Lo sagrado y lo profano

Algunos antropólogos han sugerido que las creencias o las prácticas son religiosas cuando producen un estado emocional especial o «experiencia religiosa». Robert Lowie (1948:339) caracterizó esta experiencia como de «asombro y temor», una sensación de estar en presencia de algo extraordinario, misterioso, sagrado, santo, divino. Lowie llegó incluso a sostener que las creencias sobre los dioses y las almas no eran religiosas si se daba por supuesta la existencia de estos seres y si, al contemplarlos, el individuo no experimentaba temor o asombro.

El teórico que más contribuyó a esta manera de concebir la religión fue Emile Durkheim. Como muchos otros, Durkheim propuso que la esencia de la creencia religiosa consistía en que evocaba un sentimiento misterioso de comunión con un ámbito de lo sagrado. Todas las sociedades tienen sus creencias, símbolos y rituales sagrados que se oponen a los acontecimientos ordinarios o profanos. La aportación distintiva de Durkheim fue relacionar el ámbito de lo sagrado con el control que ejercen la sociedad y la cultura sobre la conciencia de cada individuo. Cuando la gente cree estar en comunión con fuerzas ocultas y misteriosas y seres sobrenaturales, lo que en realidad experimenta es la fuerza de la vida social. En nuestro temor a lo sagrado expresamos nuestra dependencia de la sociedad en forma simbólica. Así, según Durkheim, la idea de «dios» sólo es la forma del culto a la sociedad.

Todas las culturas establecen una distinción entre los ámbitos sagrado y profano; por ello la idea durkheimiana de que lo sagrado representa el culto a la vida colectiva es probable que contenga algún elemento de verdad. Como veremos, la capacidad de apelar al carácter sagrado de algunas creencias y costumbres tiene gran valor práctico para reducir la disensión, imponer la conformidad y resolver las ambigüedades (cf. Rappaport, 1971a, b).