La definición cultural de lo masculino y lo femenino

Dentro de una determinada sociedad, el ejemplo más obvio y permanente de las diferencias de personalidad está en la diferencia que existe entre hombres y mujeres. En los últimos años, se ha originado un intenso debate sobre hasta qué punto ciertos rasgos recurrentes de personalidad que se asocian, respectivamente, a varones y a mujeres, expresan la naturaleza humana o los efectos de un condicionamiento cultural.

Como ya se ha discutido anteriormente, los seguidores de Sigmund Freud mantienen que las características anatómicas y los roles reproductivos masculinos y femeninos predestinan a hombres y mujeres a tener personalidades fundamentalmente diferentes: los hombres a ser más «masculinos» (activos, agresivos y violentos) y las mujeres a ser más «femeninas» (pasivas, débiles y pacíficas).

Independientemente de que uno acepte alguna forma de complejo de Edipo como universal, la investigación etnográfica indica que la definición vienesa de Freud sobre los temperamentos ideales del varón y de la mujer no es universal. El estudio que hizo Margaret Mead (1950) sobre tres tribus de Nueva Guinea —los arapesh, los mundugumor y los tchambuli— es el trabajo antropológico clásico acerca del espectro de definiciones culturales de las personalidades ideales masculinas y femeninas. Mead descubrió que entre los arapesh tanto hombres como mujeres debían comportarse de una forma suave, solidaria y cooperante, que nos recuerda a lo que nosotros esperamos de una madre ideal. Entre los mundugumor, tanto hombres como mujeres se comportan de una forma fiera y agresiva, y ambos sexos se ajustan a los criterios de lo que Mead considera como masculino. Entre los tchambuli, las mujeres se afeitan sus cabezas, son proclives a reír abiertamente, muestran una solidaridad de camaradas y son agresivamente eficaces como suministradoras de alimento. Por otro lado, los hombres tchambuli se preocupan por el arte, emplean mucho tiempo en sus peinados y están siempre criticando al sexo opuesto. Aunque las interpretaciones de Mead han sido discutidas como demasiado subjetivas, no hay duda de que existen marcados contrastes entre los roles sexuales en las diferentes culturas. En pocos sitios del mundo, aparte de la Viena del siglo XIX, se puede encontrar la precisa configuración que Freud consideraba el ideal universal. Por ejemplo, Mervyn Meggitt (1964) ha propuesto una clasificación de las culturas de las tierras altas de Nueva Guinea en dos grupos según la medida en que la conducta se puede considerar como «mojigata» o «libertina».

Entre los mae enga, que son los arquetipos de «mojigatos» para Meggitt, los hombres y las mujeres duermen separados. El hombre nunca entra en el dormitorio de la parte de atrás de la choza de su mujer, y una mujer nunca entra en la casa del hombre. El contacto con la sangre menstrual puede ser causa de enfermedad o muerte para el hombre mae enga. Los hombres mae enga creen que el coito es causa de debilidad, y después de realizarlo se someten a un proceso de purificación sentándose en una cabaña llena de humo para protegerse. Los jóvenes mae enga juran abstinencia sexual hasta que se casen y se sienten incómodos y con un cierto grado de ansiedad si se discute sobre el sexo, especialmente si las mujeres están delante. En contraste con esto, los hombres kuma, que según Meggitt representarían la conducta «libertina», comparten los dormitorios, no tienen miedo de la menstruación femenina, no practican ritos de purificación o de iniciación, y ganan gran prestigio presumiendo de sus conquistas. Las chicas kuma van a fiestas donde se las corteja y en donde ellas seleccionan su pareja sexual entre los varones tanto casados como solteros. El coito se discute abiertamente entre ambos sexos. Lorraine Sexton (1973) ha sugerido que estas diferencias pueden estar asociadas con una alta presión de población experimentada por los mae enga y la relativamente baja densidad de población de los kuma, siendo el extremado remilgo un mecanismo que limitaría la frecuencia del coito y, por tanto, limitaría la fertilidad.