Los antropólogos no están de acuerdo en el papel que desempeñan las diferencias culturales en la incidencia y naturaleza de la enfermedad mental. Recientes investigaciones médicas han demostrado que probablemente existen importantes bases genéticas y neuroquímicas de trastornos mentales tan clásicos como la esquizofrenia y la psicosis maníaco-depresiva. Esto coincide con la evidencia de que las tasas de incidencia de dichas enfermedades no difieren tanto entre grupos tan diversos como los suecos, los esquimales, los yoruba del oeste de África y los actuales canadienses (Murphy, 1976). Sin embargo, no hay duda de que, mientras los síntomas generales de las mismas enfermedades mentales se pueden encontrar en cualquier cultura, existe una gran diferencia entre los síntomas específicos encontrados en las diversas culturas. Por ejemplo, un estudio comparativo de pacientes esquizofrénicos de procedencia irlandesa e italiana en un hospital de Nueva York reveló que existían conjuntos de síntomas, sustancialmente diferentes, que estaban asociados a cada uno de los grupos. Los pacientes irlandeses tendían a estar obsesionados con una culpabilidad sexual y a ser mucho más introvertidos y tranquilos que los pacientes italianos, mientras que los pacientes italianos eran sexualmente más agresivos y mucho más inclinados a los ataques violentos y a las rabietas (Opler, 1959). Así como los indios crow tienen una especial experiencia visionaria basada en sus expectativas culturales (véase Cap. 12. Pautas de las creencias y rituales individualistas), de la misma forma el contenido específico de las alucinaciones psicóticas varía de una cultura a otra.
Más evidencia de los potentes efectos de la cultura sobre la enfermedad mental la podemos encontrar en las psicosis específicas de una cultura, desórdenes que tienen un conjunto muy particular de síntomas limitados solamente a una o a unas pocas culturas. Una de las psicosis específicas de una cultura mejor conocidas es la llamada histeria ártica o pibloktoq. A diferencia de las psicosis clásicas, el pibloktoq aparece repentinamente. Sus víctimas se incorporan de un salto, se destrozan las ropas, mueven sus extremidades de una forma convulsiva y se echan a rodar desnudos por la nieve y el hielo. Una explicación para este comportamiento se asemeja a los casos graves de «fiebre de cabaña». Metidos en sus pequeñas y superpobladas viviendas durante largos periodos en los que son incapaces de expresar sus sentimientos de hostilidad, las víctimas del pibloktoq pueden llegar a sufrir crisis histéricas como un medio de solucionar sus frustraciones pendientes. Sin embargo, parece más probable que la causa subyacente de todo ello también resida en la dieta altamente carnívora de los esquimales. Carentes de alimentos vegetales y radiaciones solares, los esquimales se ven obligados a consumir hígado de mamíferos marinos y de osos polares para abastecerse de vitamina A y de vitamina D. Si comen demasiado hígado se produce un venenoso exceso de vitamina A, pero si comen demasiado poco entonces se provoca un déficit de vitamina D, lo que a su vez conduce a un déficit de calcio en el torrente sanguíneo. Ambas situaciones —demasiada vitamina A y demasiado poco calcio en la sangre—, como se sabe, están asociadas a convulsiones y episodios psicopáticos (Landy, 1985; Wallace, 1972). Por tanto, el pibloktoq, es probablemente una consecuencia de la interacción entre las condiciones de vida culturalmente determinadas y la química de la nutrición.
«Psicosis». Windigo
Entre los ojibwa y los cree, cazadores-recolectores norteños de los bosques subárticos canadienses, existe una extendida creencia de que los humanos pueden ser poseídos por el espíritu Windigo, un monstruo caníbal cuyo corazón está hecho de hielo. Esta creencia ha dado pie a la hipótesis de que los cree y ojibwa sufren una enfermedad específica de una cultura denominada psicosis Windigo. Se afirma que aquellos que están poseídos por el Windigo experimentan un gran deseo de matar y comer a sus compañeros. Viviendo en un medio ambiente muy duro, los cree y ojibwa a menudo se encuentran heridos en la nieve y amenazados de muerte por hambre en sus aislados campamentos de invierno. Se dice que bajo tales condiciones es cuando existen mayores posibilidades de sufrir el Windigo. Varios relatos demuestran el hecho de que compañeros de campamento hambrientos, a veces comieron los cuerpos de otros compañeros muertos para poder mantenerse vivos. (Relatos similares de «canibalismo en momentos de crisis» han sido publicados en muchas partes del mundo, siendo uno de los más recientes el caso de un equipo de fútbol cuyo avión se estrelló en los Andes). Se dice que una vez que los que sufren el Windigo han probado la carne humana, continúan suplicando más. Pierden el gusto por la comida normal, sus corazones parecen como un trozo de hielo y la gente a su alrededor ya no parece gente, sino ciervos, alces u otros animales de caza. A menos que se les mate a ellos antes, ellos matarán y devorarán a sus compañeros.
Como Lou Maraño (1982) ha demostrado, existen muchos casos autentificados de muertes de Windigos llevadas a cabo por sus alarmados compañeros de campamento. Repetidamente, los asesinos de Windigos dan detalles que justifican sus homicidios: las víctimas les miraban de forma extraña, daban vueltas y murmuraban durante el sueño, la saliva escurría de su boca o intentaban atacar y morder a sus compañeros. En un caso, el supuesto Windigo incluso pareció elevarse desde el suelo y tuvo que ser echado abajo por sus atacantes. Se dice que, de forma repetida, los mismos Windigos piden ser muertos porque si no se comerían a sus compañeros uno a uno. Sin embargo, lo que falta en estos relatos es una información exacta que demuestre que los supuestos Windigos pensaban y actuaban de la manera descrita por sus ejecutores. Sin dicha información, la existencia de una verdadera psicosis Windigo es dudosa y se puede dar una explicación mucho más sencilla para tal creencia. Bajo condiciones de tensión y hambre extremas, los ojibwa y cree del norte acusaban a ciertos compañeros problemáticos de ser Windigos como justificación para eliminarles, con lo que aumentaban las posibilidades de supervivencia del resto del campamento. De esta forma, el típico Windigo ejecutado era un individuo enfermizo, delirante, con fiebre alta, o alguien que estaba demasiado enfermo para caminar, un viejo hombre o mujer senil, un extraño procedente de otro grupo étnico. Según la opinión de Maraño, las creencias sobre el Windigo no suponían una evidencia de psicosis, sino de un sistema de «homicidio por prioridad» (es decir, dejar que alguien muera para que otros puedan vivir) en el que el miedo a ser comido se usaba para superar el miedo a romper el tabú de matar a un compañero de campamento.
Tras un detenido examen, la psicosis Windigo se muestra no como una obsesión antropofágica (es decir, caníbal) culturalmente aislada, sino más bien como una variante bastante predecible —aunque culturalmente condicionada— del homicidio por prioridad y de la caza de brujas típica de las sociedades que sufren tensión extrema.
En este proceso, como en todas las cazas de brujas, las víctimas de la agresión, a su vez, son socialmente definidas como agresoras. En este caso, la forma específica de redefinición estaba determinada por el constante miedo a morir de hambre, en una situación en la que el canibalismo ha demostrado ser un recurso tentador para personas de todas las culturas a través de la historia. Atribuyendo el miedo más sobresaliente de la sociedad a un cabeza de turco, el grupo era capaz de proyectar su ansiedad modal sobre el individuo, creando de esta forma una racionalización del homicidio con la cual todo el mundo podía identificarse (Maraño, 1982:385).