La religión de los aztecas

Muchas de las características principales de la creencia y el ritual en contextos estratificados pueden reconocerse en la organización eclesiástica de los aztecas de México. Los aztecas hacían a sus sacerdotes responsables del mantenimiento y renovación del universo entero. Los sacerdotes podían obtener la bendición de los dioses aztecas, asegurar el bienestar del pueblo azteca y proteger al mundo contra el hundimiento en el caos y las tinieblas celebrando ritos anuales (Cuadro 12.6). Según la teología azteca, el mundo ya había pasado por cuatro edades, cada una de las cuales había terminado en una destrucción por un cataclismo. La primera edad terminó cuando el dios reinante, Tezcatlipoca, se transformó en sol y toda la gente de la tierra fue devorada por jaguares. La segunda edad, gobernada por la serpiente emplumada. Quetzalcoatl, fue destruida por huracanes que convirtieron a la gente en monos. La tercera edad, gobernada por Tlaloc, dios de la lluvia, finalizó cuando los cielos llovieron fuego. Después vino el gobierno de Chalchihuitlicue, diosa del agua, cuyo tiempo finalizó con un diluvio universal en el que la gente se transformó en peces. La quinta edad está en curso, gobernada por el dios Sol, Tonatiuh, y condenada más pronto o más tarde a la destrucción por terremotos.

Cuadro 12.6

El calendario azteca

Todos los aspectos del ritual azteca estaban regulados por complicados sistemas de calendarios solamente entendidos por sacerdotes. Por medio de sus calendarios los sacerdotes seguían la pista de los dioses, quienes tenían que ser apaciguados, y de los días peligrosos, cuyo descuido podría haber ocasionado el fin del mundo.

Los aztecas calculaban el año como de 365 días. Dividían este periodo en 18 meses de 20 días cada uno (18 x 20 = 360). Dejando 5 días sobrantes como un periodo de mala suerte. Cada uno de los periodos de 20 días tenía un nombre e iba numerado consecutivamente de 1 a 13. Cada 13 días x 20 = 260 días, el número 1 correspondía al comienzo del mes. Este periodo de 260 días engranaba con el año de 365 días. Cada 52 años, el comienzo de los ciclos de 260 días y de 365 días coincidía. Los días más sagrados eran aquellos que estaban asociados con el final de cada ciclo de 52 años. En esta época los sacerdotes se esforzaban denodadamente para evitar el fin del mundo. El fuego del altar, que había estado ardiendo continuamente durante 52 años, se extinguía junto con todos los fuegos de todo el imperio. La gente destruía toda la decoración y mobiliario de sus hogares, ayunaba y rezaba esperando el fatal desenlace. Se ocultaba a las mujeres embarazadas y se evitaba que los niños se quedaran dormidos. En el amanecer del último día, los sacerdotes subían al cráter de un volcán apagado en el centro del valle de México y observaban angustiadamente el cielo buscando señales de que el mundo continuaría existiendo. Cuando ciertas estrellas cruzaban el meridiano, sacrificaban a un cautivo y encendían un nuevo fuego sobre el pecho de la víctima. Los corredores portaban antorchas encendidas en este sagrado fuego y lo llevaban por todo el imperio.

La principal función de los 5000 sacerdotes que vivían en la capital azteca era asegurar que el fin del mundo se produjera lo más tarde posible. Esto sólo se podía garantizar complaciendo a las legiones de dioses que se creía gobernaban el mundo. La mejor manera de hacerlo consistía en ofrecerles regalos, el más precioso de los cuales eran los corazones aún palpitantes de seres humanos. Los corazones de los cautivos de guerra eran los regalos más estimados porque se obtenían con gran esfuerzo y riesgo.

Los centros ceremoniales aztecas estaban dominados por grandes plataformas piramidales coronadas por templos. Estas estructuras eran los escenarios en los que se representaba el drama del sacrificio humano al menos una vez al día durante todo el año. En días especialmente críticos había múltiples sacrificios. La pauta fijada para estas celebraciones implicaba, primero, el ascenso de la víctima por la gran escalinata hasta la cima de la pirámide; después, en la cima, la víctima era sujetada por cuatro sacerdotes, uno para cada extremidad, y tendida boca arriba sobre la piedra sacrificial. Un quinto sacerdote desgarraba el pecho de la víctima con un cuchillo de obsidiana y le arrancaba el corazón aún palpitante, que primero se pasaba por la estatua del dios y después se quemaba. Finalmente, el cuerpo sin vida era arrojado por la escalinata de la pirámide. Se cree que durante una ceremonia de consagración de 4 días del principal templo azteca en Tenochtitlán, fueron sacrificados 20.000 prisioneros de guerra de la manera antes descrita. Se enviaba hasta 15.000 personas a la muerte por año para aplacar a los dioses sedientos de sangre. La mayoría de estas víctimas eran prisioneros de guerra, aunque también se sacrificaban de vez en cuando jóvenes, doncellas y niños locales (Berdan, 1982; Vaillant, 1966; Coe, 1977; Soustelle, 1970). Los cuerpos de muchos de los que eran sacrificados caían por la escalinata de la pirámide y, desmembrados, acababan probablemente siendo cocidos y comidos (Harner, 1977).