Un reino africano: Bunyoro

La diferencia entre un Estado y una jefatura puede ilustrarse con el caso de Bunyoro, reino situado en Uganda que ha sido estudiado por John Beattie (1960). Bunyoro tenía una población de unas 100.000 personas y una superficie de algo más de 70.000 Km2. El poder supremo sobre el territorio de Bunyoro y sus habitantes recaía sobre el Mukama, descendiente de un linaje real que computaba su filiación hasta el principio de los tiempos. La explotación de todos los recursos naturales, pero especialmente de las tierras cultivables, era una concesión específicamente otorgada por el Mukama a una docena o más de «jefes» o a plebeyos bajo su respectivo control. A cambio de estas concesiones, ciertas cantidades de alimentos, artesanías y servicios de trabajo se canalizaban a través de la jerarquía de poderes hacia los cuarteles generales del Mukama. A su vez, este dirigía el uso de estos bienes y servicios en beneficio de empresas estatales. La pauta básica de redistribución era claramente manifiesta:

En el sistema tradicional, se veía al rey como el supremo receptor de bienes y servicios, y como el supremo donador… A los grandes jefes, que recibían tributos de sus dependientes, se les exigía entregar al Mukama una parte de los productos de sus haciendas en forma de cultivos, ganado, cerveza o mujeres… Pero todos deben dar al rey, no sólo a los jefes… No menos relevante era el correspondiente papel del Mukama como donador. Muchos de sus nombres especiales subrayaban su magnanimidad, y tradicionalmente se esperaba que diera profusamente en forma de festines y regalos a individuos (Beattie, 1960:34).

Pese a la gran reputación de generosidad del Mukama, está claro que no distribuía tanto como recibía. Ciertamente, no seguía el ejemplo de los mumis de las islas Salomón, que se quedaban con los pasteles rancios y los huesos. Además, gran parte de lo que distribuía no revertía a los productores campesinos. En vez de ello, permanecía en manos de sus parientes genealógicamente próximos, quienes constituían una clase aristocrática claramente demarcada. Parte de lo que el Mukama detraía de los campesinos se otorgaba a no parientes que realizaban servicios extraordinarios en favor del Estado, especialmente en relación con empresas militares. Otra parte se empleaba para mantener la guardia palaciega y el personal residente permanentes, que atendían las necesidades personales del Mukama y realizaban los ritos religiosos considerados esenciales tanto para su bienestar como para el de la nación, como el guardián de las lanzas, el guardián de las tumbas reales, el guardián de los tambores reales, el guardián de las coronas reales, los portadores de las coronas reales, los guardianes de los tronos (escabeles) reales y otros dignatarios, así como cocineros, encargados del baño, pastores, alfareros, fabricantes de telas de corteza, músicos y otros. Muchos de estos funcionarios tenían varios asistentes.

Por añadidura, había una categoría vagamente definida de consejeros, adivinos y otros servidores, integrados como dependientes en el grupo doméstico del Mukama, que deambulaban por el palacio con la esperanza de ser nombrados para alguna jefatura. A esto hay que sumar el extenso harén del Mukama, sus numerosos hijos y las unidades domésticas políginas de sus hermanos y de otros personajes reales. Para mantener intacto su poder, el Mukama, acompañado de parte de su corte, realizaba frecuentes viajes por todo el Bunyoro, alojándose en palacios locales mantenidos a costa de sus jefes y plebeyos.