Clase y poder

Todas las sociedades de nivel estatal están organizadas en una jerarquía de grupos llamados clases. Una clase es un grupo de personas que se relacionan de manera similar con el aparato de control de las sociedades estatales y que disponen de cotas de poder (o carencia de poder) similares con respecto a la distribución de la riqueza y los privilegios y al acceso a los recursos y la tecnología.

Todas las sociedades estatales poseen forzosamente dos clases, como mínimo, organizadas jerárquicamente: gobernantes y gobernados. Ahora bien, cuando existen más de dos clases, no es necesario que su relación mutua sea jerárquica. Por ejemplo, resulta útil considerar a los pescadores y a sus vecinos campesinos como dos clases distintas, porque tienen diferentes pautas de propiedad, renta y tributación, y explotan sectores del medio ambiente completamente distintos. Sin embargo, ninguno de los dos grupos posee una clara ventaja o desventaja de poder con respecto al otro. Análogamente, los antropólogos suelen hablar de la clase baja urbana como algo opuesto a la clase baja rural, aunque las diferencias cuantitativas de poder entre ambas pueden ser mínimas.

Antes de proseguir debemos explicar lo más posible la naturaleza del poder que implican las jerarquías de clases. Como en la naturaleza, el poder en los asuntos humanos consiste en la capacidad de controlar la energía. El control de la energía está mediatizado por los útiles, máquinas y técnicas para aplicar esta energía a empresas individuales o colectivas. En este sentido, controlar la energía supone poseer los medios para trasladar, dar forma y destruir minerales, vegetales, animales y personas. El poder es el control sobre la gente y la naturaleza (Adams, 1970).

El poder de seres humanos concretos no se puede medir simplemente sumando la cantidad de energía que regulan o canalizan. Si este fuera el caso, la clase más poderosa del mundo serían los técnicos que manejan los interruptores de las centrales nucleares o los pilotos de los reactores comerciales que, al abrir las válvulas de admisión, ponen en funcionamiento cuatro motores de 40.000 caballos de potencia. Los jefes militares de las fuerzas armadas, con su enorme capacidad para matar y mutilar, no son necesariamente individuos poderosos. La cuestión crucial en todos estos casos es: ¿quién controla a estos técnicos, funcionarios y generales y les hace conectar o desconectar sus «interruptores»? ¿Quién les dice cuándo, dónde y cómo volar? ¿A quién y cuándo deben disparar y matar? O, lo que es igual de importante, ¿quién tiene el poder de determinar dónde y cuándo se construirá una central nuclear o un vehículo espacial o qué tamaño debe tener la fuerza policiaco-militar que se recluta y con qué equipos de destrucción se le va a dotar?

No podemos simplemente sumar toda la energía en forma de alimentos, productos químicos y fuerzas cinéticas que fluye por las masas de plebeyos incas en comparación con la nobleza inca y obtener una evaluación de sus relativas posiciones de poder. El hecho es que gran parte de la energía consumida por las masas subordinadas en las sociedades estratificadas se gasta bajo condiciones y para tareas que el grupo dominante estipula o constriñe. En otras palabras, la propia realización de estas tareas depende de que aumenten el poder y bienestar del grupo dominante. No significa esto que las masas subordinadas no obtengan beneficio alguno, sino sencillamente que no se llevarían a efecto si al grupo dominante no le reportara también algún tipo de beneficio.