Magia y religión

Sir James Frazer trató de definir la religión en su famoso libro La rama dorada. Para Frazer, el que una creencia concreta fuera o no religiosa dependía del grado en que los participantes creían poder lograr que una entidad o fuer/a obedeciera sus órdenes. Si la actitud de los participantes era de incertidumbre y humildad, si se inclinaban a suplicar y pedir favores y concesiones, entonces sus creencias y acciones eran esencialmente religiosas. Si pensaban que controlaban las entidades y fuerzas que rigen los acontecimientos, no dudaban del resultado y no experimentaban ninguna necesidad de suplicar con humildad, entonces sus prácticas y creencias eran ejemplos no tanto de religión como de magia.

Frazer consideraba la oración como la esencia del ritual religioso. Ahora bien, las oraciones no siempre se recitan en tono de súplica. Por ejemplo, las oraciones entre los navajos deben recitarse al pie de la letra para ser eficaces. Sin embargo, los navajos no esperan que las oraciones recitadas al pie de la letra siempre den resultado. Así, es difícil trazar una línea separatoria entre oraciones y «hechizos mágicos». Por supuesto, no hay que tomar la súplica como característica de la comunicación verbal entre la gente y sus dioses. Como indicó Ruth Benedict (1938:640), «la adulación, el soborno y el fraude son medios frecuentes de influir en lo sobrenatural». Así, los kai de Nueva Guinea timan a sus espíritus ancestrales como también lo hacen entre sí; algunas culturas intentan burlar a los espíritus mintiéndoles. Los tsimshian de la costa canadiense del Pacífico golpean el suelo con los pies, amenazan al cielo con sus puños y llaman a sus dioses «esclavos», en tono de reproche. Los manus del archipiélago Bismarck guardan los cráneos de sus antepasados en una esquina de la casa y hacen todo lo posible para complacer al «Señor Espíritu». Ahora bien, si una persona cae enferma, los manus pueden amenazar airadamente al Señor Espíritu con echarle de la casa. Esto es lo que dicen:

Como muera este hombre te quedas sin casa. Sólo podrás vagar por las orillas de la isla (usadas para fines excretorios). (Fortune, 65:216).

Otra parte importante del esquema de Frazer es su intento de distinguir la magia de la ciencia. Sostenía que la actitud del mago era exactamente la del científico. Tanto el mago como el científico creen que si se hace A bajo un conjunto apropiado de condiciones, entonces se seguirá B, prescindiendo de quién sea el practicante o de cuál pueda ser la actitud hacia el resultado. Se cree que arrojar al fuego un trozo de uña de la pretendida víctima, o clavar alfileres en un muñeco efigie, obtienen sus resultados con la certeza automática característica del disparo de una flecha con un arco o el corte de un árbol con un hacha. Frazer reconoció que si esta fuera la esencia de la distinción entre magia y religión, entonces, poco se diferenciaría la magia de la ciencia. De hecho calificó a la magia de «falsa ciencia» y postuló una secuencia evolutiva universal en la que la magia, con su interés por las relaciones de causa y efecto, dio lugar a la ciencia, mientras que la religión evolucionó siguiendo líneas completamente independientes.

El esquema de Frazer no ha resistido la prueba del trabajo de campo. Las actitudes con las que los temerosos magos dobuanos se deshacen de las uñas y los confiados sacerdotes zuñis agitan la cerveza de yuca para provocar lluvias no se ajustan a los nítidos compartimientos de Frazer. La conducta humana se revela como una compleja mezcla en la que el temor y la admiración, el aburrimiento y la diversión, el poder y la impotencia, están presentes al mismo tiempo.

Probablemente, lo que regula el grado de ansiedad y súplica asociados a cualquier secuencia de conducta es más la importancia del resultado para los participantes que su filosofía de la causa y el efecto. Nuestro conocimiento del estado psicológico interno de los sacerdotes, magos, chamanes y científicos es demasiado precario para hacer declaraciones firmes en este campo.