El hecho de que la fase de implementación de un proyecto esté a menudo controlada por administradores o políticos que no aceptan el análisis o las sugerencias del antropólogo ha conducido a cierto número de antropólogos aplicados como Delmos Jones a adoptar el papel de defensores. Los antropólogos defensores han luchado para mejorar las condiciones de las cárceles de mujeres. Han ejercido presiones en los parlamentos estatales para elevar las asignaciones de bienestar; han prestado testimonios ante comités del Congreso en apoyo de programas de atención médica a niños; han presionado contra la construcción de diques y autopistas que pudieran tener un efecto negativo sobre las comunidades locales y se han dedicado a muchas otras actividades políticas y de toma de conciencia.
Algunos antropólogos mantienen el punto de vista de que la única función profesional legítima del antropólogo aplicado consiste en proporcionar a los administradores, políticos o abogados un análisis objetivo de una situación u organización, y de que, a lo más, la acción debe estar limitada a sugerir, pero no a implementar un plan. De esta forma, se espera que la antropología será capaz de preservar su estatus científico, puesto que está claro que un intento decidido de conseguir un objetivo práctico implica frecuentemente habilidades retóricas, halagos, medias verdades o engaños manifiestos, amenazas e incluso violencia.
Contra este punto de vista, los antropólogos defensores insisten en que la objetividad de la antropología y las demás ciencias sociales es ilusoria y que el fracaso de impulsar la implementación del objetivo es, en sí mismo, una toma de postura. La objetividad es ilusoria, aducen, porque los sesgos políticos y personales controlan el compromiso de estudiar una situación en lugar de otra (estudiar a los pobres en lugar de a los ricos, por ejemplo; véase Cap. 16. Pobreza y movilidad ascendente en los Estados Unidos). Y abstenerse de una acción es, en sí misma, una forma de acción, y, por consiguiente, una toma de postura, porque la pasividad de uno asegura que las acciones de otro pesan más en el resultado final. Los antropólogos que no utilizan sus habilidades y conocimientos de manera activa para conseguir aquello que creen que es la solución a un problema, simplemente hacen más fácil que los que tienen creencias opuestas consigan lo que quieren. Estos antropólogos son, en sí mismos, parte del problema (R. Cohén, 1985).
No existe consenso entre los antropólogos en cuanto a la forma de resolver estos diferentes puntos de vista respecto a la relación adecuada entre conocimiento y logro de objetivos prácticos controvertidos. Tal vez la única solución a este dilema es la que ya existe. Debemos indagar en nuestras conciencias individuales y actuar de acuerdo con ellas.
Por último, debemos hacer hincapié en que hemos prestado atención sólo a unas pocas caras de la antropología aplicada. Como el Cuadro 15.5 sugiere, podríamos haber hablado de otros muchos casos igualmente importantes e interesantes.