de campesinos desempleados (Raj, 1977).

La asociación entre las semillas milagro y los negocios agrícolas estuvo presente en el inicio del experimento del trigo mexicano. Ciudad Obregón, en Sonora, fue el centro de grandes explotaciones agrícolas de trigo que dependían de proyectos gubernamentales de riego extensivo en el valle del río Yaqui. Los anteriores habitantes campesinos de este valle —los indios yaqui— habían sido desahuciados de sus tierras en una serie de enfrentamientos militares, el último de los cuales tuvo lugar en 1926, cuando los yaquis intentaron, sin éxito, secuestrar al presidente de México, Obregón (Spicer, 1954). Los yaquis fueron sustituidos por agricultores a media y gran escala que eran los beneficiarios de 35 millones de dólares de fondos públicos gastados sólo en presas. El gobierno mexicano concedió subsidios para el desarrollo de la industria petroquímica que suministrara los fertilizantes para las nuevas semillas. Se concedieron subsidios adicionales a los agricultores de trigo maravilla en forma de precios gubernamentales de apoyo, fijados en un 33 por ciento por encima de los precios del mercado mundial. El trigo maravilla, que había sido producido a un coste de 73 dólares por tonelada, precio de apoyo, se vendió a 49 dólares por tonelada a los compradores extranjeros. «México pierde de esta forma 30 dólares por tonelada, u 80 centavos en cada bushel[19] exportado». (Paddock y Paddock, 1973:218). Cynthia Hewitt de Alcántara (1976:320) ha caracterizado la revolución verde de México como un despilfarro importante de recursos naturales y humanos y de la riqueza generada por las inversiones gubernamentales en instalaciones de riego.

La lección de la revolución verde es similar a la del intento de proporcionar ovejas merinas al pueblo de Chimborazo. En ambos casos, las soluciones puramente tecnológicas no consiguen su propósito debido a no tener en cuenta otras partes igualmente importantes de los sistemas socioculturales (véase Cuadro 15.4).

Cuadro 15.4

Un punto de vista antagónico

El estancamiento y abandono de la iniciativa no sirve a los intereses de la clase pobre o rural urbana. Pocos países del Tercer Mundo pueden permitirse dejar pasar la oportunidad de conseguir la máxima producción en sus mejores tierras.

Algunas críticas afirman que las cosechas de alto rendimiento reducen la demanda de mano de obra debido a la mecanización. Sin embargo, ninguna de esas especies requiere máquinas para producir grandes cosechas. Donde se usan tractores, trilladoras mecánicas y cosechadoras, normalmente aumenta la demanda de mano de obra. Más que la gente, lo que se sustituye son los animales, liberando parte de las tierras para el cultivo de cosechas para consumo humano. Al ser posible un sistema de cosechas más intensivo, la maquinaria puede incrementar la necesidad de mano de obra de un 20 a un 50 por ciento.

El aumento en las provisiones de alimentos originado por la expansión de las variedades de cultivos de alto rendimiento ha creado oportunidades adicionales de empleo en industrias de servicios, tales como las de procesamiento de los productos de la cosecha, su manufacturación, venta y mantenimiento de vehículos, fertilizantes, herbicidas y pesticidas. Además, los precios de los alimentos se han visto controlados por el aumento en el volumen de la producción de cereales —lo que constituye una bonificación para la clase pobre rural y urbana—. (No es raro que la gente de bajos ingresos gaste tres cuartas partes de los mismos en alimentos). Por ejemplo, en Colombia el precio real del arroz disminuyó después de la introducción de las especies de cultivo de alto rendimiento.

Una excesiva preocupación por la distribución de los ingresos en las zonas rurales podría conducir a políticas agrícolas que mataran la iniciativa y dificultaran la producción de alimentos. Esto iría en perjuicio de la clase pobre, especialmente aquellos que residen en ciudades y capitales. En muchos países desarrollados, casi la mitad de la población vive actualmente en zonas urbanas.

Fuente: Plucknett y Smith, 1982:218.