Aunque temían y respetaban a sus «grandes proveedores», los jefes guerreros, los plebeyos trobriandeses estaban muy lejos de verse reducidos al estatus de campesinos. Al vivir en islas, los trobriandeses no podían expandirse libremente, y su densidad demográfica había alcanzado los 90 habitantes por kilómetro cuadrado en tiempos de Malinowski. Sin embargo, el control de los jefes sobre el sistema de producción no era lo suficientemente profundo como para proporcionarles un gran poder. Una de las razones de esto tal vez fuera el hecho de que la agricultura trobriandesa carecía de cereales. Como los ñames (al contrario del arroz o el maíz) se pudren a los tres o cuatro meses, el «gran proveedor» trobriandés no podía manipular a personas repartiendo comida durante todo el año ni mantener una guarnición policiaco-militar permanente con sus almacenes. Otro factor importante eran los recursos libres de las lagunas y el océano cuya explotación surtía de proteínas a los trobriandeses. El jefe no podía impedir el acceso a estos recursos y, por tanto, tampoco podía ejercer un control coercitivo permanente sobre sus subordinados. Sólo gracias a formas más intensivas de agricultura y grandes cosechas de cereales pudo el poder del «gran proveedor» rebasar el nivel de los jefes trobriandeses.
Otro ejemplo clásico del carácter limitado del poder de los jefes es el de los jefes de Tikopia, una de las islas Salomón más pequeñas. Aquí, las pretensiones y derechos del jefe eran mayores que los del jefe trobriandés, pero el poder real del que disponía era mucho menor. Así, los jefes de Tikopia afirmaban «poseer» todos los recursos de la tierra y el mar; sin embargo, la dimensión de la red redistributiva y de las cosechas bajo su control hacía inviables tales derechos. Los jefes tikopia gozaban de pocos privilegios. Nominalmente reivindicaban el control de los huertos de su grupo de parentesco cognaticio; pero, en la práctica, no podían restringir a sus parientes el uso de tierras sin explotar. La oferta de trabajo para sus propios huertos escaseaba, y ellos mismos trabajaban como «plebeyos» en los campos. Para hacer valer su posición estaban obligados a celebrar grandes festines, que a su vez se basaban en el trabajo voluntario y aportaciones de alimentos de sus parientes. Los lazos de parentesco tendían a eclipsar los prerrequisitos y etiqueta abstractos, propios del rango superior. Raymond Firth describe cómo un hombre perteneciente a una familia plebeya, que en la terminología de parentesco tikopia era clasificado como «hermano», podía intercambiar insultos obscenos con el jefe de más alto rango de la isla:
En una ocasión paseaba con el Ariki (jefe) Kafika… cuando pasamos por delante del huerto de Pae Sao… Todos los principales presentes eran «hermanos» a través de varios lazos, y de común acuerdo, le gastaron bromas obscenas. Insultos como «¡grandes testículos!», «¡vosotros sois los enormes testículos!», acompañados de carcajadas, volaban entre uno y otro bando. Me quedé algo sorprendido por el vigor de la burla, ya que el Ariki Kafika, como jefe más respetado de la isla, gozaba de mucha santidad… Sin embargo, esto no le protegió y no se lo tomó a mal… (Firth, 1957:176-177).
Consideraciones similares son aplicables al jefe cherokee. Fuera del consejo «se relaciona con las personas como un hombre del común, conversa con ellas y ellas con él con perfecta normalidad y familiaridad». (Bartram en Renfrew, 1973, p. 233).