La cultura de la pobreza

Al estudiar los problemas de la gente que vive en chabolas y barrios bajos urbanos, Oscar Lewis descubrió indicios de un conjunto característico de valores y prácticas que llamó «cultura de la pobreza». Aunque no son exactamente comparables punto por punto, los conceptos de cultura de la pobreza y de «imagen de la limitación de lo bueno» se asemejan en muchos aspectos y representan intentos similares de explicar la perpetuación de la pobreza centrándose en las tradiciones y valores de los grupos indigentes. Lewis (1966) describe a los pobres de las ciudades de México, Nueva York y Lima como seres temerosos, recelosos y apáticos hacia las principales instituciones de la sociedad más extensa, como gentes que odian a la policía, desconfían del gobierno y «tienden a ser cínicos frente a la Iglesia». También poseen «una fuerte orientación hacia el presente con una disposición relativamente pequeña para diferir la gratificación y planear el futuro». Esto implica que la gente pobre está menos dispuesta a ahorrar dinero y más interesada en «gastárselo en el momento» en forma de equipos estereofónicos, televisiones en color, ropas a la última moda y coches llamativos. También implica que los pobres «despilfarran» sus ingresos emborrachándose o haciendo compras dilapidadoras. Al igual que George Foster, Lewis reconoce que, hasta cierto punto, la cultura de la pobreza constituye una respuesta racional a las condiciones objetivas de impotencia y pobreza: «una adaptación y una reacción de los pobres ante su posición marginal en una sociedad estratificada en clases». (Lewis, 1966:21). Pero también afirma que, una vez que surge, la cultura de la pobreza tiende a perpetuarse:

Cuando los niños de los barrios bajos cumplen seis o siete años, normalmente ya han asimilado actitudes y valores básicos de su subcultura. A partir de este momento, ya no están preparados psicológicamente para sacar pleno provecho de los cambios en las condiciones o las oportunidades de progreso que puedan aparecer en el transcurso de su vida (Lewis, 1966:21).

Lewis propone que sólo el 20 por ciento de los pobres urbanos tiene en realidad la cultura de la pobreza, lo que implica que el 80 por ciento restante pertenece a la categoría de aquellos cuya pobreza proviene más bien de condiciones infraestructurales y estructurales que de las tradiciones y valores de una cultura de la pobreza. El concepto de cultura de la pobreza ha sido criticado sobre la base de que los pobres tienen muchos otros valores que los subrayados en la cultura de la pobreza y que comparten en común con otras clases (Leeds, 1970; Valentine, 1970; cf. Parker y Kleiner, 1970).

Aunque los pobres pueden tener algunos valores propios distintos de los de los miembros de otras clases, no se puede demostrar que sean perjudiciales. Helen Icken Safa (1967) ha mostrado, por ejemplo, que las pautas de cooperación entre vecinos son frecuentes en barrios bajos y de chabolas. Betty y Charles Valentine (1970) destacan el ingenio, sentido del humor e informalidad de la cultura de los guetos negros. Y el mismo Oscar Lewis (1961,1966) ha demostrado, con declaraciones grabadas de los propios protagonistas, que muchos individuos atrapados en la pobreza alcanzan, a pesar de todo, una gran nobleza de espíritu.

Además, muchos de los valores que se dice son distintivos de los pobres urbanos los comparte también la clase media. Por ejemplo, desconfiar del gobierno, los políticos y la religión no es un rasgo exclusivo de la clase indigente, como tampoco lo es la tendencia a gastar por encima de los recursos propios. No se dispone de elementos de juicio que indiquen que la clase media en su conjunto se las arregle para vivir sin salirse de su presupuesto mejor que la gente pobre. Lo único cierto es que cuando los pobres administran mal sus ingresos, las consecuencias son mucho más graves. Si el cabeza de una familia pobre cede a la tentación de comprar artículos no esenciales, sus hijos pueden pasar hambre o su esposa quedar sin asistencia médica. Pero estas consecuencias son el resultado de ser pobre, no de una diferencia demostrable en la capacidad de diferir la gratificación.

El estereotipo del pobre imprevisor enmascara una creencia implícita de que los segmentos empobrecidos de la sociedad deben ser más ahorradores y pacientes que los miembros de la clase media. Atribuir la pobreza a valores de los que cabe responsabilizar a los mismos pobres es una manera de tranquilizar la conciencia (Piven y Cloward, 1971).