Resumen

Cultura y personalidad son conceptos estrechamente relacionados que se ocupan de las pautas de pensamiento, sentimiento y conducta. La personalidad es, sobre todo, una característica de los individuos, la cultura lo es de los grupos. Sin embargo, es posible hablar de la personalidad de un grupo, es decir, de una personalidad básica, modal o típica. Sin embargo, los dos enfoques utilizan diferentes vocabularios técnicos para describir las pautas de pensamiento, sentimiento y conducta.

Los antropólogos que estudian la personalidad aceptan, en general, la premisa freudiana de que aquella es moldeada fundamentalmente por las experiencias infantiles. Esto ha llevado a un interés por los modos en que los adultos interactúan y se relacionan con infantes y niños, en especial en materias como el adiestramiento de la higiene, la lactancia, el destete y la disciplina sexual. Con arreglo a algunas teorías, estas experiencias determinan la naturaleza de instituciones «secundarias» como el arte y la religión.

Otros enfoques de la cultura y la personalidad tratan de caracterizar las culturas enteras en términos de temas centrales, pautas, personalidades básicas o caracteres nacionales. Hay que tener cuidado de no generalizar excesivamente la aplicabilidad de tales conceptos. Toda población de gran tamaño da cabida a una gran variedad de tipos de personalidad.

Hay fuertes diferencias de personalidad asociadas a los roles masculino y femenino. Los freudianos subrayan el papel de los instintos y la anatomía en la formación de una personalidad «masculina» activa y agresiva y una personalidad «femenina» pasiva y subordinada. Estas diferencias reflejan expresiones típicamente masculinas y típicamente femeninas de lo que Freud llamaba el complejo de Edipo. Los datos antropológicos han puesto en tela de juicio las ideas de Freud respecto a las personalidades masculina y femenina típicas debido a su excesivo etnocentrismo. Los estereotipos sexuales de la Viena decimonónica no pueden representar la personalidad ideal masculina o femenina en todas las demás culturas.

La relación entre cultura y enfermedad mental sigue siendo problemática. Desórdenes clásicos como la esquizofrenia y la psicosis maníaco-depresiva son en parte modificados por las influencias culturales, aunque ocurran en muy diferentes sociedades y probablemente sean el resultado de interacciones entre variables culturales, bioquímicas y genéticas. Las psicosis específicas de una cultura tales como el pibloktoq indican que los factores culturales pueden influir poderosamente en el estado de salud mental, pero, como muestra el caso de la psicosis Windigo, hay que ser cautos a la hora de evaluar argumentos relativos a la existencia de tales psicosis.

Una gran variedad de indicios sugieren que, en la mayoría de las sociedades, los varones tienen una personalidad más agresiva y dominante que las hembras y que hay un núcleo residual de verdad en las nociones freudianas de antagonismo entre generaciones sucesivas de varones. Los indicios en cuestión consisten, en primer lugar, en la preeminencia general de los varones en las formas de liderazgo basadas en los cabecillas, la redistribución y las jefaturas y en instituciones políticas de tipo monárquico e imperial, por un lado, y en la ausencia de matriarcados, por otro. En segundo lugar, la persistente creencia masculina de que la mujer es foco de contaminación y brujería refleja diferencias reales de poder. Tales creencias, como en los casos de Bangladesh o los foré, forman parte de un sistema para privar a las mujeres del acceso a los recursos estratégicos (por ejemplo, alimentos animales) y no capacitan a las mujeres para alcanzar una autonomía o un equilibrio de poder. En tercer lugar, hay un persistente control masculino sobre los cargos, rituales y símbolos religiosos en todos los niveles, desde el culto chamanista al eclesiástico.

No obstante, los antropólogos han empezado a considerar la posibilidad de que se haya exagerado o entendido mal la extensión y naturaleza de la dominancia masculina. Como se ha visto en las elaboradas distribuciones del funeral trobriandés que corren a cargo de las mujeres, incluso los mejores etnógrafos masculinos pueden pasar por alto datos relevantes para el estatus de las mujeres. Y, como se vio en la vida doméstica de Tonalá, incluso en las sociedades de carácter marcadamente machista, las mujeres pueden ingeniárselas para manipular las «reglas del juego».

En las sociedades preestatales, el complejo de supremacía masculina se puede explicar por la persistente necesidad de criar un número máximo de varones valientes dispuestos para el combate en hábitats superpoblados. La teoría predice que la intensidad del complejo de supremacía masculina variará directamente según la intensidad de la guerra y la presión reproductora. También puede explicar por qué se produce el complejo de Edipo, invirtiendo las flechas causales de Freud al considerar la guerra como causa, y no efecto, de la agresividad y los celos sexuales. Esto demuestra que la anatomía no es el destino. Es la cultura la que determina cómo se han de usar las diferencias anatómicas entre varones y hembras en la definición de la masculinidad y feminidad.

Los estudios antropológicos corroboran el punto de vista de que las definiciones contemporáneas de masculinidad y feminidad pueden ser innecesariamente restrictivas. Las variaciones transculturales en las pautas y conductas sexuales impiden que una sola cultura sirva como modelo de lo que es natural en el campo de las relaciones sexuales. Las pautas heterosexuales mangaianas contrastan con las de la India hindú, y estas con las de las sociedades industrializadas contemporáneas. La homosexualidad también desafía los estereotipos nítidos, como se puede ver en los ejemplos de los crow y azande. La homosexualidad ritual, como ocurre entre los etoro y otras sociedades de Nueva Guinea y Melanesia, es una forma compleja y compulsiva de sexualidad que no tiene equivalente en las sociedades occidentales. Probablemente fue causada por la necesidad de criar guerreros masculinos en condiciones de estrés ambiental y de competición.

Los roles sexuales en la sociedad industrial no se pueden atribuir a diferencias anatómicas y fisiológicas. Al cambiar la tecnología de la producción, también lo hace la definición de roles masculinos y femeninos ideales. Ha alterado fundamentalmente el matrimonio y la vida doméstica. La continuación de estas tendencias modificará las personalidades ideales del hombre y la mujer del futuro.