Los cultos eclesiástico

Los cultos eclesiásticos tienen en común la existencia de un clero o sacerdocio profesional organizado en forma de burocracia. Generalmente, esta burocracia está asociada a y bajo el control de un templo central. El clero puede gozar de gran independencia en centros de culto secundarios o provinciales. En general, cuanto más centralizado está el sistema político, más lo está la burocracia eclesiástica.

Los especialistas eclesiásticos difieren tanto de los chamanes tapirapé como de los circuncisores y guardianes ndembu. Son personas formalmente designadas que se consagran totalmente a los rituales de su oficio. Estos rituales normalmente incluyen una gran variedad de técnicas para influir y controlar los seres animistas y las fuerzas animalistas. El apoyo material a estos especialistas a tiempo completo está estrechamente relacionado con el poder y los privilegios fiscales. Como sucede entre los incas (véase Cap. 10. Un imperio americano autóctono: los incas), el Estado y el sacerdocio pueden repartirse las rentas y tributos exigidos a los campesinos. Bajo el feudalismo (véase Cap. 10. El feudalismo), la jerarquía eclesiástica obtiene sus ingresos de sus propias haciendas y de los regalos de príncipes y reyes poderosos. Los altos funcionarios en las jerarquías eclesiásticas feudales son casi siempre parientes de los miembros de la clase dirigente o personas designadas por estos.

La presencia de organizaciones eclesiásticas provoca una profunda escisión entre aquellos que participan en las celebraciones rituales. Por una parte, hay un segmento activo, el sacerdocio, y por otra la «congregación» pasiva, cuyos miembros quedan reducidos a la condición de espectadores virtuales. Los miembros del sacerdocio deben adquirir complejos conocimientos sobre rituales, historia, calendarios y astronomía. A menudo son escribas y personas cultas. No obstante, hay que subrayar que la «congregación» no abandona del todo sus creencias y rituales chamanistas, individualistas y comunitarios. Estos se realizan a veces en secreto, en vecindarios, aldeas o unidades domésticas, junto con los rituales «superiores», pese a los esfuerzos más o menos enérgicos por parte de la jerarquía eclesiástica de acabar con las creencias y celebraciones que frecuentemente llaman idolátricas, supersticiosas, paganas, salvajes o heréticas.