La imagen de la limitación de lo bueno

Una pregunta recurrente en lo que atañe a las dificultades de las modernas comunidades campesinas es hasta qué punto son víctimas de sus propios valores. Por ejemplo, se ha observado a menudo que los campesinos son muy desconfiados de las innovaciones y se aferran a sus viejos estilos de hacer las cosas. Partiendo de su estudio del municipio de Tzintzuntzan en el estado de Michoacán, México, George Foster (1967) ha desarrollado una teoría general de la vida campesina basada en el concepto de la «imagen de la limitación de lo bueno». Según Foster, las gentes de Tzintzuntzan, como muchos campesinos del mundo entero, creen que la vida es una lucha monótona, que muy poca gente puede «triunfar» y que sólo pueden mejorar su vida a costa de los demás. Si alguien intenta algo nuevo y lo consigue, el resto de la comunidad lo toma a mal, se vuelve envidiosa y desprecia al individuo «progresista». De ahí que muchos campesinos que desean cambiar su estilo de vida teman hacerlo por si despiertan la envidia y hostilidad de sus amigos y parientes.

Aunque no cabe duda de que una «imagen de la limitación de lo bueno» existe en muchas aldeas campesinas de México y otros lugares, no está claro el papel que desempeña en impedir el desarrollo económico. El mismo Foster aporta datos que hacen dudar de la importancia de la imagen de la limitación de lo bueno en Tzintzuntzan. Relata la historia de cómo un proyecto de desarrollo comunitario, patrocinado por las Naciones Unidas, obtuvo inicialmente un gran éxito, pero acabó en un desastre que poco tenía que ver con los valores de los lugareños. También la mayor parte de los ingresos monetarios de la comunidad los han obtenido trabajando como braceros en los Estados Unidos. Para cruzar la frontera, los braceros deben sobornar, intrigar y pasar muchos apuros. Sin embargo, el 50 por ciento había conseguido pasar la frontera, «muchos de ellos 10 veces o más». (Foster, 1967:277).

Como sugiere el mismo Foster, la «imagen de la limitación de lo bueno» no es una ilusión paralizante, sino una evaluación realista de los hechos de la vida en una sociedad en la que el éxito o fracaso económico es caprichoso y depende de fuerzas que escapan totalmente al control o comprensión de los lugareños (como, por ejemplo, cuando los Estados Unidos pusieron fin de modo unilateral al programa de braceros).

Pues la verdad subyacente y fundamental es que, en una economía como la de Tzintzuntzan, el trabajo duro y el ahorro son cualidades morales de escasísimo valor funcional. Debido a las limitaciones que pesan sobre la tierra y la tecnología, el trabajo duro adicional no produce un incremento significativo en la renta. No tiene sentido hablar de ahorro en una economía de subsistencia, puesto que normalmente no hay excedentes con los que ser ahorrativo. La previsión, junto con una planificación cuidadosa del futuro, también es una virtud de dudoso valor en un mundo en que hasta los proyectos mejor diseñados han de descansar sobre unos cimientos de azar y capricho (Foster, 1967:150-151).

Con el paso del tiempo, ha quedado claro que muchos de los proyectos de desarrollo con participación de numerosos expertos en México han funcionado peor que los esfuerzos de desarrollo realizados por la misma gente con el capital acumulado trabajando como braceros. Como ha argüido James Acheson (1972), quien estudió una comunidad próxima a Tzintzuntzan, el desarrollo no ocurrirá sin oportunidades económicas realistas. Si las oportunidades se presentan, algunos individuos siempre las aprovecharán, prescindiendo de la «imagen de la limitación de lo bueno».

Una cosa es afirmar que los tarascos [los habitantes de la región de Tzintzuntzan] son recelosos, desconfiados y reacios a la cooperación, y otra muy distinta suponer que esta falta de cooperación excluye toda posibilidad de un cambio económico positivo (Acheson, 1972:1165; cf. Acheson, 1974; Foster, 1974).