Los especialistas a tiempo completo, los templos monumentales, las procesiones dramáticas y los ritos complejos celebrados ante congregaciones de espectadores son incompatibles con la infraestructura y la economía política de los cazadores y recolectores. Análogamente la compleja base astronómica y matemática de las creencias y rituales eclesiásticos nunca se encuentra entre los pueblos organizados en bandas y aldeas.
El nivel de la economía política también influye en la manera en que se concibe la relación de los dioses con los seres humanos y entre sí. Por ejemplo, la idea de un único dios supremo, creador del universo, se halla en culturas de todos los niveles de desarrollo económico y político. No obstante, estos dioses supremos desempeñan papeles muy diferentes en la marcha del universo después de haberlo creado. Entre los cazadores y recolectores y otros pueblos preestatales, los dioses supremos tienden a volverse inactivos una vez finalizada la tarea de la creación. Para obtener asistencia hay que dirigirse a una multitud de dioses menores, demonios y espíritus ancestrales. En cambio, en las sociedades estratificadas el dios supremo domina a los dioses menores y tiende a ser una figura más activa a la cual sacerdotes y plebeyos dirigen sus oraciones (Swanson, 1960), aunque los dioses menores también pueden ser reverenciados por el pueblo llano.
Una explicación plausible de esta diferencia es que las culturas preestatales no necesitan la idea de una autoridad central o suprema. Así como en la vida no existe un control centralizado sobre la gente y los recursos estratégicos, tampoco en la creencia religiosa ninguno de los habitantes del mundo espiritual goza de un control decisivo sobre los demás. Forman un grupo más o menos igualitario. Por otra parte, la creencia de que el dominio y la subordinación caracterizan las relaciones entre los dioses es de gran valor para obtener la cooperación de las clases plebeyas en sociedades estratificadas.
Una manera de obtener conformidad en las sociedades estratificadas es convencer a los plebeyos de que los dioses exigen obediencia al Estado. La desobediencia y disconformidad no sólo acarrean el castigo del aparato policial y militar del Estado, sino también el de los dioses supremos, en esta o en la otra vida. En las sociedades preestatales, por las razones discutidas en el Capítulo 9. Ley, orden y guerra en las sociedades igualitarias, la ley y el orden están arraigados en el interés común. Por consiguiente, hay poca necesidad de que los dioses supremos administren castigos a los que han sido «malos» y recompensas a los que han sido «buenos». Sin embargo, como muestra la Tabla 12.1, donde existen diferencias de clase, se cree que los dioses tienen un vivo interés en el grado en que los pensamientos y conducta de cada individuo son inmorales o éticamente subversivos.