El Edipo y la personalidad

Según Freud, un conflicto traumático, universal e inevitable se produce durante los años que preceden a la pubertad. Este conflicto se llama el conflicto edípico y tiene su origen en rivalidades y celos sexuales biológicamente determinados dentro de la familia nuclear. Esta teoría sigue siendo muy controvertida.

Según Freud, los primeros sentimientos sexuales que se despiertan en los muchachos jóvenes se dirigen primero hacia su madre, pero al descubrir que su madre es el objeto sexual del padre, el niño entra en competencia con él para dominar sexualmente a la misma mujer. El padre, aunque proporciona protección, también impone una disciplina severa, reprimiendo el intento de su hijo de expresar el amor sexual a su madre. El hijo se frustra profundamente e imagina que es lo suficientemente fuerte como para matar a su padre. Estos celos y hostilidad bullentes suscitan temor y culpabilidad en el niño: temor, porque el padre, de hecho o en la imaginación, amenaza con cortarle el pene y los testículos; y culpabilidad, porque el padre no sólo es odiado sino también amado. Para resolver con éxito este conflicto, el niño debe volver a canalizar su sexualidad hacia otras hembras y aprender a vencer su miedo y expresar su hostilidad de modo constructivo.

Para la niña, Freud concibió un trauma paralelo pero radicalmente diferente. La sexualidad de una niña se dirige inicialmente hacia su madre. Pero en la fase fálica, la niña hace un descubrimiento decisivo: carece de pene. Culpa a su madre de ello y los deseos sexuales que sentía hacia ella, se dirigirán a partir de ahora hacia su padre.

La razón de que esto ocurra depende de la reacción de desengaño de la niña cuando descubre que un niño posee un órgano sexual saliente, el pene, mientras que ella sólo tiene una cavidad. De este descubrimiento traumático se siguen varias consecuencias importantes. En primer lugar, hace a su madre responsable de su condición de castrada… En segundo lugar, transfiere el amor a su padre porque tiene el órgano apreciado que aspira a compartir con él. Sin embargo, su amor por el padre y por otros hombres está mezclado con un sentimiento de envidia porque poseen algo que a ella le falta. La envidia del pene es la réplica femenina a la angustia de castración en el niño… (Hally Lindzey, 1967:18).

Se supone que las niñas sufren durante toda la vida el trauma de la envidia del pene a causa de su descubrimiento de que están anatómicamente «incompletas». De esta manera, Freud trataba de fundar la supremacía psicológica de los varones en los hechos inalterables de la anatomía; de ahí el aforismo freudiano: «La anatomía es el destino». La falta de un pene «rebaja» a las mujeres y las condena a un papel pasivo y subordinado, el papel del «segundo sexo». Para Freud, la única esperanza de superar la envidia del pene estriba en aceptar un papel secundario y pasivo en la vida, desarrollar su encanto y atractivo sexual, casarse y tener niños varones.

Su felicidad es grande si, después, su deseo de un hijo se cumple en la realidad, y en especial si el hijo es un varón que porta el pene ardientemente deseado (Freud, citado en Millet, 1970:185).

¿Es universal el complejo de Edipo?

Desde las investigaciones de Bronislaw Malinowski (1927) sobre la familia avunculocal trobriandesa (Cap. 10. Jefes y jefaturas: trobriandeses y cherokee), los antropólogos han criticado el concepto del complejo de Edipo, ya que este imponía al mundo una definición del desarrollo de la personalidad apropiada a la clase media de la Viena decimonónica en donde Freud practicó y desarrolló sus teorías. Según Malinowski, los hombres trobriandeses no desarrollarían este complejo porque la autoridad familiar no era ejercida por el padre, sino por un tío materno. De esta forma, crecerían sin esos sentimientos, según Freud universales, de amor y odio hacia el padre. Melford Spiro (1982) ha intentado rescatar la teoría freudiana, proponiendo una separación entre el amor-odio engendrado por celos sexuales y el engendrado por la autoridad. El muchacho trobriandés vive con su padre y su madre hasta que se hace adolescente. Mientras su padre sea una figura accesible y no autoritaria, hay muchas oportunidades de que padre e hijo desarrollen sentimientos de rivalidad sexual respecto a la madre y esposa. Spiro concluye entonces que Malinowski no ofreció pruebas de que a los trobriandeses les faltara una base para desarrollar el complejo de Edipo. Sigue siendo cierto, sin embargo, que la intensidad e importancia del complejo de Edipo debe variar según sea la magnitud y el carácter del control que los padres ejercen sobre los hijos y, a su vez, tal control varía con la naturaleza de la familia en donde uno crece.