La mayor parte de las obras de arte se realizan, deliberadamente, a imagen de ciertas formas preexistentes. La tarea del artista consiste en replicar estas formas mediante combinaciones originales de elementos culturalmente estandarizados: sonidos, colores, líneas, formas, movimientos familiares y agradables, etc. Naturalmente, para que sea arte, debe haber siempre un ingrediente de juego y creación. Por otra parte, si la representación-transformación ha de cumplir su función comunicativa —y debe comunicar algo para ser una obra lograda— las reglas del juego no pueden ser invención privada del artista. A ello se debe que la originalidad absoluta no sea precisamente lo que la mayoría de las culturas buscan en el arte.
Es la repetición de los elementos tradicionales y familiares lo que explica las grandes diferencias entre los productos artísticos de diferentes culturas. Por ejemplo, la escultura de los indios americanos de la costa noroccidental es célebre por su atención persistente a motivos animales y humanos, representados de tal manera que tanto los órganos externos como los internos quedan expuestos. Estos órganos se distribuyen de manera simétrica dentro de formas geométricas delimitadas. Por su parte, la escultura maorí exige que las superficies de madera estén caladas con vigorosas aunque intrincadas filigranas y espirales. Entre los mochica del antiguo Perú, el medio en que se expresaba la escultura era la alfarería, y la cerámica mochica es famosa por el realismo figurativo de los retratos y de las representaciones de escenas de la vida doméstica y sexual. Cabe identificar centenares de estilos de arte fácilmente reconocibles y distintivos de diferentes culturas. La continuidad e integridad de estos estilos proporcionan el contexto básico para la comprensión y el gusto artístico de un pueblo.
El arte del establishment en la moderna cultura occidental es único en su énfasis sobre la originalidad formal. Se considera normal que el arte deba ser interpretado y explicado por expertos para poderlo comprender y apreciar. Desde finales del siglo XIX, los artistas más importantes para el establishment del arte occidental son los individuos que rompen con la tradición, introducen nuevas reglas formales y, al menos durante algún tiempo, logran que su obra resulte incomprensible para un gran número de personas. A este énfasis en la ruptura con la tradición se añade la peculiar y reciente concepción occidental de los artistas como individuos solitarios que luchan en la pobreza contra las limitaciones establecidas por la capacidad preexistente del público para apreciar y comprender el verdadero genio.
Así pues, los aspectos de creación, juego y transformación del arte moderno han cobrado precedencia sobre la forma y la representación. Los artistas euroamericanos contemporáneos se esfuerzan conscientemente en ser los creadores de reglas formales completamente nuevas. Compiten entre sí en una lucha por inventar nuevas transformaciones que sustituyan a las tradicionales. Los modernos criterios estéticos sostienen que la originalidad reviste más importancia que la inteligibilidad. De hecho, una obra de arte demasiado fácil de entender puede granjearse la condena del establishment del arte. Muchos críticos dan por sentado, más o menos conscientemente, que la novedad debe conllevar cierta oscuridad. ¿Cómo se explica esta obsesión por la originalidad?
Una influencia importante es la reacción a la fabricación en serie. La fabricación en serie, que da lugar a una degradación del virtuosismo técnico, también provoca la degradación de toda obra de arte que se parezca mucho a los objetos o realizaciones que otros han producido. Otro factor a tener en cuenta es la inserción del artista moderno en un mercado comercial en el que la oferta siempre excede a la demanda. Los artistas con dedicación a tiempo parcial que existen en las sociedades de bandas y aldeas se preocupan de ser originales sólo en la medida en que esto aumenta el gozo estético de su obra. Su sustento no depende de obtener una identidad artística y seguidores personales. Otro factor que hay que considerar es el elevado ritmo de cambio cultural en las sociedades modernas. Hasta cierto punto, el énfasis en la originalidad, sencillamente, refleja este ritmo de cambios. Por último, las tendencias alienadoras e incomunicadoras de la moderna sociedad de masas tal vez ejerzan alguna influencia. Muchas obras de arte modernas reflejan la soledad, perplejidad y angustia del individuo creativo en un medio urbano de talante impersonal y hostil.