Resumen

Cabecillas, jefes y reyes se encuentran en tres formas diferentes de organización política: bandas y aldeas autónomas, jefaturas y estados. El «gran hombre» es una forma de liderazgo basada en la rivalidad y caracterizada por redistribuciones competitivas que aumentan e intensifican la producción. Tal como ilustran los mumis de las islas Salomón, la posición de «gran hombre» es un estatus temporal que exige una constante validación mediante exhibiciones de generosidad que le dejan con pocas posesiones, pero con mucho prestigio y autoridad. Como son muy respetados, los «grandes hombres» se adaptan bien a la función de acaudillar partidas de guerra, expediciones comerciales de larga distancia y otras actividades colectivas que requieren un liderazgo entre los pueblos igualitarios.

Las jefaturas constan de varias comunidades o asentamientos aliados de forma más o menos permanente. Al igual que los «grandes hombres», también los jefes desempeñan el papel de gran proveedor, incrementan e intensifican la producción, celebran festines y organizan expediciones de guerra y comercio de larga distancia. Sin embargo, como ilustran las jefaturas trobriandesa, cherokee y tikopia, los jefes gozan de un estatus hereditario, tienden a vivir algo mejor que el plebeyo medio y sólo pueden ser depuestos por la derrota en la guerra. Sin embargo, su poder es limitado debido a que carecen del apoyo de un grupo permanente de especialistas policiales y militares y no pueden impedir a un número importante de sus seguidores el acceso a los medios de ganarse la vida.

En las sociedades estatales estratificadas, la negativa de los campesinos a contribuir al sistema redistributivo puede acarrearles la pérdida de los medios de subsistencia. Las formas prístinas de estratificación y estatalidad probablemente estuvieron ligadas al desarrollo de densas poblaciones en habitáis circunscritos. Los campesinos surgieron cuando los plebeyos descontentos no pudieron evitar la recaudación de impuestos huyendo a otros hábitats sin cambiar su estilo de vida. Sin embargo, los estados secundarios surgieron bajo una variedad de condiciones relacionadas con la difusión de los estados prístinos.

La diferencia entre las jefaturas y los estados es ilustrada por el caso bunyoro. El Mukama era un gran proveedor para sí mismo y sus seguidores más íntimos, pero no para la mayoría de los campesinos bunyoro. A diferencia del jefe trobriandés, el Mukama mantenía una corte permanente de criados y una guardia palaciega. Hay muchas semejanzas entre Bunyoro y los reinos «feudales» de la Europa medieval. Pero el poder de los antiguos reyes ingleses era mayor y dependía menos de la imagen de gran proveedor que de la de gran protector.

La forma de Estado más desarrollada y estratificada es la del imperio. Como ilustra el caso del Inca del Perú, los líderes de los antiguos imperios poseían un enorme poder y eran inaccesibles para los ciudadanos ordinarios. La producción era supervisada por un ejército de administradores y recaudadores de impuestos. Aunque el Inca se ocupaba del bienestar de sus subditos, estos le consideraban como un dios al que le debían todo en vez de un cabecilla o jefe que se lo debía todo a ellos.

Como todas las sociedades estatales se basan en desigualdades acusadas entre ricos y pobres, gobernantes y gobernados, el mantenimiento de la ley y el orden presenta un desafío crítico. En última instancia, son la policía y los militares con su control de los medios de coacción física los que mantienen a raya a los pobres y explotados. Sin embargo, todos los estados encuentran más conveniente mantener la ley y el orden controlando el pensamiento de la gente. Esto se hace de diferentes maneras, que abarcan desde las religiones estatales hasta los ritos y espectáculos públicos y la educación obligatoria.

No debe olvidarse la trágica situación de las sociedades preestatales organizadas en bandas y aldeas que aún existen, como en el caso de los aché. La civilización y la modernización a menudo las empujan a la esclavitud, la enfermedad y la pobreza.