Llamamos cabecillas a los líderes de bandas y aldeas autónomas. Jefes son los líderes de grupos de bandas y aldeas, aliados más o menos permanentemente, llamados jefaturas. La diferencia principal está en que las jefaturas constan de varias comunidades y asentamientos. Los jefes tienen más poder que los cabecillas, pero de estos los que son redistribuidores con éxito no son fáciles de distinguir de los líderes de jefaturas pequeñas. Mientras que los primeros deben adquirir y revalidar constantemente su estatus donando repetidos festines, los segundos heredan su cargo y se mantienen en él aunque durante tiempo sean incapaces de proporcionar a sus seguidores redistribuciones generosas. Los jefes suelen vivir mejor que los plebeyos; al revés que los «grandes hombres», no se quedan con «los huesos y los pasteles rancios». A la larga, empero, también deben revalidar su título conduciendo a la victoria en la guerra, obteniendo mercancías y regalando comida y otros bienes a sus partidarios.
Los isleños trobriandeses
La diferencia entre los «grandes hombres» y los jefes puede ilustrarse con el caso de los isleños de las Trobriand. La sociedad trobriandesa estaba dividida en varios clanes y subclanes matrilineales de rango y privilegios desiguales a través de los cuales se heredaba el acceso a las tierras de huerta. Según Bronislaw Malinowski (1920), los trobriandeses disfrutaban luchando y libraban guerras sistemáticas e implacables, aventurándose en mar abierto con sus canoas para comerciar —o, si hacía al caso, combatir— con las gentes de islas situadas a más de 150 Km de distancia. Al contrario de los mumis siuai, los jefes trobriandeses ocupaban cargos hereditarios y sólo podían ser depuestos con motivo de una derrota bélica. Uno de ellos, a quien Malinowski consideraba el «jefe supremo» de los trobriandeses, gobernaba sobre más de una docena de aldeas que, en conjunto, contenían varios miles de habitantes. Las jefaturas se heredaban en el seno de los subclanes más ricos, y los trobriandeses atribuían estas desigualdades a guerras de conquista libradas en un pasado remoto. Sólo los jefes podían portar ciertos ornamentos de conchas como insignias de su alto rango, y a los plebeyos les estaba prohibido permanecer de pie o estar sentados en una posición que colocase la cabeza del jefe a una altura inferior a la suya. Malinowski (1922) relata haber visto cómo todas las personas presentes en la aldea de Bwoytalu se dejaban caer de los balcones como segados por un huracán al sonido de un prolongado grito que anunciaba la llegada de un jefe importante.
El poder del jefe trobriandés descansaba, en última instancia, sobre su capacidad para desempeñar el papel de «gran proveedor», el cual dependía más de lazos consuetudinarios y sentimentales de parentesco y matrimonio que del control sobre armas y recursos. Entre los plebeyos, la residencia era normalmente avunculocal (véase Cap. 8. Determinantes de los linajes y clanes unilineales). Los muchachos adolescentes vivían en cabañas de solteros hasta su matrimonio. Después de este, llevaban a sus esposas a vivir en la unidad doméstica del hermano de su madre, donde laboraban conjuntamente en los huertos del matrilinaje del marido. En reconocimiento de la existencia de la matrilinealidad, al realizar la cosecha, los hermanos admitían que una parte del producto de las tierras matrilineales se adeudaba a sus hermanas y les enviaban como presentes cestas llenas de ñames, su cultivo principal. El jefe trobriandés se basaba en esta costumbre para revalidar su título. Desposaba a las hermanas de los cabecillas de un gran número de sublinajes. Algunos llegaban a adquirir varias docenas de esposas, cada una de las cuales tenía derecho a un regalo obligatorio de ñames por parte de sus hermanos. Estos ñames se transportaban a la aldea del jefe y eran exhibidos sobre unos bastidores especiales. Parte de los mismos se redistribuían en elaborados festines en los que el jefe revalidaba su posición como «gran proveedor», empleándose el resto en la alimentación de los especialistas en construir canoas, artesanos, magos y sirvientes familiares, que de este modo pasaban a depender parcialmente del poder del jefe. Antiguamente, los almacenes de ñames proporcionaban también la base para expediciones comerciales del Kula (véase Cap. 6. El Kula) entre grupos amigos e incursiones militares contra grupos enemigos (Malinowski, 1935; Brunton, 1975; Geoffry, 1983).
Los cherokee
La organización política de los cherokee de Tennesee (y de otros pueblos americanos nativos de los bosques del sudeste) muestra llamativas semejanzas con el complejo de redistribución-guerra-comercio-jefes de los trobriandeses. Lo mismo que estos, los cherokee eran matrilineales y libraban guerras exteriores en territorios muy lejanos. En el centro de los principales asentamientos había una gran «casa de consejos» de estructura circular, en la que el consejo de los jefes discutía los problemas que afectaban a varias aldeas distintas y se celebraban festines redistributivos. El consejo de los jefes tenía un jefe supremo, que era la figura central en la red redistributiva cherokee. Durante la cosecha, se erigía en cada campo una gran choza, denominada el «granero del jefe». «Cada familia deposita en ella cierta cantidad según su capacidad o su inclinación, o nada en absoluto si tal era su deseo». Los graneros del jefe hacían las veces de «tesoro público… al que poder recurrir» en caso de pérdidas de cosechas, de fuente de comida «para cuando hay que hospedar a forasteros o viajeros» y de almacén militar «cuando parten en expediciones hostiles». Aunque todos disfrutaban del «derecho a un acceso público y libre», los plebeyos tenían que reconocer claramente que el almacén pertenecía en realidad al jefe supremo, quien tenía «el derecho y capacidad exclusivos… de distribuir auxilio y protección entre los necesitados». (Bartram en Renfrew, 1973:234).